PATRIMONIO NATURAL DE AMÉRICA
LATINA: HISTORIA ECOLÓGICA Y FORMAS DE MEDICIÓN
A. NOTAS SOBRE LA HISTORIA ECOLÓGICA
DE AMÉRICA LATINA *
Introducción
El término expoliación está íntimamente ligado a
la historia post-colombina de América Latina. Con esta afirmación estamos
indicando que antes del descubrimiento la situación era diferente. Antes y
después de Colón es el contraste entre la cultura de los pueblos que habían
aprendido a vivir ecológicamente sanos ersus un desarrollo “minero” extractivo
y deteriorante que no se preocupaba de la conservación de los recursos.
Los pueblos pre-colombinos no vivieron en
equilibrio con la naturaleza, sino que la artificializaron entendiendo la
relación hombrenaturaleza en función de su aprehensión cognoscitiva basada en
la investigación de ella.
LA DIMENSIÓN AMBIENTAL EN EL DESARROLLO DE AMÉRICA
LATINA
En este relato se expone lo que a juicio de los
autores son las ilustraciones más relevantes del comportamiento ecológico de
las culturas precolombinas. Las civilizaciones hidráulicas basadas en la
disponibilidad excesiva de agua, y un complejo y acabado conocimiento
bioecológico; la civilización Maya, poliproductores tanto agrícolas como
silvo-ganaderos; y la organizada civilización Inca en donde predominaron las
tecnologías de zonas áridas y semiáridas.
Es evidente que después del descubrimiento se
constatan varios períodos bien diferenciados. Hemos dividido esta época en dos
grandes períodos: en primer lugar, la conquista y la colonia y en segundo lugar
el período que va desde la formación de las nuevas naciones independientes
hasta principios del presente siglo. Más allá no hemos querido avanzar por la
complejidad creciente del proceso de desarrollo.
En el período de la conquista y colonia, se
destacó su característica fundamental: la aculturación a toda costa y la
ocupación del territorio con sus consecuencias en la alteración de los
ecosistemas.
El período “independiente” indudablemente nació
con un esfuerzo de reestructuración del poder en función del control de los
recursos naturales. Aquí el rol internacional de los nuevos Estados condicionó
tanto la estructura productiva como las formas de uso de los recursos. Este
análisis nos muestra a su vez, las principales facetas de la acción antrópica
en los ecosistemas.
Con estas notas se quiere hacer resaltar la
importancia del enfoque ecológico en la historia de los países
latinoamericanos, al que no se le ha dado, o en algunos casos no se la ha
querido dar, la importancia debida.
La integración
ambiental de las culturas del período precolombino
La experiencia y el conocimiento de la naturaleza
de los habitantes prehispánicos del continente se había traducido en formas de
control y adopción con relación al ambiente, las que se perdieron en parte por
la destrucción de estas civilizaciones y por la aculturación sufrida.
El conocimiento basado en observación de los
procesos de la naturaleza unido a una exacta evaluación de los efectos de la
acción humana, hacen deducir que las civilizaciones precolombinas tenían
incorporadas en su acervo cultural concepciones de ecología empírica. Ello no
quiere decir que no hayan afectado el medio ambiente. Algunas civilizaciones
decayeron e incluso desaparecieron por el agotamiento de los recursos de la
tierra. Factores naturales y particularmente de relaciones sociales
condicionaron estos hechos, pero en términos generales se puede afirmar que las
relaciones hombre-naturaleza fueron mucho más armónicas. Esta armonía no se
refiere al “equilibrio” del hombre como parte del ecosistema, sino a la
artificialización de él que hizo el indígena, a su mayor productividad y a su
conservación. Los grados de artificialización fueron diversos según el grupo
cultural fluctuando desde simples recolectores hasta civilizaciones altamente
desarrolladas.
El desarrollo de las civilizaciones se estructuró
en torno al recurso básico: el agua. En relación a este recurso, hubo en
América Latina dos tipos de civilizaciones hidráulicas: aquellas que manejaron
excedentes de agua en ambiente anegadizo (Isla de Marajó en Brasil), llanos de
Moxos en Bolivia, llanos de San Jorge en Colombia, Suriname, Cuenca del río
Guayas en Ecuador, lago Titicaca y lago de Texococo en México) y las que
regaron en ambiente árido, llamada andina.
Las culturas de áreas regadizas, con la sola
excepción de la agricultura del lago Texcoco y del lago Titicaca, habían
desaparecido a la llegada del hombre blanco y sólo quedaban sus restos de
camellones sobre los cuales cultivaban. El equipo tecnológico que se conserva
es el del cultivo de chinampa en México. La otra civilización hidráulica, de
riego, andina, es la que más ha sido estudiada, porque florecía a la llegada de
los españoles.
Hubo, además, una civilización de policultores
que manejaron la selva: la cultura maya de Yucatán.
A continuación se analizarán algunas
características relevantes de las civilizaciones de manejo de excedentes de
agua, después la civilización policultora y silvícola Maya y, por último la
civilización Inca.
a)
Civilizaciones de manejo de excedentes de agua
El conocimiento científico de estas
civilizaciones en América del Sur, comienza en 1879 cuando Derby,8 descubrió
camellones en la isla de Marajó, en Brasil. En 1916, y a miles de kilómetros de
la boca del Amazonas, Erland Nodenskiold,9 describió el complejo de drenaje y
camellones de los llanos de Moxos en Bolivia. La cultura de pantanos de
Moxos volvió a examinarse en 1962-1966 por Denevan,10 y Plafker,11 y
estructuras de camellones fueron estudiadas en el Norte de Colombia,12 en
Suriname y en Ecuador.
Las amplias áreas de América Latina con
excedentes de aguas fueron utilizadas para la producción agrícola. De todos los
sistemas descubiertos, es el de la
Chinampa de México, el que más interesa destacar por sus
posibilidades tecnológicas, su racionalidad ecológica y por ser el único que no
había desaparecido a la llegada del europeo.
La racionalidad ecológica del sistema chinampa
consiste en manipular simultáneamente el ambiente acuático y el terrestre. Del
primero se obtiene agua, vegetación flotante y arraigada para construir suelos
y
peces; del segundo 2 a 3 cosechas por año de los
cultivos principales (maíz, frijol) y madera de los árboles fijadores del borde
del canal.
La chinampa mexicana se caracteriza por un
proceso de creación de suelo orgánico sobre elevado como camellón en un
ambiente acuático, con una técnica que usa ramas, lodo de fondos de pantano y
abono orgánico.
Incluye un proceso especial de construcción de
almácigos donde cada plántula es transplantada con su pan de tierra que incluye
suficientes nutrientes para que llegue a la madurez productiva (los llamados
chapines). Se requieren técnicas de control biológico de malezas con “cultivos
de entretenimiento”, es decir, plantados para que sean consumidos por las
plagas, de control de plagas por cobertura con paja de los almácigos,
construcción, fijación y mantenimiento de canales, alta diversidad de cultivos,
conocimiento de cortinas rompevientos, manejo de fauna acuática (pesca
planificada). El almácigo y el sistema de trasplante por chapines (cubitos de
suelo de 125 cm3), representan un sofisticado y complejo paso tendiente a
transplantar con sistema radicular íntegro; cada ejemplar con su banco de
nutrientes y a controlar enfermedades virosas, descartando plantas enfermas.
Las civilizaciones de manejo de excedentes de
agua como la descrita permitieron una densidad de población rural de unos 150
habitantes/km2, en superficies estimadas en 30 000 hectáreas
en San Jorge, en Colombia, y 82 000 hectáreas en el lago Titicaca. Además,
sustentaron en parte metrópolis de hasta 500 000 habitantes (Tenochtitlan).
El sistema agrícola autosuficiente fue intensivo
en mano de obra llegándose a ocupar 20 jornadas diarias por hectárea. La unidad
familiar con cierto excedente comercializable se estima que era de 800 m2.
b)
Civilización Maya
El desarrollo de esta cultura se remonta de 600 a 300 años antes de
Cristo, aunque el apogeo del primer imperio se estima que haya durado hasta el
300 o 900 D.C.13 Este imperio se desarrolló en la región de los bosques
húmedos, pero se afirma que su sistema agrario se habría desarrollado en las
tierras altas de Guatemala. Abarcaron hasta la selva del Yucatán.
Constituyeron un estilo pre-hispánico adaptado como ningún otro al manejo del
bosque y puede llamársele agrosilvícola.
Los mayas fueron “policultores” y, además, de la
tecnología agrícola andina (terrazas, riego), se los puede considerar una
cultura basada en un profundo conocimiento del manejo de la selva: desde
rotación y descanso de la tierra en el sistema de cultivo itinerante, hasta la
tala selectiva dejando árboles útiles (árbol del chicle, ramón, cacao, ceiba,
anona, chicozapote).
La agricultura la hacían en pequeñas abras, y de
la selva manejada vecina sacaban medicinas, alimentos y materiales de
construcción.
Todo el sistema de manejo de la selva y de la
agricultura itinerante, se basaba en el conocimiento del ciclo fenológico de
ciertos árboles. Por ejemplo, la tumba se hacía cuando florecía el
Cochlospermum sp; la quema cuando sus frutos se abrían. Además, practicaron la
horticultura y fruticultura en sistemas de varios pisos.
Sobre las causas de la decadencia de este imperio
hay varias hipótesis, una de las cuales se basa en el agotamiento de las
tierras y otra al efecto de modificaciones climáticas. En todo caso las
hipótesis basadas en el agotamiento no se compadecen con las cualidades
conservacionistas que se le atribuyen a los Mayas.
Alrededor del año 1000 D.C. se produjo el
renacimiento del imperio hasta el siglo XV en que continuas guerras lo hicieron
dividirse en pequeños Estados. Este segundo imperio fundamentó sus sistemas
agrícolas en los conocimientos de sus antecesores.
Parece ser que el Nuevo Imperio Maya influyó en
la civilización de los Toltecas. El impresionante pero efímero imperio Tolteca
se basaba en los tributos exigidos a sus conquistados y en un sistema de
explotación agrícola. En el siglo XIII se desmoronó el imperio dando paso a la
cultura azteca.
c)
Civilización Inca
En América del Sur el Imperio Inca creó una
civilización de notables relieves cuyas características merecen especial
mención. El auge del Imperio se ubica desde el quinto Inca (Capac Yupanqui,
1276-1361) hasta la conquista española.
Dado que a la llegada de los españoles el Imperio
Inca se encontraba en su apogeo, se pudo obtener mayores antecedentes de sus
sistemas culturales. Por esta razón, a continuación, se tratará con más
detalles los aspectos relevantes de los sistemas agrarios de esta cultura.
En primer lugar es necesario hacer luces sobre la
cantidad de habitantes de esta civilización. Como afirma Ponce Sangines,14 “el
tema concerniente al monto de la población es objeto de controversia”. Las
cifras fluctúan notablemente entre 3 y 32 millones,15 pero la mayoría de los
autores ha dado cifras que varían entre 10 y 16 millones. Un exhaustivo estudio
realizado en 1955 calcula que a fines del siglo XV la población del imperio era
de 12 millones.
La civilización Inca, al igual que la Maya, operó en
distintasecorregiones, en distintos pisos térmicos y en distintas subregiones
de humedad dentro de cada piso térmico. Pese a que esta civilización ocupó
espacios muy diferentes la organización del imperio fue uniforme. Su economía,
básicamente agrícola, se fundaba en un “comunismo agrario, rigurosamente
aplicado que regulaba el derecho de los indios a las tierras, así como sus
faenas e impuestos; por medio de una colonización metódica se conseguía que se
cultivaran comarcas anteriormente eriales”.
El operar en distintas regiones diferenció
fundamentalmente al imperio Inca de las civilizaciones de manejo de excedentes
de agua, que operaron en un clima homogéneo e hicieron poliproducción en cada
predio.
Aquí las posibilidades fueron tan variadas que
los cultivos básicos eran el maíz en las áreas de menos altura; la papa; la oca
(Oxalis tuberosa), la quinua (Chenopodium quinoa), ulluco, cañihua tarhui, en
las zonas altas.
En las áreas de la costa, además, de maíz, al que
se le sacaban dos cosechas al año, se cultivaba la yuca (Mamihot utilissima) y
la batata o camote (Beteta edulis).
El cultivo industrial base era el algodón.
Habían, además, en la parte selvática húmeda, importantes plantaciones de coca
(Erythooxylos coca) para uso de todo el imperio.
El punto central es que esta civilización al
operar en un espectro ambiental muy diverso tuvo como condicionantes
ambientales la energía del relieve y la escasez de agua. Pero pese a la
diversidad de condiciones los incas nunca consiguieron dominar la selva.
Un hecho notable del imperio incásico fue la
tecnología usada con respecto al suelo y al agua. Dada la aridez del clima, se
aplicaba riego en muchas áreas, lo que se podía realizar por las obras de
acumulación y captación a nivel de conducción del agua y por tecnologías en los
sistemas de riegos a nivel predial.
Con relación al suelo, dada la geomorfología
existente, construían terrazas con el objeto de evitar el cultivo en pendiente.
Además, en la costa una práctica usual era abonar con productos del mar o con
estiércol de camélidos. En el interior, debido a que no existía abono y el
estiércol se usaba para combustible, los suelos eran rotados y se les dejaba
descansar.
Es importante destacar cuatro espectros
sobresalientes del estilo de desarrollo prehispánico de los imperios agrarios,
tomando como ejemplo el incaico, aspectos que están relacionados con la
conservación y racionalización del uso de los recursos.
El primero es la eficiencia con que articularon
distintas ecorregiones, es decir, zonas que esencialmente tienen las mismas
condiciones climáticas para producción animal y vegetal, obteniendo alta
diversidad de productos, y compensando las extracciones de una con los
productos de otras ecorregiones. Esto obligó a desarrollar una elaborada
tecnología de construcción y manejo de un sistema de carreteras de más de 10 000 km que ligaban,
porque, Mendoza y Santiago con Tumbez, Cochabamba y
Lacatunga.
El segundo se relaciona con la dinámica
organizativa en la agricultura, en términos de una relación dialéctica entre
los componentes individuales mínimos (las unidades familiares) y la comunidad
compuesta de éstos en conjunto, que administraba el territorio usufructuado por
ellos como una unidad.20 En realidad, el tratamiento científico que daban los
Incas para resolver sus problemas de producción y reproducción, según Earls 21
combinaba: a) una ciencia de orden de sistemas en general; b) una ciencia
“termodinámica” de las transferencias eficientes de energías entre la sociedad
y la naturaleza; c) una ciencia de comunicaciones que empleaba mecanismos
sofisticados para establecer equivalencias entre diversas zonas ecológicas de
producción; y d) una astronomía que servía no sólo para las mediciones propias
de su área del saber, sino de organización científica de la sociedad en
general.
El tercer aspecto, tiene relación con la
orientación y regulación colectiva de la producción andina. A este respecto,
Mayer,22 señala: “Lo que ocurre en realidad es un constante proceso de
interactuación entre el
individuo y la comunidad en la cual las reglas de
uso surgen de un consenso común de que ésta es la mejor manera de organizar la
producción, la posterior disconformidad de algunos que se organizan para
contravenir y abiertamente cuestionar estas reglas, para luego elaborar un
nuevo concurso que incorpore los puntos propuestos para este grupo, y así
sucesivamente van conjugándose intereses individuales con los comunales en el
normal proceso político del manejo de los recursos comunales”.
