AGROECOLOGIA
Bases científicas para
una agricultura sustentable
Otras versiones editadas
en castellano:
1983 Ediciones CETAL
Valparaiso, Chile
1997 Asociación Cubana de
Agricultura Orgánica (ACA0)-CLADES, Habana
1997 Centro de
Investigación, Educación y Desarrollo (CIED), Lima, Perú
© 1999, Miguel A.
Altieri
© Para esta edición, Editorial
Nordan–Comunidad
Avda. Millán 4113, 12900
Montevideo
Tel: (598-2) 305 5609,
fax: 308 1640
C.e.:
nordan@chasque.apc.org
Diseño: ComunArte
ISBN (Nordan):
9974-42-052-0
D.L. 310.232/99 –
Setiembre de 1999
Libro parcialmente
financiado por Sustainable Agriculture Networking and
Extension (SANE), un
programa auspiciado por UNDP, New York
Miguel A. Altieri con contribuciones de
Susanna Hecht, Matt Liebman, Fred Magdoff, Richard Norgaard, y Thomas O. Sikor
AGROECOLOGIA
Bases científicas para
una agricultura sustentable
Acerca de los Autores
Prefacio
Desde la publicación en 1987, de la
primera edición de este libro, ha habido a nivel mundial una explosión en
interés por buscar caminos sustentables para la producción de alimentos.
Cientos de proyectos de investigación e intentos tecnológicos de desarrollo se
han llevado a cabo; sin embargo a pesar de lo mucho que se ha aprendido, el
mayor énfasis es todavía altamente tecnológico, enfatizando la sustitución de
los insumos a fin de reemplazar las tecnologías agroquímicas costosas y
degradantes por tecnologías seguras para el medio ambiente y que dependen de
bajos insumos externos.
Todavía prevalece una visión estrecha que
sugiere que causas específicas afectan la productividad y, que la manera de
sobreponerse al factor limitante es por intermedio del uso de tecnologías que
lo superen. Esta visión no ha permitido a los investigadores apreciar el
contexto y complejidad de los procesos agroecológicos.
En la búsqueda por restablacer una
racionalidad más ecológica en la producción agrícola, los científicos del agro
han descuidado un punto clave en el desarrollo de una agricultura más
autosuficiente y sustentable: el conocimiento profundo de la naturaleza del
agroecosistema y los principios que regulan su funcionamiento. Basado en nuevos
resultados de investigación y descubrimientos prácticos, se intenta en esta
nueva edición de reenfatizar la importancia de la agroecología como una disciplina
que provee los principios ecológicos básicos para estudiar, diseñar y manejar
agroecosistemas que sean productivos y conservadores del recurso natural, y que
también sean culturalmente sensibles, socialmente justos y económicamente
viables.
La agroecología va más allá de una mirada
uni-dimensional de los agroecosistemas: de su genética, agronomía, edafología,
etc. Esta abarca un entendimiento de los niveles ecológicos y sociales de la
coevolución, la estructura y funcionamiento de los sistemas. La agroecología
alienta a los investigadores a conocer de la sabiduría y habilidades de los
campesinos y a identificar el potencial sin límite de re-ensamblar la
biodiversidad a fin de crear sinergismos útiles que doten a los agroecosistemas
con la capacidad de mantenerse o volver a un estado innato de estabilidad
natural.
El rendimiento sustentable de los
agroecosistemas proviene del equilibrio óptimo de cultivos, suelos, nutrientes,
luz solar, humedad y otros organismos coexistentes. El agroecosistema es sano y
productivo cuando prevalece esta condición de equilibrio y buen crecimiento, y
cuando las plantas de los cultivos son capaces de tolerar el stress y la
adversidad. Las perturbaciones ocasionales se pueden superar mediante un
agroecosistema vigoroso, el cual es lo suficientemente diverso y adaptable para
recuperarse una vez que el stress ha pasado. Ocasionalmente, los agricultores
puede que tengan que aplicar drásticas medidas empleando métodos alternativos
para controlar problemas del suelo o plagas específicas (i.e. insecticidas
botánicos, fertilizantes alternativos, etc.). La agroecología entrega las
pautas para un manejo cuidadoso de los agroecosistemas sin provocar daño
innecesario o irreparable. Simultáneamente con el esfuerzo por combatir a las
plagas, enfermedades o deficiencias del suelo, el agroecólogo lucha por
devolver al agroecosistema su elasticidad y fuerza.