Este proceso dialéctico de regulación y
readopción del uso de los recursos sirvió como base para estructurar un sistema
que maximice los recursos disponibles y los conservase. Todo esto “dentro” de
la comunidad; los investigadores poco aportan a las fuerzas de trabajo
dispuestas para las tierras del Inca y para las sacerdotales tierras del sol,
así como al estudio de los flujos de excedentes desde la comunidad a la clase
dominante y la forma de regulación de estos excedentes. Posiblemente explorar
estos flujos, sobre
todo en los pueblos dominados, explicaría el
sobreuso del suelo que hicieron determinadas comunidades.
El cuarto aspecto que se desea destacar, es la
tecnología empleada, que tendería a: selección de cultivares;
adecuación fisicoquímica del suelo a cultivar;
uso de fertilizantes; creación de herramientas que permitían mejorar y
conservar la estructura del suelo; prácticas de riego; prácticas de laboreo
destinadas a evitar la evaporación y erosión del suelo; tratamiento bioquímico
de las semillas para obtener una mayor cosecha; tratamiento de las semillas
para evitar su infección; protección fitosanitaria mediante cultivos asociados
o intercalados laboreo intenso de cultivo; técnicas de previsión metereológicas
y del clima, que incluía la determinación de la época de siembra y selección de
variedades.
De estas tecnologías, algunas eran dominadas en
tal profundidad que es necesario una mención especial. Las previsiones
climáticas para condicionar las fechas de cultivos y cosechas, demostraron que
los Incas
tenían un acabado sistema basado en la tradición
y en la observación científica de la naturaleza.
A este respecto, “el sistema inca de previsión
del clima se sustentó en siete grupos de variables, con intensificadores y
restrictores”.24 Las variables del tiempo como calor, lluvia, tormentas, nubes
y vientos en función de sus formas, colores, etc., fueron usadas para las
previsiones inmediatas. Otras variables se refirieron al comportamiento del
mar, a las fuerzas cósmicas (brillo de las estrellas, etc.) y al comportamiento
de la fauna (hoy, etología).
Además, las distintas reacciones de la flora
autóctona eran minuciosamente observadas (hoy denominado comportamiento
fenológico).
El otro aspecto tecnológico relevante es el
relacionado con las fuentes alimentarias y la nutrición, aspecto ligado a la
estabilidad de los ecosistemas. En efecto, el poblador pre-hispánico dispuso de
una mayor variedad de alimentos que los que actualmente se cultivan, pero, no
obstante, utilizó un alto consumo de plantas silvestres y capturó la fauna en
forma planificada, lo que influyó en la conservación y mantenimiento de ella
(vicuñas y guanacos) al mismo tiempo de abastecer de proteínas al poblador.
Las prácticas alimentarias eran muy completas y
consultaban conservación, ablactación y selección en base al poder nutritivo.
Sorprende el crecimiento de cultivos o plantas cuyo poder nutritivo era muy
alto.
Además, a ella sumaban un conocimiento
fisiológico avanzado. Al respecto Antúnez de Mayolo25 afirma que la
comprobación en cuanto al rendimiento energético puede ser sencillo, pero “el
conocer los efectos de respuestas a los alcaloides, esteroides y otros
principios activos contenidos implicaba un conocimiento fisiológico profundo”.
El mismo autor incluye una tabla donde calcula la
dieta inca per cápita, obteniendo la cantidad de 2 420 cal muy superior a la
meta internacionalmente aceptada de 2 183. Aunque no se detalla la metodología
empleada lo que lleva a considerar un margen de error, la cifra tiende a
confirmar lo que es usual escuchar corrientemente: que los indígenas del
Imperio Inca tenían una alimentación superior a los del actual mundo civilizado
del área altiplánica.
Lo que modela del estilo del desarrollo incásico,
fue una poliproducción integrada de distintas ecorregiones, la posibilidad de
establecimiento de un sistema social con clases de especialistas de dedicación
exclusiva no ligados directamente a la producción de alimentos (sacerdotes,
artesanos, mineros) y una organización del universo productivo en un ciclo
anual, dentro del cual el calendario agrícola y la caza, pesca y recolección
planificadas, eran las facetas más importantes.
El estilo inca puede resumirse en intensivo de
mano de obra, de alta diversidad productiva por ecorregiones, y de ajuste
racional a la oferta de recursos con una combinación de producción agrícola
intensiva, caza, pesca, y recolección.26
Estos antecedentes dados sobre las poblaciones
pre-hispánicas y particularmente sobre la cultura Inca, llevan a concluir que
hubiera sido altamente positivo el tratar de incorporar el acervo de
conocimientos e integrarlos a las disciplinas científicas específicas. El largo
camino de ecología ya había sido recorrido hace siglos.
- La conquista y colonia: la destrucción para la nueva estructura de expoliación
En el período de la conquista y colonia la forma
en que América Latina fue “ocupada” por los nuevos dueños se basó en dos
falacias fundamentales: la primera, la creencia de que tanto la cultura como la
tecnología de los pueblos sometidos eran inferiores y atrasadas con respecto a
la europea y, la segunda, que los recursos del nuevo continente eran
prácticamente ilimitados. De esta forma se justificó plenamente la destrucción
y eliminación de las formas y sistemas preexistentes. Además, al considerarse
los recursos ilimitados, no hubo mayor preocupación por la tasa de extracción
de éstos.
a) Destrucción y colapso demográfico
El período colonial de la historia americana se
caracteriza por la descomposición de la estructura social y económica de las
culturas precolombinas, por la ocupación del espacio por parte de los
conquistadores y por el uso de las nuevas tierras. Este uso impuso nuevas
formas de organización, introdujo tecnologías, desechó sistemas de producción
tradicionales, estableció nuevas estructuras productivas.
La diferenciación en las formas de ocupación del
espacio en los sistemas adoptados se explica en función a las diversas
estrategias establecidas por el europeo según el rol minero y agrícola de cada
región y en particular, en función de la respuesta de los grupos y culturas
indígenas.
En efecto, el desarrollo social y económico de
ciertas sociedades precolombinas y en particular la jerarquización y
estructuración del poder de estas sociedades posibilitaron la utilización
parcial de esta organización y estructura y, sobre todo, el sometimiento del
indio sedentario arraigado a la tierra. Pero, por otro lado el indio nómade,
cazador o pescador, con una baja productividad y sin organización social ni
costumbre de transferir el excedente, no pudo ser asimilado a un sistema
sedentario lo que produjo su esclavización o el enfrentamiento entre los
dominadores y los grupos étnicos que se revelaron. Esta hipótesis parece
explicar la actitud y posición de los europeos, aunque deben tomarse en cuenta
factores que dicen relación con la mentalidad española nacida de sus luchas por
la expulsión de la dominación árabe que fue transferida a América. Como dice
Enrique Florescano,27 “Los ocho siglos que duró la reconquista de la península
española fueron un antecedente importante, una preparación histórica en
la conquista y colonización de las tierras americanas. Cuando los españoles
comenzaron a invadir el Nuevo Mundo, emprendieron su conquista con la idea de
propagar y defender la fe católica, de extender los dominios de la Corona y ganar fama, honra
y riqueza para ellos. La reconquista peninsular les había proporcionado,
además, una ideología que justificaba su expansión: la teoría medieval sobre la
justa guerra de cristianos contra infieles”.28
Aunque hubo áreas y regiones en donde se
estructuró una organización social en torno al desarrollo agrícola, en términos
generales, primó el sentido “minero” de la explotación. La riqueza “visible”
era la minería; los grandes imperios tenían una estructura de explotación en
funcionamiento. Para poder apropiarse de esta estructura los conquistadores
tuvieron inevitablemente que provocar una catástrofe demográfica, cosa que
sucedió en el siglo XVI.
El número de indígenas se redujo abruptamente en
toda Latinoamérica, tanto por la sofocación de las rebeliones, por los
desplazamientos poblacionales, la desorganización de la producción de alimentos
y las epidemias. La destrucción y desarticulación de las culturas vencidas tuvo
caracteres de genocidio.
Además, de la matanza directa, un alto porcentaje
murió debido a la introducción del paludismo, sarampión, viruela y fiebre
amarilla.
Los datos de Denevan31 y Parsons,32 asignaban a
América Latina 150 millones de habitantes. Santo Domingo, a la llegada de los
españoles tenía 8 millones, cifra que se volvió a alcanzar recién en 1977 (Cook
y Borah).
En todas partes la disminución de la población
aborigen fue extraordinariamente abrupta, los nativos parecían morir con el
“aliento de los españoles”,34 Cook y Borah estiman una disminución del 90 al
95% de la población original de América Latina, es decir, un total cercano a
130 000 000 de personas en un período de un siglo.
En la “tierra caliente” de las costas del Caribe,
la despoblación fue completa y donde había montañas contiguas, los indígenas
escaparon a un nuevo ambiente (la tierra templada de media montaña). Hoy
sobreviven algunas culturas de tierra caliente por encima del piso de café en la Sierra Nevada de
Santa Marta, Colombia, como los coguis, araucos y malayos, después de 400 años
de adaptación a una oferta ambiental totalmente distinta a la de la
preconquista.36 Se estima que la población mexicana que habría alcanzado los 16
millones en la época de la conquista, estaba reducida acerca de un décimo de
ese total, un siglo después.37 En las Indias Occidentales, las poblaciones
fueron arrasadas en 50 años y fue necesario
importar indios esclavizados del continente. El
Darién de Panamá, hoy despoblado, alojó hasta 800 000 pobladores (Sauer).38 El
valle del Sinú, en Colombia (Gordon),39 y la costa caribe de Costa Rica,
también albergaron una población superior a la de hoy día.
En esta declinación, la desintegración social
desempeñó un papel por lo menos comparable con la introducción de enfermedades
europeas.40 “El nadir del número de indígenas parece haber ocurrido en la
mayoría de las regiones entre 1570 y 1650” (Parsons).
Las consecuencias de la catástrofe demográfica
fueron la destrucción de actividades productivas ajustadas al ambiente, la
desaparición de la clase de los sacerdotes que tenían el conocimiento empírico
más evolucionado y con ellos, de técnicas y tácticas ecológicamente apropiadas.
b) Orígenes de los sistemas de tenencia predominantes
La forma utilizada para llevar a cabo este
poblamiento y ocupación tiene gran importancia ya que dio origen a las formas
embrionarias de uso de los recursos. Los modos de producción creados
trasuntaron los objetivos de las metrópolis.
R. Mellafe41 al hacer alusión a los mecanismos de
apropiación de la tierra se refiere al hecho de que los espacios cultivados en
los primeros años del Virreinato del Perú fueron mucho más reducidos que las
fronteras ecológicas del Imperio incaico. Ello por varias razones. Se
abandonaron muchas “tierras nuevas” ganadas a la selva o por la sequía que
estaban a cargo de los grupos de mitimaes colocados por los incas, debido al
desconcierto provocado por la conquista. Los indígenas tendieron a volver a sus
tierras, dejando las nuevas abandonadas las que volvieron a ocuparse muchos
años después.
Además, de este fenómeno la irrupción hispana
rompió el aprovechamiento vertical de las economías andinas, desintegrando el
autoabastecimiento que existía. El cambio de estructura y la disminución de la
población impidieron que las comunidades se ocupasen de áreas más alejadas.
Debido a las razones expuestas y, en
consecuencia, a la inexistencia de mercados agrarios, al principio no hubo
avidez por la acumulación de tierras y posteriormente fue fácil apropiarse de
los espacios abandonados.
La conquista y la expansión en la época colonial
se realizaron en función del financiamiento privado de la empresa bélica
combinada con premios, concesiones, atribuciones y privilegios para los
conquistadores.
La Huesta Indiana (empresa privada de la conquista)
estuvo regulada por el Estado y se basaba en la rápida recuperación del capital
invertido. Varias son las complejas formas de retribución de los servicios
prestados; tres interesan en particular, pues son el origen de las relaciones
técnicas y sociales de la agricultura y del latifundio latinoamericano y, por
ende del uso de los recursos: las mercedes, las donaciones directas y las
encomiendas. Las donaciones directas fueron concesiones otorgadas por distintas
causas, particularmente retribuciones de servicios de guerra. Es lógico que
éstas no se circunscribieran a los límites establecidos, sino que, dado el poco
control que se tenía sobre ellas, se expandieran originando latifundios.
Las mercedes de tierras, con título real, se
otorgaron en usufructo con la sola exigencia de que fuesen cultivables. La Corona se reservó la
propiedad, pero al pasar de los años estas extensiones fueron cercándose y
paulatinamente empezaron a considerarse propiedades privadas. Además, la
consolidación de una clase dominante, normalmente interrelacionada entre grupos
latifundistas y mineros, sentó las bases para legalizar la concentración de la
tierra. La necesidad de transferencia de excedentes generados por la tierra
influyó en la ausencia de una mentalidad conservacionista.
Las encomiendas se originaron, no en función del
usufructo o de la propiedad de la tierra, sino en la asignación de un grupo de
indígenas a algún conquistador con el objeto de que éste le sirviera de
protección y que posibilitara su educación. La encomienda derivó a la
usurpación de las tierras de los indígenas y a la sobreexplotación de ellas, al
sometimiento de las indios a un régimen esclavista y, consecuentemente, a la
creación de un excedente económico para el encomendero que le posibilitó
ascender económica y socialmente.
Hubo variantes sobre estas formas básicas que
originaron la concentración de la tierra, pero todas ellas tendieron a
establecer un sistema señorial que fue la base de la estructuración de clases
en Latinoamérica.
La declinación relativa de la minería, las
transfusiones de intereses mineroagrícolas y, sobre todo, el estatus social
preferencial del terrateniente, contribuyeron a consolidar esta estructuración.
c) Las
estrategias del uso de los recursos
Es necesario revisar cuáles fueron las
principales características de este período, en relación a las actividades
básicas en la expansión de ocupación de la tierra en Hispanoamérica y, por
ende, en la prioridad del uso de los recursos.
El interés de los españoles en América Latina se
centró en las regiones con mayores posibilidades en la explotación de
minerales. México y la región del Altiplano, Perú y Bolivia, atrajeron las
principales empresas y esfuerzos.
El desarrollo de México de basó en el desarrollo
de las minas de plata. Este desarrollo condicionó la ocupación del espacio
circundante. J. Arlegui en sus “Crónicas de la providencia de N.S.P.S.
Francisco de
Zacatecas”, en 1737 afirmaba: “A todos los
minerales ricos que se descubren luego acuden (los españoles) al eco sonoro de
la plata ... y como el sito en que descubren es infructífero de los necesarios
mantenimientos logran los labradores y criadores de los contornos el expendio
de sus semillas y ganados, y como éstos solos no pueden dar abasto al gentío
que concurre se ven precisados otros, o por la necesidad o la codicia, a
descubrir nuevas labores y poblar nuevas estancias de ganado aun en las tierras
de mayor peligro de los bárbaros, disponiendo Dios por este medio que aunque
las minas decrezcan, quedan las tierras vecinas con nuevas labores y estancias
bien pobladas y con suficiente comercio entre sus pobladores”.
El fenómeno descrito se repitió en México en toda
la “faja de plata”.
Los descubrimientos de minas exigieron producción
de alimentos y además, tracción animal para que funcionaran los ingenios
metalíferos y se transportaran las provisiones y productos. Esta acción
transformó el norte de México subiendo desde el triángulo ciudad de México,
Guadalajara y Zacatecas. En el mapa 2 se puede observar el desarrollo de la
actividad agropecuaria en México.
En el siglo XVII el autoconsumo fue la actividad
generalizada y base del aumento poblacional. Pero este autoconsumo chocó con la
expansión de los cultivos de exportación, los que hacían normalmente los latifundistas.
El autoconsumo tuvo como cultivos principales el maíz y los frijoles.
Las Antillas españolas se orientaron en un
comienzo hacia el mercado mexicano en función de la ganadería. Pero, en el
siglo XVIII se produjo una expansión notable por la introducción y el auge del
tabaco y del azúcar, especialmente en Cuba. Ya no fue México el destino de la
producción sino la
Península Ibérica.
Lo sucedido con las Antillas españolas se repitió
en toda Hispanoamérica: una forma de orientar la producción desde cada colonia
hacia España, sistema que se tradujo en la fragmentación de zonas económicas en
que predominaba algún cultivo o rubro dado. Esta especialización económica
estuvo en parte influenciada por la notable disminución demográfica del siglo XVII
que indujo a modificaciones sustanciales en el sector agrario. Se descartaron
determinados cultivos que absorbían mano de obra, por otros más extensivos.
Esto sucedió en toda Latinoamérica y fue el primer paso para la creación de una
reestructuración social: el reemplazo parcial de la comunidad indígena por la
hacienda, la unidad de explotación del suelo dirigida por los españoles.
En América Central el crecimiento económico fue
más lento que el constatado en México y las Antillas. En Guatemala, se consolidaron
las grandes haciendas y comunidades indígenas fuertemente señorializadas. En
Honduras y Nicaragua sólo es dable destacar la ganadería extensiva, y en Costa
Rica, en función del aporte de los colonos gallegos, se desarrolló, a partir de
la mitad del siglo XVIII, una agricultura de autoconsumo. El comercio
internacional se centró en el único rubro de exportación: el índigo.
En la complejidad de Nueva Granada se
entremezclaron funciones económicas y geopolíticas, básicamente por ser el
centro del poder militar español. Su principal producto de exportación fue el
oro. Su agricultura se orientó al autoconsumo destacándose el trigo.
Al este, Venezuela mostró en esta época, mayor
dinamismo e integración. Sus más importantes rubros fueron el cacao, el índigo,
el café y el algodón. La costa fue predominantemente plantada con cacao. En la
periferia montañosa y los llanos se desarrolló
una ganadería que posibilitó exportar mulas y ganado para las Antillas y
animales de consumo para la costa.
El Virreinato de Lima basó su economía en la
minería, especialmente de oro y plata. Pero los grandes centros mineros en Alto
Perú, unidos a las decisiones de separaciones administrativas (Virreinato de la Plata) crearon una economía,
particularmente de subsistencia, basada, también en la actividad agrícola.43 Y
aquí es dable destacar la diferenciación notoria entre la costa y la sierra. En
la costa se siguieron aplicando los antiguos sistemas de irrigación
realizándose una agricultura hacia el mercado hispanoamericano: aguardiente,
vino, algodón, azúcar y arroz. La sierra tuvo una doble función; por un lado,
atención de los centros mineros y, por otro, agricultura de subsistencia. Esta
agricultura se basó en el maíz y la papa y una ganadería muy particular, de
camélidos y ovinos. La agricultura tradicional sintió el impacto de las nuevas
tecnologías. Como afirma Ponce Sangines, C.44 “la introducción del arado tirado
por bueyes, con reja de hierro, repercutió en la preferencia para el cultivo de
terrenos más o menos amplios y algo llanos que posibilitaban la manipulación,
desdeñándose las terrazas erigidas durante el período precolombino, dispuestas
en los flancos de los cerros y que eran más aptas por su mayor proporción de
materia orgánica y en las cuales se empleaba el tirapie”. De esta forma se
abandonaron las laderas y las terracerías poco a poco fueron desapareciendo.
Posteriormente al volverse a ocupar no se respetó esta clara medida
conservacionista.
En torno al Virreinato del Perú estaba Quito y la Capitanía General
de Chile. La costa quiteña se cultivó con cacao que se comercializaba a través
de Guayaquil hacia ultramar. La sierra predominantemente indígena continuó
orientada hacia el autoconsumo; en ciertos microclimas se cultivó el algodón y
el trigo en las zonas más frías.
Chile tenía actividad, en el siglo XVIII, tanto
en su minería como en su agricultura. Amplias áreas fueron cultivadas con trigo
que se colocaba en el mercado limeño. La resistencia araucana duró tres siglos
y significó para la Corona
la mayor inversión de recursos materiales y humanos cuantiosos. El territorio
araucano se incorporó considerable tiempo después de la independencia.
En el Río de la Plata, Buenos Aires canalizó la actividad del
crecimiento del litoral y de las tierras de su contorno y Santa Fe. La
expansión ganadera de estas áreas se vio limitada por la acción de los
indígenas y sólo una parte de la pampa húmeda se trabajó en forma de haciendas.
El este del Paraná en el siglo XVIII creció en
forma impresionante. La labor de los jesuitas permitió disponer de mano de obre
guaraní pacificada.
La producción de las misiones se centró en la
yerba mate y en el algodón.
Después de la expulsión de los jesuitas, Misiones
decayó notoriamente y transfirió su anterior auge al Paraguay al que incluso
llegó la expansión ganadera del sudeste brasileño.
Las tierras mediterráneas de alta aptitud
tuvieron una marcada actividad económica: Cuyo se especializó en la producción
de vinos y Tucumán y las áreas contiguas combinaron la producción de cultivos
tropicales con una ganadería que servía tanto al Alto Perú como al litoral y
Buenos Aires.
Ésta es la orientación del uso de la tierra en
Latinoamérica en la época de la colonia. Es necesario agregar que la relación
hombre/tierra fluctuó notoriamente y que su distribución fue muy dispar en el
espacio y en el tiempo. Desde mediados del siglo XVI la población volvió a
expandirse, pero a una tasa reducida. A mediados del siglo XVIII México llegó a
tener 3 millones de habitantes y más de 6 a principios del siglo XIX, Nueva Granada
llegó al millón de habitantes a fines del 1700, más de medio millón en Quito y
cerca del millón en Chile.
d) Explicación
del deterioro de los ecosistemas
En la conquista y la colonia la estrategia
extractiva hacia la metrópolis se centró en la actividad minera. Aunque los
cultivos tuvieron gran importancia para el autoconsumo y para la exportación,
las superficies cultivadas comparadas con las de hoy día, eran muy limitadas.
La demanda para autoconsumo estaba circunscrita a las necesidades de una
población muy reducida y la exportación estaba supeditada al transporte y a las
limitaciones de la demanda internacional. Hay que recordar que la gran
expansión de la frontera agrícola no se produjo en estos períodos sino que en
la segunda mitad del siglo pasado y, especialmente, durante el actual siglo.
La actividad agrícola, limitada en superficies se
practicó en torno a los núcleos urbanos y en las plantaciones para exportación.
Los sistemas de explotación y el convencimiento de contar con suelo
ilimitadamente fueron factores que influyeron en métodos culturales reñidos con
la conservación.
Nace la interrogante del porqué se constataron
procesos erosivos en áreas que ya tenían agricultura antes de la conquista
ibérica. La respuesta hay que buscarla en la integración del medio ambiente que
tenían las civilizaciones precolombinas a sus procesos de desarrollo. El suelo,
el bosque, el agua eran parte integrante de la cultura; conservarlos era
prolongar la vida. Para los colonizadores, estos recursos sólo debían servir
para cumplir los roles complementarios de la explotación minera.
Cabe, además preguntarse el porqué de tantos
ecosistemas deteriorados en un período en que el principal proceso de
artificialización ecosistémica, la agricultura era muy limitada. La actividad
minera demandaba ingentes cantidades de energía, lo que indujo a utilizar los
bosques. Todos los recursos forestales cercanos a las fundiciones fueron
consumidos. Las minas fueron abandonadas no porque se agotaran, sino por
problemas vinculados con volúmenes de agua necesarios para concentración y con
agotamiento del recurso leña para fundición.
En el norte chileno la incidencia de la minería
tuvo notables repercusiones en las transformaciones del paisaje. Como afirma
Pedro Cunill G.:47 “Primeramente, en cada mina y trapiche se asolaban los
recursos vegetaciones debido a las necesidades del combustible diario y a la
alimentación de las bestias. Debido a que con frecuencia se abandonaban estas
minas por su agotamiento el proceso de destrucción de los parajes se iba
repitiendo y/o sucediendo intermitentemente...”. Más importante aún fue el
despojo de la madera local para uso de las fundiciones, que se aceleró en el
siglo XVIII. La localización de estos ingenios de fundición, dispersos y en las
proximidades de las minas, explica un acelerado proceso de tala de matorrales y
árboles que servían como combustible, especialmente la jarilla (Adesmia
atacamensis), algarrobilla (Balsemocarpon brevifolium), algarrobo (Prosopis
chilensis).
Poco a poco se pasó de combustible de árboles a
leña de arbustales, tolares (la tola de la Puna) y aun a usar pastos perennes como el
ichu (Stipa ichu). No hay mina “antigua” en América Latina que no esté
rodeada de un halo peri-industrial de suelo desnudo sin combustible vegetal o
con combustible de muy bajo valor calórico. Ya en 1546, el primer Virrey de
Nueva España alertaba a su sucesor sobre la brusca caída de la oferta de
combustible vegetal en el valle de México.
El transporte de los productos hacia los puertos
o entre poblados se realizaba a tracción animal por lo que era necesario tener
caballos, mulas y asnos. Además, el ganado vacuno de origen español ocupó
grandes nichos vacíos o semivacíos de rumiantes de alta biomasa. En efecto,
desde los trabajos de Simpson, hasta el reciente avance de estudios
comparativos de África y América, ha llamado poderosamente la atención por sus
implicancias en la estabilidad de los pastizales, la ausencia en América Latina
de grandes rumiantes pacedores (adultos de 400 kg o más). El bisonte
americano no pasó los límites actuales de la frontera México-USA.
Los llanos tropicales tuvieron como únicos
rumiantes a los ciervos, y los subtropicales y templados, al guanaco. Ni los
ciervos ni el guanaco, ni ningún rumiante, formaron un eslabón trófico de gran
biomasa en las sabanas sudamericanas. Latinoamérica, en cuanto a rumiantes, se
caracterizó en el momento de la llegada europea por la dominancia de rumiantes
ramoneadores sobre pacedores; por las bajas densidades de hatos, distribución
muy laxa de manadas poco numerosas; por la baja biomasa de individuos adultos (150 kg como máximo); y por
la muy baja diversidad (10 especies de cérvidos en Latinoamérica frente a 89 en
África).
Recientes estudios en roedores:48 Dasyprocta,
Pediolagus, Lagostomus e Hydrochoerus, indican que América Latina el grueso
de la biomasa de mamíferos herbívoros estuvo representado por roedores de
grandes dimensiones. Ellos no ocupan el nicho trófico de los rumiantes, pero
tienen comportamientos semejantes a algunos pequeños cérvidos de África.
La existencia de nichos vacíos para grandes
herbívoros explica la explosiva multiplicación de caballos y burros salvajes y
vacunos criollos en las pampas del Cono Sur, en el Chaco, en el Pantanal
Matogrossense, en los llanos de Moxos de Venezuela y Colombia. Esa ocupación
explosiva del nicho por grandes pacedores especialmente vacunos y caballares
ocurrió no sólo en la llanura, sino en el páramo del Macizo de Santa Marta.
Estos hatos salvajes de vacuno y caballar, crearon un ecosistema seminatural
durante la conquista y la guerra contra el indio, a los que se les sumó además,
las jaurías de perros salvajes.
Los vacunos crearon una industria extractiva de
carne, sebo y cuero (las “vaquerías”), que se extendió durante dos siglos en la Pampa.
El indígena enriqueció su acervo cultural. A los
80 años de introducido el caballo cimarrón, apareció con una espectacularmente
rápida y eficiente cultura ecuestre, totalmente adecuada a sus actividades
guerreras, con rasgos inéditos de relación jinete-caballo (como domar,
conducir, educar y montar). El indio ecuestre, de alta movilidad, incorporó no
sólo nuevos elementos de combate, sino elevada capacidad de cazador y de
apropiador y manejador de vacuno cimarrón.
Ni la ocupación de los nichos de grandes
poseedores y carniceros por animales ajenos al ecosistema, ni la cultura
ecuestre indígena, han sido adecuadamente analizados desde el ángulo relación
naturaleza-sociedad.
En esa relación hay, en nuestra opinión, la
respuesta a muchas incógnitas ecológicas fundamentales sobre ciertos cambios
históricos de ecosistemas frágiles latinoamericanos. Por un lado, la
desaparición del pulso del fuego en ecosistemas semiáridos, por agotamiento de
excedentes de biomasa combustible.49 Por otro lado, la invasión de ecosistemas
leñosos en antiguos pastizales chaqueños, caribes y de la Caatinga y de las sabanas
semiáridas de México y suroeste de Estados Unidos. Para ello, el vacuno
vehiculizó en su tracto digestivo la dispersión de semillas indozoicas. Entre
los ecosistemas de instalación reciente en pastizales frágiles, se destacan:
Ø
Los mezquitales y trupillares (consociaciones de Prosopis juliflora)
que son invasores de pastizales en Estados Unidos, México y el Caribe
colombiano-venezolano.
Ø
Los huizachales (consociaciones de Acacia pennatula) de México.
Ø
Los vinalares del Chaco paraguayo-argentino.
Ø
Los fachinales de Acacia, Celtis y Ruprechtia del
Chaco y sus equivalentes de la
Caatinga.
Ø
Los palmares jóvenes de Copernicia en la Caatinga y el Chaco.
Ø
La moderna expansión del espinillo o ñandubay en el oriente chaqueño y
del caldén en el borde de la
Pampa.
Las condiciones clima-edafológicas aceleraron
procesos de diseminación, invasión y cicatrización. La eliminación de las
culturas caribes y taironas del trópico, fue seguida por una sucesión
secundaria de selva rapidísima. Lo anterior ha sido documentado por Gordon,50
en Colombia, Bennet, en Panamá y Sauer.
En 100 años, en el trópico se reconstituye una
selva secundaria de Ochroma (balso), Cecropia (embauba), Cordia
y Swietenia (caoba). La rapidez de invasión de la selva en
ex-cultivos indígenas de yuca y maíz, puede evaluarse pensando que Portobelo en
Panamá, estaba con selva secundaria cuando el pirata Dampier estuvo allí en
1684, y no quedaba señal alguna de la ciudad saqueada por Drake 80 años antes.
Mientras tanto, el litoral marítimo no dejaba de
ser afectado por la penetración de cazadores y pescadores. Pedro Cunill 52 en
su notable relato ya citado sobre lo sucedido en Chile afirma que a partir de
fines del siglo XVIII “se comienza a quebrar el equilibrio ecológico por la
feroz caza del cachalote (Physeter catodon), ballena (Eubalaena
australis), ballena azul (Balaenoptera musculus) y otras especies de
cetáceos”. Hacia 1788, también comenzó la caza de pinipedios y cazadores
norteamericanos e ingleses rápidamente arrasaron con los lobos de dos pelos (Arctocephalus
australis).
Este mismo autor calcula53 que a fines de la
colonia entre 1788 y 1809 se exterminaron más de 5 millones de lobos.
En conclusión, la conquista es el disturbio más
violento recibido por las sociedades locales y por los biomas de América
Latina. No obstante que el conocimiento del impacto social y ambiental de la
conquista ha estado tapado por un velo durante siglos, se ha empezado a hacer
luces y a analizar cuantitativamente el proceso histórico más destructivo de la
ocupación blanca de América Latina.
Sobre esa base, es aceptable afirmar que los
cambios étnicos, sociales, culturales, ambientales y ecológicos provocados por
la conquista son sólo comparables con los ocurridos en los últimos 40 años y en
algunos puntos más importantes para América Latina que este último período en
estos aspectos:
Ø
Destrucción de actividades productivas ecológicamente ajustadas;
Ø
Destrucción irrecuperable de recursos culturales;
Ø
Desintegración social;
Ø
Exportación de enfermedades para las que no había mecanismos de defensa
coevolutivos (incluso el paludismo);
Ø
Exportación de eslabones tróficos nuevos de enorme impacto en biomas de
pastizales (vaca, caballo, perro, cabra, oveja, porcino):
Ø
Destrucción de bosques y selvas.
Los resultados de esa acción en los ecosistemas
fueron:
Ø
Cambios extensos de cultivo a selva;
Ø
Cambios extensos de pastizal a arbustal;
Ø
Aparición de ecosistemas o partes de ecosistemas inéditos como la mediterraneización
del valle central de Chile, de la
Pampa argentina-uruguaya-brasilera, en cuanto a cultivos y
malezas.
3. Desde la
formación de los nuevos estados hasta la crisis de 1930
a)
Características del período
Las guerras napoleónicas produjeron tal remezón
en la estructura de los imperios ibéricos que fueron fundamentales para poner
fin a la era colonial. Además, las profundas transformaciones económicas
sufridas en Europa en el siglo XVIII incidieron en un cambio sustantivo en las
relaciones de poder de los imperios. La apertura de nuevas áreas al comercio
internacional posibilitó la acumulación de recursos financieros lo que
pavimentó el camino de la Revolución Industrial.
Las colonias, crecientes y algunas pujantes como
Nueva Granada y Río de la Plata,
necesitaban mercados para sus exportaciones e importaciones de productos
manufacturados. El mercantilismo europeo por sus barreras proteccionistas
impedía la importación de productos latinoamericanos. Por otra parte España no
proporcionaba los productos manufacturados que las colonias necesitaban. La
estructura del Imperio Español, que se había formado en torno a la explotación
minera, no había podido readecuarse pese a los esfuerzos realizados tanto en la
reforma económica como en la política administrativa. Y así, rápidamente las
colonias entraron en movimientos de liberación.
Además, en la independencia iberoamericana
influyó notoriamente el surgimiento de una burguesía, básicamente mercantil,
europeizante que “pretendió liquidar el pasado precolombino y colonial y que
buscaba integrar las distintas regiones en las corrientes del comercio
internacional en expansión”.54
Al respecto Sunkel y Paz afirman que “la
penetración de la
Revolución Industrial a través de un sector especializado de
exportación conforman un crecimiento de naturaleza diferente; ...Trátase
siempre de una actividad que descansa sobre la explotación de ciertos recursos
naturales con que ha sido favorecida determinada nación”.
Aquí se centra la característica fundamental de
este período: el esfuerzo de las nuevas naciones para incorporarse al
intercambio internacional en base a la oferta de sus recursos naturales. Las
economías, entonces, estuvieron estrechamente ligadas a las frecuentes y
violentas variaciones que experimentaron los mercados mundiales de productos
básicos. Sunkel y Paz afirman: “Las interrelaciones estructurales entre el
sector exportador y las actividades productivas más importantes y modernas del
sistema económico establecen así una estrecha relación entre la inestabilidad
de la actividad exportadora y el resto de la economía”.
De esta manera, el trato dado a los recursos
naturales sufrió los avatares de estas inestabilidades. La apropiación de los
recursos productivos por propietarios nacionales, en general, no influyó
mayormente para que el tratamiento de los recursos siguiese siendo “minero”. En
épocas de auge las posibilidades de enriquecimiento a corto plazo supeditaron
una tasa de extracción deteriorante.
b) Poder y
recursos naturales
El nuevo poder se estructuró en torno a la
posesión de los recursos naturales: tierra y minas. En Perú, Bolivia y México
el poder del Estado fue predominantemente minero. Perú y Bolivia paulatinamente
integraron el poder de la minería con el de la tierra. Sólo México hizo
excepción la que se manifestó en la profunda inestabilidad política del siglo
pasado. En las economías mixtas como la chilena las burguesías también
siguieron el camino de la integración minero-agrícola. En Chile, la Constitución de 1833
había entregado la totalidad del poder del Estado a la fracción latifundista,
pero progresivamente el sector minero en función del excedente generado fue
invirtiendo en la agricultura principalmente por la compra de haciendas.
En consecuencia, salvo el caso mexicano, el poder
se estructuró o en torno a la agricultura o en función de los acuerdos o la
integración entre los grupos agrícolas y mineros. Este hecho fue sumamente
importante en la ocupación del espacio y en la forma de intervención a los
ecosistemas, ya que los grupos latifundistas trataron los recursos de acuerdo a
las perspectivas político-económicas. Pero, la fuerza del poder estatal no fue
homogénea y centralizada. En el orden interno de cada país, hubo presiones y
lucha para establecer el dominio de una región sobre otra. Dos factores básicos
incidieron en ello: por un lado la importancia económica de una región con
relación a las otras y, por otro lado la posición espacial de la región como
catalizadora o acopiadora de las producciones de las otras. La obtención de una
mayor importancia económica dependió, en consecuencia, de la posibilidad de
exportación; así Perú no tuvo mayores problemas, pero Colombia se debatió en
luchas intestinas. La ubicación del puerto de Buenos Aires fue fundamental para
establecer el dominio de la zona litoral.
La reestructuración del poder tuvo una serie de
tropiezos debido a las dificultades para reorganizar un sistema productivo
acorde a las nuevas inversiones en el mercado internacional. En este sentido la
presencia inglesa, de gran importancia en la ruptura independentista, en el
período naciente de las nuevas repúblicas, se tradujo en la penetración de sus
intereses y, por ende, en la formación de los primeros vínculos de dependencia.
Estos vínculos fueron estrechándose cada vez más de manera de crear sistemas de
producción acorde a la evolución del desarrollo industrial inglés.
La historia de los cambios políticos
latinoamericanos está íntimamente relacionada con el auge de determinados
productos fundamentales que generaban el excedente económico.57 Así, en
Venezuela, la hegemonía conservadora sucumbió debido a la crisis cafetalera. En
Guatemala surgió un nuevo estilo político cuando se desarrolló la cultura cafetalera.
Honduras y Nicaragua dependieron del poder generado principalmente de la
actividad ganadera; El Salvador de la explotación del índigo; México después de
su liberación y pese a sus amplios recursos mineros, no pudo superar la crisis
del algodón y el país se debatió en largas luchas intestinas. En Costa Rica la
estabilidad política se organizó en torno a una clase media de productores
cafetaleros, los que resistieron cualquier intento de intromisión militar y
sentaron las bases de una democracia estable.
Países como Ecuador, Colombia, Brasil, parte de
México y Venezuela tuvieron comportamientos disímiles de acuerdo a las
variaciones de productos tropicales. Al azúcar y tabaco de siglos anteriores se
agregó la expansión del café y del cacao. Los cultivos tropicales sirvieron
para efectivizar la ocupación económica de los territorios, pero sus formas de
inserción en las economías de los países variaron notablemente. En Brasil, los
productos tropicales jugaron un rol importante en el desarrollo; la estructura
social dependió de su organización y los sectores de comercios y servicios se
organizaron en torno a la actividad agrícola. Pero en otros países,
especialmente los centroamericanos, la organización de los cultivos de
exportación combinó formas de inserción en la estructura económica y de
enclaves. Éstas no le dieron dinamismo al desarrollo y movieron flujos de
excedentes hacia los países centro.
La ampliación de la frontera agrícola de todos
estos países en particular en la primera mitad del siglo pasado, fue limitada.
Los cultivos tropicales ocuparon una reducida porción de los suelos agrícolas,
generalmente en el entorno de los puertos de embarque, Las áreas subtropicales
y templadas se organizaron normalmente en haciendas y la ganadería fue una actividad
fundamental. La penetración hacia las regiones tropicales casi no se produjo y
las selvas sólo sirvieron como fuente energética.
Perú desde mediados del siglo pasado dependió de
su nueva riqueza: el guano. Al lado de esta explotación puntual el país entraba
en un proceso de liquidación de las comunidades de tierras. Las haciendas de la
costa continuaron generando excedentes a partir del azúcar y del algodón.
A la decadencia del guano siguió el auge del
salitre en el sur.
La guerra del Pacífico consolidó la posición
chilena y creó graves problemas a la economía peruana. Los sectores mineros
chilenos, casi sin conflictos, innovaron en una sociedad hegemonizada hasta ese
entonces por los latifundistas de la zona central. El auge salitrero, la apertura
creciente del mercado internacional y la ausencia de contradicciones básicas
entre los grupos económicos dominantes, hicieron de Chile un país de
crecimiento sostenido y de estabilidad política, sólo rota en 1891 en la corta
guerra civil que culminara con el suicidio del Presidente Balmaceda.58 El poder
se había estructurado en torno a los latifundistas y la importancia relativa de
éstos fue siempre mayor que lo que se la hubiera asignado por su control en la
economía.
Cuba seguía siendo colonia de España y su
economía se basaba cada vez más en el azúcar. Sus bosques eran progresivamente
devorados para producir la energía necesaria de los ingenios. La mano de obra
esclava le permitía resistir los avatares del mercado.
En el resto del Caribe, la agricultura de
exportación siguió centrada en el azúcar y en menor medida en otros cultivos
tropicales.
El auge del café influyó notoriamente en las
zonas de aptitud para cultivarlo como las de Brasil, México, Colombia,
Venezuela, El Salvador y Guatemala. El ciclo del café estuvo ligado al problema
de la demanda y también a las especulaciones del sector intermediario y
financiero. En 1906 Brasil estableció un sistema preventivo contra la
sobreproducción, que aunque impidió una quiebra total, estabilizó el precio a
un nivel bajo. Las experiencias del Instituto del Café y el cúmulo de
contrastes experimentados sentaron las bases para que el sector latifundista se
dedicara a crear una organización de una estructura de poder cimentada en la
unión de los terratenientes.
En Argentina y Uruguay, al crecimiento del ganado
se unió el trigo y el maíz que fueron los cultivos básicos de la expansión
cerealícola. El espectacular crecimiento de los ferrocarriles hizo incorporarse
a Santa Fe y al sur de Córdoba a estos cultivos. En 1870 habían sólo 732 km de ferrocarril; en
1890, sólo 20 años después habían subido a 9 254 km59 El comercio de cereales
fue dominado por pocas firmas exportadoras. Los intereses comerciales unidos a
los grupos financieros de Buenos Aires hegemonizaron esta expansión. Los
núcleos ganaderos particularmente de la provincia de Buenos Aires mantuvieron
sus influencias y peso en la estructuración del poder político.
Estos grupos terratenientes tuvieron un excedente
tal que les permitieron hacer inversiones para las innovaciones tecnológicas:
los principales, apotreramiento y mejoramiento animal. Las excepcionales
condiciones ecológicas de la pampa húmeda y la estructuración de un sistema de
propiedad, el latifundio ganadero, que por definición subutilizar los recursos,
impidieron el deterioro que se dio en otros rubros como el café. Pero debe
señalarse que en las zonas periféricas de la pampa la explotación ovina ya en
el siglo pasado había tenido efectos selectivos deteriorantes.
A principios de siglo surgieron cultivos
importantes para la estructuración social, económica y política. En las zonas
bajas y húmedas de Centroamérica, en Honduras, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica
y Panamá y en Sudamérica, en Ecuador, Colombia y Venezuela, el banano se expandió
notablemente llegando a ser el principal producto de exportación de varios
países centroamericanos. La efímera explotación del caucho, como se verá más
adelante, también se incorporó temporalmente como un producto de exportación
del quebracho colorado, principalmente en el Chaco.
La evolución de la estructura productiva
latinoamericana influyó en el auge o decadencia de la hegemonía de determinados
grupos de terratenientes, en su capacidad para detentar parte del poder en las transacciones
políticas con otros sectores de la economía como la minería o con el capital
financiero y con los comerciantes y exportadores. Esta capacidad de negociación
o dominio tuvo sus bases en los sistemas y formas de tenencia de la tierra
originados desde la conquista y cuya evolución y consolidación se realizó a lo
largo de la colonia y del período postcolonial de las naciones independientes.
Es evidente que dentro del marco histórico que se
está exponiendo la estructuración de la tenencia se consolidó en Latinoamérica
en torno a las formas latifundistas. Ésta “constituyó el sistema básico de
dominación social apoyado sobre tres elementos: el monopolio señorial sobre la
tierra agrícola, la ideología paternalista de la encomienda y el control hegemónico
sobre los mecanismos de intercambio poder y representatividad”.
c) Acción
antrópica en los ecosistemas latinoamericanos
La ocupación del espacio latinoamericano y la
forma que se usaron los recursos naturales fundamentalmente agrícolas siguieron
afectando en mayor o menor medida los ecosistemas latinoamericanos.
Una característica fundamental fue la
penetración: ésta se hizo preferentemente desde el litoral, sea marítimo o
fluvial hacia el interior.
Esta norma tiene varias excepciones. Los centros
mineros se explotaron independientemente de la lejanía de la costa. Además,
algunas áreas de climas templados o incluso subtropicales pese a estar a gran
distancia de la costa, se poblaron y explotaron. Es el caso de las áreas en
torno a las ciudades de origen español como Tucumán, Salta, Santiago del
Estero, Córdoba, etc.
Otra característica relevante de la intervención
de los ecosistemas es que ésta se realizó preferentemente en áreas templadas.
Puede señalarse a este período como el de la modificación e intervención de los
ecosistemas templados. La intervención tropical se limitó al área de influencia
de las costas y a la implantación de enclaves ecológicos con el algodón, café,
cacao, azúcar.
La organización y los sistemas de la agricultura
tuvieron mucho mayor injerencia que la minería en la estructuración social y
ocupación del espacio. El crecimiento de la industria minera de exportación
estuvo asociado a la desnacionalización de la misma, por lo que se desarrolló,
en la mayoría de los casos, en sistemas de enclaves.
Pero donde se desarrolló la minería, todos los
recursos forestales de la periferia se talaron para ser usados en las
fundiciones. Además, todas las áreas de praderas se sobreexplotaron debido al
sobrepastoreo que ocasionaron los mulares, asnos y caballares.
En Chile, al desarrollo minero se asoció el auge
de una agricultura privilegiada en cuanto a sus posibilidades de mercado en el
Pacífico.
Además, el auge del salitre creó un polo interno
de demanda de los productos del sur. Esto condicionó la continua expansión de
los cereales, particularmente el trigo. Amplias áreas se incorporaron a este
cultivo más allá de la aptitud real del suelo. Toda la cordillera de la costa
hasta la frontera araucana del sur se sobreexplotó, erosionándose gravemente.
Los trastornos ecosistémicos iniciados el siglo pasado aún persisten.
Los araucanos habían sido la barrera inexpugnable
que contenía el avance hacia los densos y ricos bosques del sur de Chile. Sólo
pequeños caseríos y misiones habían penetrado al sur de Valdivia desde los
fuertes.
Más de trescientos años de lucha habían servido
para preservar el nicho ecológico de este grupo étnico. La penetración de la
“civilización” se realizó con las enfermedades y el alcohol en una población ya
muy reducida. La colonización alemana penetró por el sur y fue “preparada”
limpiando el bosque para hacer agricultura. El gran naturalista Claudio Gay
escribía al respecto, en 1852 ...” no se encontró más recurso que el de
preparar el territorio de Llanquihue (una provincia chilena), desembarazado de
la mayor parte de sus selvas por un incendio que había durado más de tres
meses”.61 En 30 a
40 años desaparecieron cientos de miles de hectáreas de bosques de especies
nobles como alerce (Fitzroya cuppressoides), araucaria (Araucaria
araucana), varias especies de hayas o robles (Nothofagus sp.).
Además, raulí, canelo, olivillo, etc.
Bolivia basó su desarrollo en tres procesos
sucesivos que dependieron directamente de la disponibilidad de los recursos
naturales: primero, el desarrollo de la minería de la plata, ya analizada en el
período colonial; segundo, la constitución de la gran propiedad agropecuaria
del siglo XIX y, tercero, el desarrollo de la minería del estaño desde
comienzos del siglo XX.62 La gran propiedad boliviana que no estuvo ligada al
régimen agro exportador significó la destrucción del régimen de comunidades.
Esta destrucción tuvo notorias repercusiones en el Medio Ambiente. Los sistemas
del productor de comunidades altiplánico que habían heredado tecnologías
precolombinas de manejo y conservación de los recursos, fueron desplazados por
las técnicas europeas de labranzas y de manejo de ganado. Los frágiles
ecosistemas altiplánicos, altamente vulnerables a la acción antrópica,
rápidamente se deterioraron. Las condiciones semiáridas de ellos convirtieron a
muchas áreas en zonas con procesos crecientes de desertificación. La gran
propiedad al hacer dependiente a los pequeños agricultores y apropiarse del
excedente que generaban los obligó a sobreexplotar el suelo. La fauna autóctona
de camélidos tuvo que compartir sus recursos forrajeros con los ovinos y en
algunas regiones con los caprinos. Las vicuñas fueron diezmadas debido a la
alta cotización de su lana. A principios de este siglo esta especie ya podría
considerarse en vías de extinción.
Al respecto no puede dejar de mencionarse la
continua depredación que se realizó por efecto de la caza indiscriminada. Toda
América Latina fue afectada en la eliminación de muchas especies. Según
Federico Albert entre 1895 y 1900 se exportaron 1 685 400 pieles de chinchilla
en el norte chico chileno; hoy día esta especie sólo se cría en cautiverio.
En Perú, las áreas altiplánicas sufrieron un
proceso similar al boliviano. En la costa, los cultivos de azúcar y la
explotación del guano, aunque más puntuales, ocasionaron un impacto de acorde
con la intensidad que se realizaron.
La incorporación de los suelos de la pampa húmeda
a la ganadería se produjo bastante tiempo después de la independencia. Basta
citar que en 1872 la superficie cultivada (preferentemente con cereales) era de
sólo 600 000
hectáreas. Antes, las extensas pampas húmedas y
semiáridas estaban pobladas por ganado vacuno cimarrón. Éste se reproducía
libremente y continuaba diseminando las nuevas especies forrajeras.
La presión indígena hacía a su vez limitar la
actividad agropecuaria. En 1875 la línea de plazas fortificadas aún estaban
dentro de lo que hoy es la provincia de Buenos Aires.
En aquella época se fijó el concepto de frontera
agropecuaria: el límite entre las colonias de europeos (casi todas españolas) y
las tierras de los indios libres. Hasta fines del siglo XIX tanto a un lado
como al otro la actividad básica era la ganadería. A un lado, la cría
extensiva, al otro, la caza del ganado salvaje.
La pampa sufrió la paulatina transformación del
pastoreo. En la pampa semiárida el efecto del sobrepastoreo se dejó sentir
rápidamente, predominando una vegetación de gramíneas xerofíticas y de baja
densidad.
En la pampa húmeda los sistemas de quemas y las
plantas introducidas contribuyeron a transformar la vegetación. Se propagaron
muchas gramíneas europeas y africanas. (Poa sp. Cynodon sp, Panicum
sp, Pennisetum, Digitaria sp, Lolium sp, Avena sp,
Hordeum sp), así como alfalfa.
Las transformaciones alcanzaron también a la
fauna. Los hacedores continuaron reemplazando y expulsando al guanaco, ñandú y
ciervo.
En la banda oriental, en Uruguay, la pampa sufrió
las mismas transformaciones pero más lentamente. La tradición ganadera fue
mayor aquí que en Argentina; sólo en 1860 se empezaron a sembrar los primeros
cultivos de trigo y maíz por colonos suizos.
El interior argentino y particularmente sus
antiguas ciudades españolas se convirtieron en polos de desarrollo basados en
sus regiones naturales. Las provincias de Mendoza y San Juan continuaron
desarrollando la viticultura y fruticultura. Tucumán siguió durante el siglo
XIX siendo el gran productor de mulares para el transporte y ganado vacuno;
pero sus excepcionales condiciones climáticas hicieron esta provincia
productora de caña de azúcar. Santiago del Estero fue siempre la provincia de
tránsito. Tal como afirma B. Thomson, “al no poseer atributos ambientales se
estanca ya que no constituye ecológicamente espacio apto para la expansión de la
pampa húmeda”.64 En Córdoba también tuvo auge la cría del ganado mular para los
mercados mineros de Perú que se enviaban vía Salta.
La patagonia austral, poblada por indios
Tehuelches y Onas (y en menor medida por Alacalufes y Yaganes) se mantuvo como
territorio virgen hasta mediados del siglo pasado. Su desarrollo comienza con
el auge de los yacimientos auríferos, los que se agotaron rápidamente. A fines
del siglo pasado se introdujo el ovino cubriendo rápidamente todas las áreas
esteparias. El difícil equilibrio ecológico en una región de escasa
temperatura, con suelos muy delgados, con vientos intensos y continuos, con
escasa precipitación y con una vegetación predominantemente herbácea acorde a
estas condicionantes, fue rápidamente alterado por la acción selectiva del
ovino.
En Brasil es donde más se notó la penetración de
las áreas de climas templados. A mediados del siglo XIX el sudeste de Brasil
sólo estaba ocupado en los litorales marinos y fluvial. A partir de esta fecha
comenzó el movimiento de la frontera en función de colonizaciones europeas y
locales.
Ya a principios de este siglo parte importante de
los Estados de Río Grande do Sul y Santa Catarina se habían colonizado y
empezaba paulatinamente a desplazarse la explotación cafetalera de São Paulo al
interior y a la parte norte de Paraná.65
A este respecto refiriéndose a la época de fines
de siglo Tulio Halperín Danghi afirma: “En Brasil el café avanza sobre tierras
nuevas, cuya fertilidad agota; la zona cafetalera es una franja en movimiento
que deja a su paso tierras semi devastadas; ya en el momento inicial de la
expansión paulista, zonas enteras del Estado de Rio de Janeiro llevan la huella
de una prosperidad pasada para siempre junto con el vigor de la tierra que la
explotación cafetalera agota sin piedad”.66 Los márgenes amplios de la frontera
agrícola cafetalera posibilitaron esta expansión por un largo lapso sin que se
mellara el poder de los grupos hegemónicos.
En el nordeste la acción del hombre agravó
considerablemente la consecuencia de las “secas”. La fragilidad de esas
áreas áridas, intervenidas ya el siglo pasado por sobrepastoreo, se vio
agravada por sequías extremas.
Esto creó serios problemas a áreas más húmedas de
la costa o de la serranía por la emigración masiva de la población. (Sólo entre
los años 1877 y 1879 emigraron del Estado de Ceará cerca de 150 000 personas a
las que se les llamaba “flagelados” o “retirantes”.)67
Ya a fines del siglo pasado todo el polígono de
las secas presentaba grandes extensiones con notorios procesos de erosión y
además, con una vegetación deteriorada.
El caucho se explotó intensa y efímeramente en la Amazonia. Fue una
explotación silvestre cuya decadencia se produjo debido a la mayor
productividad y menor costo de las plantaciones de Malaya e Indias holandesas.
En Ecuador, Perú, Venezuela y Colombia los sistemas más primitivos que los
realizados por los “siringueiros” brasileños tuvieron nefastas consecuencias
por la afectación de grupos indígenas y la destrucción de los árboles.
El caucho natural lo produce el árbol Goma de
Pará (Hevea brasilensis) que es de primera calidad y Castilloa
elástiva que es de calidad inferior. A fines del siglo pasado entre 1890 y
1910 esta actividad atrajo a más de medio millón de habitantes. La explotación
de Hevea brasilensis (efectuada por “siringueiros”) no afectó mayormente
a los árboles debido a que a éstos se les sometía sólo a una sangría. Mientras
que la explotación de Casilloa elástica produjo serias alteraciones ya
que los “caucheros” debían cortar el árbol. Cuando el caucho declinó la
población se restableció y la selva cubrió sus claros con especies
cicatrizantes.
Más al norte, en Venezuela, a mediados del siglo
pasado se creó un sistema de ocupación de suelos agrícolas itinerantes de gran
impacto en la conservación de los recursos. El “sistema de Conucos” se originó
después de la abolición de la esclavitud y al final de la cruenta guerra
social.68 El desplazamiento de los campesinos de un lugar a otro, como forma de
agricultura itinerante de subsistencia se basó en la utilización de los
nutrientes de la vegetación que se incorporaban al suelo mediante la roza y/o
quema. De esta forma se aprovechaban ecosistemas creados en largos procesos de
evolución. Aunque en estas áreas la agricultura nunca se desarrolló e
intensificó, esta agricultura móvil fue muy deteriorante para el medio pues se
basó en un sistema absolutamente al margen de cualquier medida de conservación.
En los llanos el ganado se reprodujo libremente a
similitud de lo sucedido en la pampa húmeda con la diferencia que la
apropiación de rebaños creó el sentido de propiedad territorial de los
llanos.69
México, después de la independencia, presentó un
ritmo de transformaciones que afectó los variados ecosistemas que posee. El
norte árido continuó el lento proceso deteriorante de la ganadería extensiva,
agravado por sequías extremas.
La península de baja California fue poblada en la
segunda mitad del siglo pasado por latifundistas que intensificaron las
explotaciones ganaderas. Al sur volvió la caña junto al plátano, palmas,
cocoteros y mangos. Muchas minas se abrieron repercutiendo esto en los escasos
recursos leñosos.
En la meseta central la pérdida de las tierras
indígenas en manos de latifundistas se tradujo ya a mediados del siglo pasado,
en una expulsión de éstos hacia áreas marginales. Es en esta área donde se
manifestó con fuerza los procesos erosivos agravados por las condiciones
climáticas.
La llanura entre el Golfo y la Sierra Madre Oriental,
siempre atrajo la atención por la riqueza de sus recursos naturales. El “frente
de agua” o Anáhuac fue siempre dominado y celosamente guardado por pueblos
invasores. Sal y algodón que eran los principales productos que los Huactecas
enviaban al centro siguieron a fines del siglo XIX produciéndose pero
eclipsados por el petróleo. Los Huaxtecas, otro gran pueblo defensor de su
“nicho ecológico” tuvieron que retirarse definitivamente en función de la
penetración de intereses de alta influencia y poderío.
En la península de Yucatán la intervención ha
significado la explotación de las maderas preciosas de sus selvas. A comienzos
de siglo aún vivían en territorio mexicano algunos grupos de indios libres.
Centroamérica hay que dividirla en su zona
atlántica y pacífica. Las condiciones tórridas de la primera sirvieron de freno
a la penetración irrestricta de este territorio. En el Pacífico la situación
fue diferente, pues aquí se introdujeron mayoritariamente los cultivos
tropicales.
La historia de las islas del Caribe sigue las
particularidades propias de su relativo aislamiento en un marco diferente dada
la diversa influencia inglesa, española, francesa y holandesa. En una misma
isla, Haití, la separación en sus dos zonas culturales y los propios movimientos
libertarios se tradujeron en una relación hombre tierra muy diferente y, en
consecuencia, en un trato dado a los recursos también diverso.
4. A modo de epílogo
Los autores han tomado algunos aspectos
relevantes que se han considerado básicos para poder interpretar pasajes de la
historia de Latinoamérica desde una dimensión ecológica.
No han avanzado más allá de comienzos de siglo
debido a la complejidad del tema. La explosión demográfica, la crisis del 30,
el conflicto mundial último, las readecuaciones del mundo capitalista, los
impactos del progreso científico y tecnológico, la creciente importancia de la
energía, etc., son procesos y problemas tan amplios que escapan de las
posibilidades de estas notas.
Es necesario reflexionar sobre algunos aspectos.
La pérdida de casi todo el acervo cultural precolombino se ve agravada hoy día
por el conflicto entre lo “moderno” centrado en un estilo de desarrollo en
ascenso y lo “tradicional”. Mucho de lo tradicional contiene la amalgama de este
conocimiento precolombino con tecnologías y sistemas implantados por los
colonizadores.
El costo en vidas humanas y en recursos, muchos
de ellos desapercibidos, para poder implantar el “estilo de desarrollo”
ibérico, fue realmente impresionante. La penetración del estilo se realizó en
función del desplazamiento del estilo anterior. Se utilizaron las estructuras
de poder, la estratificación social, los grupos y castas preexistentes para
poder consolidar las nuevas formas de poder ascendentes.
El largo período colonial se identificó con una
explotación “minera” de los recursos naturales de América Latina. Todo hacia la
metrópolis o hacia “el centro”. La metrópolis sólo debió implantar una
organización social a veces armónica, casi siempre represiva, que le asegurase
el flujo de excedentes.
En el período de las naciones independientes hubo
un esfuerzo para vertir las ventajas obtenidas de la posesión de los recursos
naturales hacia el desarrollo de ellas. De todas formas los esfuerzos chocaron
con las formas imperialistas del momento.
Pese al esfuerzo por reencontrar las vías de
desarrollo en el patrimonio de cada una de las naciones, los principales modos
de producción siguieron atentando contra la conservación de los recursos. En
realidad, la concepción de la disponibilidad casi ilimitada de ellos, no
predispuso para proyectar a largo plazo el deterioro a que se les sometía.
El desconocimiento de América Latina de sus
ecosistemas y de sus funcionamientos aceleró procesos de deterioro que bien
podrían haber sido aminorados o evitados. Este desconocimiento se remonta a la
eliminación de la “inteligencia” cuando los conquistadores llegaron a América.
Aunque este conocimiento hubiese existido, el
aporte hubiese sido limitado si no se hubiera conceptualizado la relación
sociedad-naturaleza, no sólo desde el punto de vista teórico sino tratando de
interpretar los casos concretos que se dieron.
Por último cabe reflexionar si esta historia no
es sino la historia de la tasa de extracción de los recursos naturales, de las
formas foráneas de dominación, de las estrategias y las tácticas de penetración
del estilo ascendente, de las transformaciones de la ecología del paisaje. Es
necesario interrogarse sobre cuál es el grado de afectación y deterioro de los
ecosistemas, si cada día aumenta la población y las necesidades, si la tasa de
extracción se acelera, si se consolidan formas de penetración del capital
foráneo, si el nuevo estilo depredador se intensifica.
B. LAS CUENTAS
DEL PATRIMONIO NATURAL Y EL DESARROLLO SUSTENTABLE *
1. El
acercamiento entre la economía y la ecología
Se pensaba que muy pronto la contabilidad
patrimonial desempeñaría un papel protagónico en el instrumental
económico-ambiental. Sin embargo, la posibilidad de ponerla en práctica se ha
ido diluyendo tanto a nivel de los países como de los organismos
internacionales, debido a varios factores que se analizarán más adelante.
La idea de impulsar las cuentas patrimoniales, en
especial del patrimonio natural, surgió cuando se comprobó que la tasa de
crecimiento del producto interno bruto no tenía por qué estar relacionada con
la tasa de conservación de los recursos. Más aún, en muchas ocasiones se
lograba una mayor tasa del PIB a costa del “consumo” del patrimonio natural,
fenómeno que se daba sobre todo en países que basaban su desarrollo en la
explotación de sus recursos naturales. Por ello comenzó a plantearse la
pregunta de por qué los sistemas de cuentas nacionales no detectaban este
problema y que debía hacerse para remediar esta situación.
Los sistemas de cuentas nacionales se
establecieron cuando en las economías dominaba el modelo macroeconómico
Keynesiano, preocupado fundamentalmente del empleo. En este contexto se
desestimó la importancia de los recursos naturales, pese a que, con
anterioridad, el pensamiento clásico los había considerado como uno de los tres
factores básicos que generaban el ingreso. Los neoclásicos, a su vez,
virtualmente borraron los recursos naturales de su modelo (Repetto y otros,
1989).
El instrumental de cuentas patrimoniales
apareció, entonces, en una época en que se hizo indispensable acercar la
economía a la ecología, aspecto que se profundiza a continuación con el objeto
de entender la problemática de las cuentas patrimoniales.
Las nuevas elaboraciones conceptuales han tendido
a perfeccionar los métodos de valorización de los recursos naturales y del
medio ambiente físico. Sin embargo, lo anterior no acerca la economía a la
ecología, sino que se reduce sencillamente al tratamiento de problemas
ecológicos mediante metodologías nuevas o remozadas creadas dentro de las leyes
tradicionales de la economía.
Este asunto es básico si se quiere analizar el
papel de las cuentas patrimoniales más allá de su función como instrumento de
integración económico-ambiental. Muchos de los argumentos para impulsar las
cuentas patrimoniales se han basado en la necesidad de contar con un lenguaje
—si es posible económico, unidimensional— que permita al planificador o a los
encargados de formular la política, económica, entender “económicamente” lo que
esta pasando con los recursos naturales y con otros elementos de la naturaleza.
No obstante reconocer que es muy importante tener un lenguaje común, más
relevante aún es entender —en términos de las ciencias naturales— qué está
pasando con el patrimonio, cúal es su evaluación, cúales son los cambios
previsibles, interrogantes que deberán responderse para lograr una evaluación
clara de la sustentabilidad ambiental del desarrollo. Obviamente, esta
evaluación deberá ser integral, y por ende, multidimensional e intercientífica.
En otras palabras, y como ya se ha planteado en
anteriores escritos, el objetivo fundamental de las cuentas patrimoniales debe
orientarse a que los responsables de formular las estrategias y políticas de
desarrollo posean un instrumental que les permita conocer, entre otros
aspectos, qué costo patrimonial tienen las diversas estrategias de desarrollo y
cúales son las tendencias de este costo. Tanto los instrumentos como las
metodologías no deberán ser necesariamente uniformes, sino que podrían
adaptarse a las determinantes ecosistémicas del territorio en estudio y a sus
condiciones sociales.
Es por ello que no deberían identificarse las
cuentas patrimoniales con un simple esfuerzo de búsqueda de un lenguaje
económico que defina los cambios de manera unidimensional asignándoles un
precio a los recursos naturales y a ciertos elementos de la naturaleza, lo
cual, para determinados casos, podría ser un objetivo complementario.
Este planteamiento no implica que no deba
abordarse la temática de la valoración económica. Al contrario, se estima que
ésta es necesaria y sumamente útil. Sin embargo, no debería constituir el único
instrumental buscado, sino que debería potenciar el uso de las metodologías en
informaciones físicas. No obstante, es preciso tener en cuenta que la
valoración puede presentar serias limitaciones, ya que no existe en todo el
pensamiento económico ninguna tesis en que el valor o sustancia del valor de
cambio mida las cualidades del valor de uso de las mercancías. Como afirma
Pedro Tsakoumagkos, la sustancia del valor puede ser tiempo de trabajo
abstracto, placer subjetivo o cualquier otra cosa, pero nunca directamente las
propiedades mismas de los objetivos de uso. Ahora bien, el objetivo perseguido
por la política económico-ambiental (y, consecuentemente, por la elaboración de
cuentas ambientales, tanto de existencias como de flujos) es diseñar y poner en
práctica estrategias que contrarresten el deterioro de esas mismas cualidades.
El cálculo económico en sí mismo no nos ofrecerá nunca una medida de lo que
estamos buscando. Una medida directa, queremos decir. Ello se traduce en que la
esfera de los procesos “naturales” —y entre ellos los procesos
naturales/sociales de deterioro del medio ambiente físico— es distinta por
mucho que yuxtaponga con otras esferas. Pero son precisamente estas
yuxtaposiciones las que permiten elaborar mediciones físicas y económicas que
se correspondan biunívocamente y nos indiquen (e incluso midan) lo que estamos
buscando (Tsakoumagkos, 1990).
Es entonces en el contexto del marco de
actividades intercientíficas donde deben desarrollarse las cuentas
patrimoniales. No es tarea sencilla pues las variadas ciencias naturales están
en un nivel de abstracción totalmente distinto al de las ciencias sociales. Más
aún, la historicidad de estas últimas contrasta con la historicidad de las
primeras.
Sin embargo, la mediatización de las primeras por
la segundas estaría configurando un cambio intercientífico que sería el ámbito
de la dimensión ambiental.
2. La
operatividad de las cuentas patrimoniales
No obstante la proliferación de estudios,
reuniones, recomendaciones, etc., sobre la utilidad de las cuentas
patrimoniales para establecer nuevas estrategias de desarrollo ambientalmente
sustentables, son muy pocos los países que pueden mostrar avances
significativos en el tema. Es más, en ciertos países de menor desarrollo
relativo se ha retrocedido notoriamente, pues, a pesar de contar con mayores
facilidades para evaluar recursos a través de los adelantos tecnológicos en
sensores remotos, sus sistemas tradicionales de evaluación de los recursos
naturales han desmejorado. Variadas son las explicaciones sobre los escasos
avances. Posiblemente lo fundamental es que son muy pocos los países que han
progresado en el establecimiento de políticas sustentables. Es un hecho que son
cada vez mayores los problemas ambientales que se enfrentan en todas partes del
mundo.
El problema se complica aún más por las opciones
de desarrollo cortoplacistas que se han elegido, las que obviamente están
correlacionadas con la generación y adopción de todo tipo de tecnologías que
significan riesgos ambientales.
Las demandas inmediatas postergan cualquier
preocupación por el patrimonio hasta que el deterioro o consumo de éste empieza
a amenazar las posibilidades de crecer. Recién entonces se toma conciencia del
problema, pero, usualmente, es demasiado tarde.
En este contexto y sin conocer en profundidad la
evolución histórica de la existencia, acervo o stock del patrimonio natural,
son muy pocos los gobernantes interesados en mostrar cómo sus estrategias y
políticas de desarrollo “consumen” patrimonio o cómo una porción de las cifras
sobre el crecimiento de sus países se deben no a una mejor combinación de los
factores de producción, sino al deterioro y consumo de uno de éstos.
Lo primero que es necesario aclarar entonces es
que las cuentas patrimoniales son un instrumento útil para nuevas estrategias
de desarrollo que planteen explícitamente sustanciales modificaciones
orientadas a incorporar la dimensión ambiental. Se han hecho esfuerzos a nivel
global y regional, pero poco se puede decir de iniciativas nacionales (Comisión
Mundial sobre el Ambiente y el Desarrollo, 1987; Sunkel y Gligo, 1981). No cabe
duda de que para establecer estrategias de desarrollo ambientalmente
sustentables es fundamental evaluar periódicamente lo que sucede tanto con los
recursos naturales como con otros elementos de la naturaleza.
Otro factor que ha influido en que la temática de
cuentas patrimoniales no sea operativa es la definición misma de patrimonio
natural. Cada país, cada localidad, cada grupo académico tiene una definición
diferente de patrimonio natural. Ello lleva a plantear metodologías similares
para objetos diferentes.
No se trata de definir específicamente cúales son
los elementos patrimoniales naturales de un país o una localidad, sino de
acotar los conceptos generales. Prácticamente todas las definiciones de
patrimonio natural parten del concepto de utilización de éste. Y si hay
utilización, hay cierto grado de transformación o de artificialización.
El problema no radica en definir como natural
todo lo que no es artificial. El autor, en una publicación anterior, había descalificado
esta falsa dicotomía planteando que, en realidad, las acciones antrópicas
tienden a artificializar el medio en distintos grados. Estos distintos grados
de artificialización crean un continuo que va desde 0 a 100% (Gligo, 1986).
La necesidad de una definición más precisa tiene
especial importancia para los países latinoamericanos. En los Estados Unidos el
patrimonio natural ha sido definido como todo lo relacionado con la vida
netamente silvestre. Por ello no hay mayores conflictos, pues el patrimonio
natural es fácilmente definible en términos territoriales. En otros países
desarrollados, principalmente europeos, el patrimonio natural ha sido definido
en función de recursos específicos: agua, fauna, suelo, bosque nativo (primario
o secundario) (Gligo, 1986).
En América Latina no sólo interesa esta
definición del patrimonio natural, sino que, dada la velocidad del cambio desde
ecosistemas prístinos o semivírgenes a agrosistemas, es importante tener una
definición conceptual ecosistémica que muestre la evolución del territorio, ya
que este proceso está estrechamente unido a un costo ecológico que varía según
las tecnologías de transformación aplicadas.
Otra de las confusiones corrientes es la referida
a la identificación de bienes patrimoniales con bienes públicos. Si bien es
cierto que existen ciertas coincidencias, hay muchos bienes patrimoniales que
han sido privatizados. Es el caso de la tierra que, a pesar de ser un bien
patrimonial natural de primera importancia, está privatizada en la gran mayoría
de los países (CICPN, 1986). La cuestión jurídica a futuro podría contribuir a
poner en práctica estrategias que limiten el trato abusivo de determinados
patrimonios naturales que, por el hecho de estar privatizados, encubren su
condición de bienes sociales.
- Descripción y clasificación de los bienes y recursos naturales
El debate sobre la descripción y clasificación
del patrimonio de recursos naturales ha tenido tres sesgos fundamentales para
América Latina y el Caribe. En primer lugar, la jerarquización casi exclusiva
de los bienes y recursos que son de interés para los países desarrollados en
función de sus transacciones en el mercado internacional. En segundo término,
la importancia dada a determinados bienes y recursos que juegan un rol cada vez
más relevante en la situación ambiental global, como por ejemplo, el patrimonio
de la biodiversidad y el del ecosistema del trópico húmedo. En tercer lugar,
los procesos de transculturización y aculturización que modifican modos de vida
y tienden a subvalorizar tradiciones y costumbres de la región, alterando de
esta forma las funciones del patrimonio natural y, por ende, su valorización.
Optar por la importancia de los recursos basada
en la clasificación clásica, aceptando los sesgos indicados, significaría
introducir un instrumental para el desarrollo ambientalmente sustentable que,
sin dejar de desconocer que puede servir subsidiariamente a un determinado
país, sería en extremo útil para una estrategia global encabezada por los
países desarrollados. En consecuencia, en la visión latinoamericana deberían
tener más fuerza las descripciones y clasificaciones basadas en enfoques
propios, en lo posible multivalorativos.
El hecho que la teoría del valor se haya
desarrollado como parte de la economía política podría estar indicando que
habría que usar categorías económicas para clasificar los bienes y recursos
según su valoración. Esta posición es evidentemente reduccionista. Un elemento
de la naturaleza se puede valorizar de distintas formas, según los diversos
enfoques disciplinarios o científicos. Así, puede tener valor de permanencia
sobre la base de su contribución ecosistémica; valor histórico según su aporte
a la evaluación de la región, y valor económico cuando es un producto de
mercado.
Hace una década los franceses plantearon seis
opciones para establecer una clasificación. Estas opciones de nomenclatura
fueron: i) institucional (por agente gestor); ii) funcional, desde el punto de
vista de elementos naturales (condición de reproducción, caracteres más o menos
renovables, ciclos); iii) funciones y usos del patrimonio por el hombre y sus
actividades; iv) espacios geográficos homogéneos (territorios, ecosistemas,
criterio espacial); v) elementos de la biosfera (criterio del medio ambiente)
(litosfera, hidrosfera, atmósfera, holobiomas); y vi) elementos físicoquímicos
(clasificación de Mendeleiev, clasificación de formas de energía).
Las principales corrientes siguieron la senda de
impulsar clasificaciones basadas fundamentalmente en los elementos naturales
clásicos (opción ii) de los franceses.
En 1985 un planteamiento regional recomendaba
usar la combinación de dos opciones: la clásica basada en los recursos
naturales de explotación usual (minerales, tipos de suelo, clima, etc.) y la de
espacios homogéneos (territorios, ecosistemas) (Gligo, 1986). La citada
recomendación se generó en un primer intento de impulsar cuentas patrimoniales
a nivel nacional.
Sin embargo, la situación actual ha cambiado. Las
dificultades operativas antes descritas para propiciar cuentas a este nivel
obligan a mirar con más atención los enfoques subnacionales y locales y, en
consecuencia, toma fuerza por un lado el valor del recurso y, por otro, la
valorización de lo que se entiende por patrimonio cultural de una región.
En general, la bibliografía sobre cuentas
patrimoniales no se detiene en el tema de la descripción y clasificación de los
bienes y recursos naturales. Acepta los planteamientos clásicos. Ello parece
lógico, pues prácticamente toda la bibliografía se centra en la problemática
nacional (Naredo, 1987). En los escasos estudios sobre países del tercer mundo
tampoco se han analizado los sesgos. Quizás ello se deba a que sus realizadores
pertenecían a países desarrollados.
Las tres experiencias del proyecto “Inventarios y
Cuentas del Patrimonio Natural y Cultural”, ejecutado por la CEPAL, aportan sugerentes y
novedosas conclusiones. El estudio del corredor biológico de Chichinautzin, en
el estado mexicano de Morelos, analiza los cambios producidos en los recursos
naturales del área. Allí aparece ya un recurso local, el hídrico, que le da
especiales características al corredor biológico, pues el espacio constituye un
ecosistema de recarga acuífera. Determinar esta condición y evaluarla
físicamente representa un aporte relevante que define al corredor.
El estudio de un área de bosque templado frío de
la región precordillerana de la provincia Argentina de Río Negro se centra en
evaluar una serie de atributos ecosistémicos, que usualmente no se toman en
cuenta, tales como la biodiversidad y el atractivo turístico. Aquí, al igual
que en el estudio mexicano, hay un esfuerzo por valorar un recurso local. Y en
este sentido es necesario hacer una reflexión. La importancia local de un
determinado recurso puede condicionar la mayor o menor valorización de otros
recursos que influyen sistemáticamente en su funcionamiento. Así, si localmente
se le da más importancia al recurso paisajístico, es lógico suponer que en lo
que respecta a la madera de determinadas áreas de bosque su valor no tiene
relevancia, ya que dichas áreas están supeditadas a la evolución del paisaje,
aún cuando puede evaluarse física y económicamente.
El estudio, realizado en Chile en la Región de Magallanes y
Antártica Chilena, por el hecho de ser exclusivamente metodológico, permite
profundizar una serie de planteamientos sobre la descripción y clasificación de
los bienes y recursos naturales. Las particulares y exclusivas condiciones de
esta región permiten examinar en detalle un enfoque metodológico desde una
perspectiva claramente local. En dicho estudio se privilegia la descripción y
clasificación local estableciendo una pauta metodológica global y no específica
para la región que permite después definir localmente los bienes y recursos.
La opción metodológica elegida en este estudio de
caso selecciona componentes naturales biológicos o físicos que satisfacen
necesidades y, por ende, adquieren valor. Se los agrupa sobre la base de tres
aspectos: las necesidades del hombre, los requisitos de la naturaleza y, por
último, el interés de la economía, planteado a través del valor económico
establecido para bienes y recursos. En relación a las necesidades del hombre,
sobre la base de los estudios de Manfred Max-Neef, se eligieron cuatro
necesidades existenciales que permiten describir y clasificar un bien o recurso
desde el punto de vista local (Max-Neef y otros, 1986). Éstas son subsistencia,
identidad, recreación y conocimiento. De esta forma se genera una matriz en que,
en una ordenada se ubican las cuatro necesidades existenciales y en la otra,
las principales categorías de componentes de la naturaleza.
Lo interesante del método propuesto es que cada
bien o recurso puede responder a una o más dimensiones valorativas. No cabe
duda que esta clasificación debe considerarse como un esfuerzo para contribuir
al debate, el cual tiene amplias posibilidades de modificación y
perfeccionamiento. Es necesario destacar que también representa un importante
aporte a la clasificación y, sobre todo, fijación de prioridades de estudio de
bienes y recursos naturales de una región o localidad.
Un planteamiento metodológico como el expuesto
tiene una marcada utilidad, ya que no sólo permite evaluar el patrimonio desde
una perspectiva local sino que, mediante una metodología adecuada, puede
contribuir a consolidar cuentas subnacionales o nacionales. En este último caso
es dable predecir que la agregación, no obstante considerar el enfoque desde
abajo, dejará muchos bienes y recursos locales en el camino.
4. La
valoración económica de las cuentas patrimoniales
Los mayores esfuerzos conceptuales realizados en
los dos últimos decenios en torno a la temática de las cuentas patrimoniales se
ha centrado en el problema de valorizar económicamente los diversos componentes
del patrimonio natural. Estos esfuerzos se han realizado debido a que para
muchos las cuentas del patrimonio natural deben tener como única finalidad
modificar las cuentas nacionales.
Desafortunadamente no ha existido una preocupación
holística, con enfoques multidisciplinarios, que permita indagar los distintos
valores inherentes a un bien o recurso natural. Ello ha llevado a insistir en
la valoración económica de elementos de la naturaleza en forma indistinta,
tengan o no valor de cambio. Obviamente, ante esta valoración económica el
instrumento económico sobre cuentas patrimoniales presenta serias limitaciones.
Dos son los aspectos más restrictivos; por una parte, la valoración económica
de elementos y bienes de la naturaleza que no están en el mercado; y, por otra,
para los recursos que tienen precios de mercado, las restricciones creadas a
partir de la muy escasa capacidad de los precios del mercado de ser realmente
indicadores ambientales y no meros transmisores de un valor (determinado por
diversas condiciones de apropiación, institucionalización, etc.), al margen de
las cualidades de uso.
No obstante estas serias limitaciones, antes de
analizar si éstas son o no superables es necesario recalcar el planteamiento
sobre la necesidad de utilizar la valoración económica en las cuentas del
patrimonio natural como instrumento útil en la aplicación de estrategias de
desarrollo ambientalmente sustentables. La utilidad radica en la necesidad de
contar con un instrumento para la asignación de recursos, tanto a nivel
sectorial como regional. Por ello se hace necesario hacer los máximos esfuerzos
para aclarar las posibilidades de puesta en práctica de dichas cuentas.
La elaboración de cuentas del patrimonio natural
debería, además, convertirse en un adecuado indicador que permita “corregir” el
ingreso nacional (Leipert, 1989). Esta corrección se hace muy necesaria debido
a los costos sociales adicionales de producción que se generan por el deterioro
ambiental.
a) La
valoración económica de las existencias
Varias metodologías de cuentas patrimoniales se
han centrado en la valoración de la existencia o stock con el objeto de
comparar su evolución cada cierto período de tiempo sobre la base de precios
constantes. Aquí surge el primer problema: ¿Cómo se determinan estos precios
para que sean indicadores adecuados de las cualidades de uso? y ¿Cómo poder
captar múltiples funciones y utilidades que ofrece un determinado ecosistema?
Estas interrogantes se aclaran con un ejemplo: si
se posee un ecosistema boscoso, el agente productor ve en él sólo la madera de
los árboles, cuyo valor económico no depende del tiempo de formación ni de la
captación energética, sino que se configura con múltiples factores
institucionales, monopólicos, políticos, de política de salarios, de comercio
internacional, etc. El precio del bosque no indica necesariamente la cualidad
de uso, pero —y lo que sigue es fundamental—, el bosque no es sólo madera; es
capacidad de producción de agua, es fauna, es diversidad genética con recursos
potenciales, es flora con recursos fármacos, es turismo y recreación, etc.
Para la interrogante de cómo determinar los
precios para que sean indicadores adecuados de las cualidades de uso, las
respuestas han transitado desde el extremo de trabajar con precios netos de
mercado hasta la asignación de precios de mercados corregidos, combinados con
la elaboración de valores para los elementos naturales que no están en el
mercado.
Trabajar con los precios de mercado no muestra
ventajas. Sin duda estos precios expresan las preferencias generacionales
presentes pero no consideran elementos para la planificación futura. Por otra
parte, el carácter de bien de mercado lo da el proceso de apropiación y
valoración, por lo que los precios no son necesariamente expresiones
cuantitativas de los valores de uso, sino que están ligados a complejas
relaciones nacidas de derechos de propiedad, plusvalía y tipos de rentas. La
otra restricción que presenta el uso exclusivo de precios de mercado es que se
excluye una serie de elementos, bienes y funciones de la naturaleza que están
fuera de éste.
Es obvio que las metodologías para implementar la
valoración de las existencias deberían basarse en una combinación de precios
sombra de los recursos que están en el mercado y de asignación de precios a
determinados bienes que no están en éste. Es éste el método utilizado en
Argentina en el trabajo realizado por la Comisión Nacional
de Política Ambiental, apoyado por la
CEPAL, a través del proyecto citado en la introducción
(Suárez, 1990).
En este estudio se establecieron precios sombra
que garantizan los costos necesarios para la reproducción de un ecosistema
boscoso en función del manejo y de las restricciones del sistema. El
procedimiento se basó en determinados tipos de gastos, a saber, los referidos a
la función productiva y los que dicen relación con el mantenimiento de la
función ecosistémica.
Entre los primeros gastos se imputaron los de
mejoramiento de la masa arbórea, de la fauna, de la diversidad genética y de la
potencialidad turística. Entre los segundos, los de mantenimiento de la
infraestructura hidroenergética y de agua potable, de la infraestructura vial,
de la capacidad productiva de los suelos agrícolas y de otros beneficios
indirectos.
El planteamiento básico fue que estos costos
deberían generar una política que adjudique precios que estimulen un manejo
sostenido. Sin embargo, surge la interrogante sobre la forma de determinar
estos precios.
El análisis detallado de los cálculos de los
diversos costos muestra esfuerzos conceptuales importantes que, a pesar de ser
ingeniosos y de estar bien elaborados, no dejan de ser discutibles. Los mismos
autores, al referirse a la mantención de la fauna, reconocen que indudablemente
son aportes para la solución de un gran tema que aún permanece casi sin
solución (Suárez, 1990). Sin embargo, pese a ello se calcularon con bastante
precisión los gastos en mejoras de la fauna silvestre. Similares razonamientos
se hicieron respecto del valor patrimonial de la diversidad genética y con
relación al turismo y la recreación.
El estudio llega entonces a mostrar el valor
total del patrimonio sobre la base de los cálculos del mantenimiento de las
funciones productiva y ecosistémica.
La interrogante que surge es sobre la utilidad de
este valor. Para los autores, este valor patrimonial debería generar
incrementos en el precio de los productos comercializables, sobre la base de
una modificación de la estructura de precios relativos y, por ende, de una
redistribución de ingresos. Pero las transferencias de valor o están gobernadas
por la ley del valor misma o responden a razones ajenas al valor (monopolio en
sentido estricto o acción del Estado) (Tsakoumagkos, 1990).
No se puede dejar de mencionar que en esta
experiencia el valor patrimonial de la madera alcanza a 83% del valor
patrimonial del ecosistema en estudio. Esta cifra hace que la sensibilidad del
resto de las funciones productivas y de mantención ecosistémica sea muy baja.
Interesa destacar que este ejercicio está llamado
a tener una utilidad esencialmente prospectiva. El modelo cibernético utilizado
es un notable esfuerzo: sin embargo, la linealidad de las relaciones causa
efecto —única posibilidad, considerando el estado de la investigación de los
atributos ecosistémicos— restringe su uso.
La experiencia Argentina arroja importantes
enseñanzas, en particular sobre las dificultades para superar contradicciones
propias de las teorías económicas y para analizar las reales posibilidades de
valoración del stock patrimonial.
El caso estudiado en Chile en la región de
Magallanes y Antártica chilena, como parte del citado proyecto, plantea otro
enfoque metodológico. En este caso, la valoración consiste en comparar el
ingreso real que se logra con una explotación masiva del recurso en el corto
plazo versus los niveles que se hubiesen logrado sin la realización del
proyecto de explotación o con la realización de un proyecto de explotación
racional con planes de manejo adecuados (Universidad de Magallanes, 1989).
Esta metodología propone trabajar con dos tipos
de ingreso, a saber, el ingreso real, calculado como el ingreso bruto menos los
costos económicos, y el ingreso ajustado, definido como el ingreso real menos
los costos ecológicos y sociales. Tanto el ingreso bruto como los costos
económicos se calculan basándose en los precios de mercado.
Ahora bien, el problema básico en este caso
radica en cómo calcular estos costos ecológicos y sociales. El estudio los
define como la rentabilidad y/o beneficio de la explotación del recurso que se
obtendría con una explotación racional adecuada (Universidad de Magallanes,
1989). La definición no es muy precisa, ya que “una explotación racional
adecuada” puede interpretarse de varias maneras. El tratamiento dado a los
recursos es diferenciado: a los renovables se le calculan costos ecológicos y
sociales, mientras que a los no renovables se les asigna como valor el ingreso
real obtenido de la explotación.
El estudio reconoce que existe un grupo de bienes
que no tienen el valor económico posible, pero que podrían valorarse a través
del beneficio indirecto.
El estudio sobre Magallanes no insiste mayormente
sobre la contabilidad económica de los recursos naturales. Su énfasis en la
clasificación, tipología y criterios de valoración múltiples de los recursos
indican claramente cierto escepticismo conceptual en torno a la valoración
económica.
Los tres estudios se esfuerzan por buscar una
respuesta a las distorsiones y carencias del mercado, al igual que otros
trabajos realizados en áreas y países del Tercer Mundo. En este sentido cabe
destacar que los cuellos de botella fueron similares a los encontrados por
Repetto y otros (1989) al realizar un ejercicio de valorización patrimonial de
Indonesia sobre la base de los cambios en la existencia de petróleo, de
bosques, y en la erosión. Para calcular el valor del petróleo y de los bosques
se usó el precio neto o renta unitaria modificando los valores por un factor de
corrección que internalizara los cambios de precio. Para calcular la erosión se
estimó el costo por ha/año a través de la pérdida de productividad del sector
agrícola. Al capitalizar el costo histórico se concluyó que con las técnicas
deteriorantes que se practican actualmente se sacrifica 40% del ingreso futuro
para producir una unidad del ingreso presente.
c) La valoración económica de la fracción del
crecimiento imputada al deterioro ambiental
Las dificultades de orden teórico y metodológico
para valorar las existencias han ido fortaleciendo paulatinamente una corriente
del pensamiento económico-ambiental en el sentido de centrar sus esfuerzos en
estudiar los indicadores de flujo. Ello no se contradice con el planteamiento
de estudiar el stock; en algunos casos es complementario, pero en otros se
centra solamente en los flujos.
En América Latina, como parte del proyecto de la CEPAL, “Inventarios y
Cuentas del Patrimonio Natural y Cultural”, esta población fue elegida para el
caso de México, en el corredor biológico de Chichinautzín (Carabias, Montaño y
Rodríguez, 1990).
La valoración económica plantea como referencia
teórica la definición de John Hicks relativa al ingreso, según la cual este
último representa el consumo máximo que puede efectuarse sin que se modifique
el patrimonio de una sociedad o individuo. El trabajo se centró en los años
1970 y 1980, realizándose simulaciones para 1990 y 2000. Al restar el costo de
los insumos al valor bruto de la producción, se obtuvo el ingreso económico.
Posteriormente se estimaron los costos ambientales derivados de las distintas
actividades económicas sobre la base del cálculo de la erosión, la pérdida del
bosque, la pérdida del banco forestal reproductivo.
Este estudio debió dar respuesta a dos preguntas
del más alto interés: la posibilidad de estimar qué proporción del ingreso
económico representan los costos ambientales, y de determinar cuál es el
impacto de esa reducción del patrimonio en la disponibilidad de recursos (agua,
bosque, tierra) que lo conforman.
Para dar respuesta a la primera interrogante se
calculó un coeficiente de costo ambiental por unidad de ingreso económico.
La respuesta para la segunda pregunta se planteó
solamente a través de balances físicos. De esta forma se obviaron los
conflictos conceptuales enunciados anteriormente: las dificultades para captar
las cualidades de uso a través de la valoración económica, y la historicidad
que condiciona el uso de parámetros económicos.
La opción para este caso aparece con menos
contradicciones y, además, está estrechamente ligada al proceso productivo,
cuestión fundamental para incorporar la dimensión ambiental en las estrategias
de desarrollo. Sin embargo, el trabajo presenta algunas dificultades en lo
referente a la determinación de algunos precios. Es particularmente compleja la
forma de asignar valor a la pérdida por erosión.
Es posible que otros métodos basados en la
pérdida de la productividad (que en realidad corresponde a la disminución del
stock por pérdida de la cualidad) hubiesen sido menos discutibles.
c) El perfeccionamiento
de las cuentas nacionales convencionales
Existe consenso en afirmar que las cuentas
nacionales convencionales no incorporan el agotamiento y deterioro de los
bienes y recursos naturales.
La reformulación de las estrategias de desarrollo
con miras a hacerlas ambientalmente sustentables exigirá, necesariamente,
instrumentales de contabilidad que subsanen este déficit (Lutz y El Serafy,
1988). Iniciativas al respecto han surgido en varias partes, pero a pesar del
interés mostrado por centros académicos y organismos internacionales como el
programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Banco Mundial
(Ahmad, El Serafy y Lutz, 1989) no se han logrado modificaciones significativas
debido a los problemas conceptuales ya planteados y a otros que se explicitan
más adelante.
El método teóricamente más interesante es la
modificación en la consolidación de las cuentas del producto interno bruto.
Para que éstas puedan consolidarse se establece que las modificaciones
obviamente se hacen tanto a nivel de insumo como de producto. Dos son los
complementos propuestos para el insumo: i)) la modificación del producto
nacional neto, introduciendo la “depredación ambiental”; ii) el cargo contra el
producto nacional bruto de los “servicios ambientales”. En el producto se
modifica el consumo privado agregando el valor de la producción generada por el
uso de los recursos ambientales.
Este método podría dar la oportunidad de manejar
la fórmula que establece que el producto nacional bruto modificado es igual al
producto nacional bruto convencional más los servicios ambientales, menos los
daños ambientales (Peskin, 1980).
El análisis de esta fórmula (PNB mod. = PNB + SA
- DA) (SA, servicios ambientales y DA, daños ambientales) muestra que la
modificación se mueve en la dirección correcta: al crecer los servicios y al
decrecer el daño, consecuentemente crece el producto. En ausencia de cambios
tecnológicos, al no haber “negocios” por servicios y daños, el indicador
permanecería constante, por lo que, en estas circunstancias, podría no ser un
buen indicador de bienestar. El otro problema planteado es que la reducción al
máximo del daño no es necesariamente el óptimo social, debido a que trae
aparejada la carencia de servicios ambientales. Este aspecto es muy
controvertido, sobre todo cuando se plantea que para que crezca el producto y
se logre el óptimo social, el daño podría ser mayor.
Henry Peskin plantea que este método enfrenta
cuatro problemas básicos:
i) Desacuerdo en las unidades de medida
apropiadas. El sistema propuesto asume que tanto daños como servicios deberían
evaluarse en términos monetarios, lo que, como ya se planteó, deja al margen
una serie de bienes y funciones que están fuera del mercado.
ii) Desacuerdo en las tasas de descuento más
apropiadas. Este punto ha sido estudiado, concluyéndose que realmente es muy
difícil asignar tasas de descuento ante la incertidumbre del grado de
sustitución, la velocidad de obsolescencia y los cambios tecnológicos (Smith y
Krutilla, 1982; Smith, 1979; Markandya y Pearce, 1988).
iii) Dependencia del modelo de economía
neoclásica. Toda la estructura de contabilidad nacional se basa en el
pensamiento económico neoclásico y no es evidente que sea aceptado por otras sociedades
con diferentes tradiciones culturales donde el medio ambiente podría ser una
condicionante ética fundamental.
iv) Demandas por sobre la disponibilidad de
información y habilidades.
Uno de los objetivos de la introducción del tema
de las cuentas del patrimonio natural en América Latina y el Caribe debería ser
que en un plazo prudente se modificaran las cuentas nacionales. Sin embargo,
hay que señalar que en Francia y otros países que han impulsado estas cuentas
aún no han realizado estas modificaciones.
En países de menor desarrollo relativo los
esfuerzos son escasos: la
Oficina de Estadística de Tanzania llevó a cabo un
interesante estudio aplicando la metodología descrita en este capítulo sobre la
base de la introducción modificatoria de la producción de leña generada de
plantaciones forestales (Oficina de Estadística de la República Unida de
Tanzania, 1981).
Otro importante estudio es el ya mencionado sobre
Indonesia (Repetto y otros, 1989), donde se calcula un producto interno neto
estimando la depreciación en tres recursos naturales: petróleo, bosques,
suelos. Repetto y otros excluyen las ganancias de capital de la depredación
estimada. La razón es que en éstas influyen claramente las fluctuaciones de
precios a corto plazo, lo cual las hace sumamente volátiles.
El estudio sobre Indonesia aporta también
antecedentes sobre otras estimaciones macroeconómicas importantes. Compara
estimaciones de la inversión interna bruta y neta. El sentido de estos
parámetros es mostrar que países en vías de desarrollo como Indonesia, muy
dependientes de sus recursos naturales agotables, deben diversificar sus
inversiones para preservar en el largo plazo el desarrollo sustentable (Repetto
y otros, 1989).
Lo anterior quiere decir que dichos países deben
evitar financiar el consumo con la depreciación del capital de recursos
naturales. En el caso referido, en algunos años la inversión (recalculada) fue
negativa, lo cual estaría mostrando abiertamente la escasa sustentabilidad
ambiental de las estrategias de desarrollo.
Las experiencias descritas dejan varias
enseñanzas metodológicas y aún muchas interrogantes. Sin embargo, han sido
sumamente útiles para mostrar cuáles son sus posibilidades, limitaciones y
problemas.
La confrontación de estas experiencias junto con
los incipientes intentos regionales permiten deducir que estos problemas
estarán presentes en los países latinoamericanos.
Pero es fundamental aclarar que en América Latina
las perspectivas son diferentes. Dos son los factores que influyen en ellos. Por
una parte, los distintos niveles de industrialización y, por otra, la
diversidad en cuanto a la dependencia de recursos renovables, condicionalmente
renovables y no renovables.
d)
Orientaciones regionales
Los esfuerzos realizados en otras regiones, así
como la realización del proyecto de la
CEPAL; “Inventarios y Cuentas del Patrimonio Natural y
Cultural”, donde se destaca el cúmulo de antecedentes, el aporte de elementos
conceptuales y las deducciones obtenidas de los tres casos de estudios locales
elegidos, permiten sugerir las siguientes orientaciones.
i) Las cuentas del patrimonio natural deberán
impulsarse en los países que modifiquen sustancialmente sus estrategias de
desarrollo al incorporar plenamente el medio ambiente como una dimensión básica
que condiciona obligaciones y derechos ciudadanos y que determina formas y
sistemas de relaciones de la sociedad con su entorno físico en el corto,
mediano y largo plazo.
ii) En ese contexto el objetivo de las cuentas
patrimoniales debe constituirse en una herramienta de planificación y gestión
del desarrollo ambientalmente sustentable. Por ello se recomienda propiciar con
urgencia el uso de las cuentas en países que estén abordando seriamente
estrategias alternativas como producto de su deteriorada situación ambiental.
iii) No es posible homogeneizar a los países de
la región en relación con las recomendaciones sobre metodologías de cuentas.
Cada país, dentro del contexto antes descrito, podrá desarrollar su propio
método conforme a su dotación de bienes y recursos naturales, a su orientación
de desarrollo y sus patrones culturales.
iv) Es importante dejar en claro que no sólo
existe conflicto entre las cuentas físicas y las cuentas económicas, sino que
éstas son absolutamente complementarias, ya que las segundas dependen de las
primeras.
v) Dar más importancia a uno u otro tipo de
cuenta dependerá de su utilidad como herramienta estratégica. Nada se saca con
tener un cúmulo de antecedentes estadísticos y de indicadores físicos y
económicos si éstos no se insertan en los planes y programas de desarrollo.
vi) Es recomendable impulsar en primer lugar un
sistema de cuentas físicas. La proliferación de inventarios de recursos
naturales podría llevar a la errada conclusión de duplicaciones de trabajo. Un
sistema de cuentas físicas es mucho más que la suma de inventarios parciales.
Es generar la información sobre la existencia o stock de bienes y recursos
naturales, los flujos que asocian a las variaciones de existencias, las
interacciones ecosistémicas, los comportamientos desagregados, especialmente
los niveles de perturbación o deterioro, etc. Los inventarios son insumos
indispensables para elaborar estos sistemas.
Para elaborar un sistema de cuentas físicas
es aconsejable evitar transcripciones textuales de clasificaciones corrientes
y, por ende, es necesario configurar una estructura conceptual que permita una
clasificación en función de las especificidades geográfica, económicas,
sociales y culturales. La especificidad de la clasificación de los recursos se
podrá dar sobre la base del estudio de la mayor cobertura posible, incluyendo
bienes y recursos que estén en la naturaleza, independientemente de su
valoración como mercancía. Las prioridades de estudio deberán establecerse
según los grados de influencia en la sustentabilidad ambiental del desarrollo.
vii) Es previsible que no hallan cambios
significativos hacia estrategias de desarrollo alternativas en los países
latinoamericanos.
Cambios radicales en las políticas ambientales
sólo se prevén en situaciones extremas. No obstante, en muchos países de la
región se están planteando estrategias alternativas para determinadas áreas que
han llegado a situaciones muy negativas en lo ambiental. Para estas áreas, que
pueden incluso ser estados, provincias o departamentos, se recomienda impulsar
las citadas cuentas. En otras palabras, en la etapa histórica actual
latinoamericana, dada la situación deteriorada y sobreexplotada de ciertas
áreas, se impone un cambio drástico. Allí las cuentas del patrimonio natural
deben constituirse en una herramienta útil.
viii) Impulsar cuentas a partir de determinadas
localidades o regiones significará plantear una metodología que recoja sus
especificidades. Al hacerlo es conveniente no perder de vista la posibilidad de
que la metodología planteada se articule a una metodología nacional.
ix) Este planteamiento en absoluto excluye el
hecho de impulsar modificaciones de las cuentas nacionales y/o establecer
programas nacionales de cuentas patrimoniales, sino que, al contrario es una de
las vías para propiciarlas. Un objetivo importante que no debe perderse de
vista es la modificación y perfeccionamiento de las cuentas nacionales.
x) Comenzar las cuentas del patrimonio natural
desde ciertas áreas deterioradas trae consigo el problema del acervo de
información disponible y de la confiabilidad de éstas. Las áreas deterioradas
están ubicadas normalmente en ecosistemas difíciles y vulnerables, casi siempre
alejados de los centros urbanos importantes. Por esta razón una decisión de
este tipo exige concebir un programa eficiente de investigación de los recursos
naturales.
xi) Una vez elaboradas las cuentas físicas se
podrían establecer las cuentas económicas del patrimonio natural. Debe
advertirse que la lectura de las cuentas físicas no es fácil debido a su
desagregación en los diversos elementos y recursos de la naturaleza.
xii) Al calcularse la cuenta económica, ésta debe
enfrentarse a la posibilidad de que la región o localidad en estudio carezca o
posea cuentas regionales. Si carece de cuentas regionales, la problemática
ambiental podría ser un factor para impulsarlas, y si ello sucede habría que
incorporar al máximo en ellas la dimensión ambiental. Si existe una
contabilidad regional tradicional se presentarían dos opciones principales. Por
una parte, modificar el sistema de cuenta regional, y, por otra, no innovar en
la cuenta tradicional, adicionándole una “cuenta corregida” que permitiría
mostrar las diferencias entre ambas.
Bibliografía
Ahmad, Yusuf, Salah El Serafy y Ernst Lutz (eds)
(1989), Environmental Accounting for Sustainable Development,
Washington, D.C., Banco Mundial.
Barnet,
Harold J. (1979), Scarcity and growth revisited, Scarcity and Growth
Reconsidered, V. Kerry Smith (ed.), Baltimore,
Resources for the Future, The Johns Hopkins Unviersity Press.
Baumol, William y Wallace Oates (1982), La
teoría de la política económica del medio ambiente, Barcelona, Antoni
Bosch, editor.
Carabias, Julia, David Montaño y Fuensanta
Rodriguez (consultores) (1990), Cuentas del patrimonio natural del corredor
biológico del Chichinautzín, estado de Morelos, México
(LC/R.875(Sem.54/7)), Santiago de Chile, CEPAL, marzo.
CICPN
(Commission interministérielle des comptes du patrimoine naturel) (1986), Les
comptes du patrimoine naturel, Les collections de l’INSEE. Comptes et
planification, serie C, No 137-138, París, Institut national de la statistique
et des études économiques (INSEE), diciembre.
Coase,
R.H. (1960), The problem of social costs, Journal of Law and Economics, vol.
3.
Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el
Desarrollo (1987), Nuestro futuro común.
Dasgupta,
Partha (1982), Environmental management under uncertainty, Explorations in
Natural Resource Economics, V. Kerry Smith y John V.
Krutilla
(eds.), Baltimore, Resources for the Future, The
Johns Hopkins University
Press.
Fisher,
Anthony C. (1979), Measures of natural resource scarcity, Scarcity and
Growth Reconsidered, V. Kerry Smith (ed.), Baltimore, Resources for the Future, The
Johns Hopkins University Press.
Georgescu-Roegern, Nicholas (1975), Energía y
mitos económicos, El Trimestre Económico, vol. 42 (4), N° 168, México,
D.F., Fondo de Cultura Económica, octubre-diciembre.
_____
(1966), Analytical Economics: Issues and Problems, Cambridge,
Mass., Harvard University
Press.
Gligo, Nicolo (1987), Política, sustentabilidad
ambiental y evaluación patrimonial, Pensamiento Iberoamericano, N° 12,
Madrid, juliodiciembre.
_____ (1986), La elaboración de inventarios y
cuentas del patrimonio natural y cultural, Revista de la CEPAL, N° 28
(LC/G.1392), Santiago de Chile, abril.
Gutman, Pablo (1986), Economía y ambiente, Los
problemas del conocimiento y la perspectiva ambiental del desarrollo,
Enrique Leff (comp.), México, D.F., Siglo XXI editores.
Hotelling,
Harold (1931), The economics of exhaustible resources, The Journal of
Political Economy, vol. 39, Chicago, The University of Chicago Press.
Hueting,
Roefie y Christian Leipert (1987), Economic Growth, National Income and the
Blocked Choices for the Environment, serie Discussion papers, N° 87-10,
Berlín, Instituto Internacional para el Medio Ambiente y la Sociedad (IIUG).
Leipert,
Christian (1989), Social cost of the economic process and national accounts.
The example of defensive expenditures, Journal of Interdisciplinary
Economics, Science Center
Berlin for Social Research.
_____ (1987), Perspectivas de una rendición de
cuentas económicas-ecológicas, Berlín, Instituto Internacional para el
Medio Ambiente y la
Sociedad.
Lutz, Ernst y Salah El Serafy (1988), Environmental
and Resource Accounting: An Overview, Banco Mundial, Departamento del Medio
Ambiente, documento de trabajo N° 6.
Markandya, Anil y David Pearce (1988), Environmental
Considerations and the Choice of the Discount Rate in Developing Countries,
Banco Mundial, Departamento del Medio Ambiente, documento de trabajo N° 3.
Martínez Alier, Juan (1987), Economía y ecología:
Cuestiones fundamentales, Pensamiento Iberoamericano, N° 12, Madrid,
juliodiciembre.
Max-Neef, Manfred y otros (1986), Desarrollo a
escala humana. Una opción para el futuro, número especial de la serie
Development Dialogue, Centro de Alternativas de Desarrollo (CEPAUR), Fundación
Dag Hammarskjöld.
Naredo, José Manuel (1987), ¿Qué pueden hacer los
economistas para ocuparse de los recursos naturales? Desde el sistema económico
hacia la economía de los sistemas, Pensamiento Iberoamericano, N° 12,
Madrid, julio-diciembre.
Norgaard,
Richard (1989), The case of methodological pluralism, Ecological Economics,
Amsterdam.
Naciones
Unidas, Oficina de Estadística (1979), Future Directions for Works on the
System of National Accounts, Nueva York.
Naciones Unidas, Departamento de Asuntos
Económicos y Sociales (1977), Directrices internacionales provisionales
sobre las cuentas de balance nacionales y sectoriales y las cuentas de
conciliación del Sistema de Cuentas Nacionales (ST/ESA/STAT/SER.M/60),
Nueva York. Publicación de las Naciones Unidas, N° de venta: S.77.XVII.10.
Oficina de Estadística de la República Unida de
Tanzania (1981), National Accounts of Tanzania 1966-1980, Dar es Salam.
Peskin, Henry (1989), Accounting for Natural
Resources Depletion and Degradation in Developing Countries, Banco Mundial,
Departamento del Medio Ambiente, documento de trabajo N° 13.
Pigou,
A.C. (1935), The Economics of Stationary
States, Londres,
MacMillan.
Repetto, Robert (1988), Economic Policy Reform
for Natural Resource Conservation, Banco Mundial, Departamento del Medio
Ambiente, documento de trabajo N° 4.
Repetto,
Robert y otros (1989), Wasting Assets: Natural Resources in the National
Income Accounts, Nueva York, World Resources Institute.
Schumpeter, Joseph (1971), Historia del
análisis económico, México, D.F., Fondo de Cultura Económica.
Smith,
V. Kerry (ed.) (1979), Scarcity and Growth Reconsidered, Baltimore, Resources for the Future, The Johns Hopkins
University Press.
Smith,
V. Kerry y John V. Krutilla (eds.) (1982), Explorations in Natural Resources
Economics, Baltimore, Resources for the
Future, The Johns
Hopkins University
Press.
Suárez, Cecilia (cons.) (1990), Las cuentas
del patrimonio natural en Argentina (LC/R.873(Sem. 54/3)), Santiago de
Chile, CEPAL, marzo.
Sunkel, Osvaldo y Nicolo Gligo (eds.) (1981), Estilos
de desarrollo y medio ambiente en América Latina, serie Lecturas N° 36,
México, D.F., Fondo de Cultura Económica.
Tsakoumagkos, Pedro (consultor) (1990), Economía
política de las cuentas del patrimonio natural (LC/R.877(Sem.54/3)),
Santiago de Chile, CEPAL, marzo.
Universidad de Magallanes, Instituto de la Patagonia (1989), Metodología
de cuentas patrimoniales de Magallanes, Informe del Instituto de la Patagonia, No 46, Punta
Arenas, Chile, mimeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
PUEDES DEJAR AQUÍ TU COMENTARIO