Si la causa de las enfermedades,
plagas, degradación del suelo, etc. se atribuye a un desequilibrio, entonces la
meta del tratamiento agroecológico será de recobrar el equilibrio.
En agroecología, la biodiversificación es
la técnica principal para restaurar la autorregulación y a la sustentabilidad.
Sin embargo, la salud ecológica no es la
única meta de la agroecología. En realidad, la sustentabilidad no es posible
sin preservar la diversidad cultural que nutre a las agriculturas locales. Una
producción estable solo se puede llevar a cabo dentro del contexto de una
organización social que proteja la integridad de los recursos naturales y que
asegure la interacción armónica de los seres humanos, el agroecosistema y el
medio ambiente.
Esta segunda edición incorpora nuevas
percepciones y conceptos con la esperanza de ayudar a guiar a estudiantes de
agricultura, investigadores y agricultores hacia una comprensión más profunda
de la ecología de los sistemas agrícolas, lo cual abrirá las puertas a nuevas
opciones en el manejo, mas de acuerdo con los objetivos de una agricultura
verdaderamente sustentable.
Miguel A. Altieri Noviembre, 1995
Reconocimientos y agradecimientos
Estoy en deuda literalmente con cientos de
personas: con Juan Gasto, Jerry Doll, E.V. Komarek, W.H. Whitcomb, y W.J.
Lewis, quienes me dieron la oportunidad de explorar nuevas ideas y de esta
forma realizar mi potencial; con muchos pequeños campesinos en Chile, Colombia,
México, Indonesia y otras áreas, los que me han mostrado métodos de agricultura
ecológica probados por siglos; y con muchos estudiantes y colegas de Berkeley y
otras universidades de Estados Unidos y alrededor del mundo quienes me han
estimulado y desafiado al límite para pensar en nuevos caminos del desarrollo e
investigación agrícola.
Debo dar gracias, en forma especial, a mis
anteriores alumnos y colegas Javier Trujillo, Cliff Gold, Deborah Letourneau,
María Alice García, Eric Castanares, Jeff Dlott, Marta Astier, y otros, los que
me impulsaron a aventurar en nuevas áreas de investigación. Mis amigos en el
Consorcio Latino Americano sobre Agroecología y Desarrollo (CLADES), Andrés
Yurjevic, Juan Sánchez, Jean Marc von der Weid, Raúl Venegas, Gonzalo Hinijosa,
Sebastian Burgos, Gustavo Siau, Jaime Rodríguez y muchos otros me han inspirado
constantemente para repensar el desarrollo agrícola de una manera más profunda
y liberal. Friedel von Mallinckrodt del Programa de Desarrollo de las Naciones
Unidas en Nueva York, también ha creído en mi trabajo proporcionando nuevas
oportunidades para divulgar experiencias agroecológicas en frica, Asia y Latino
América a través del Programa de Extensión y Redes de la Agricultura Sustentable
(SANE).
También he recibido importante estímulo y
crítica constructiva de mis colegas de la División de Control Biológico, Universidad de
California en Berkeley, con los cuales comparto la misma misión, aunque no
necesariamente la misma opinión.
La Fundación Jessie Smith Noyes y la Fundación Deep
Ecology me brindaron apoyo en forma continua para proseguir con mi
investigación agroecológica, aliciente fundamental de este libro. Mis colegas y
amigos Richard Norgaard, John Farrell, Matt Liebman, Susana Hecht y Fred
Magdoff, contribuyeron cada uno con un capítulo, enriqueciendo de esta forma
los conceptos sobre agroecología explorados en este libro.
Es imposible agradecer suficientemente a
Linda L. Schmidt, mi socia en investigación por más de una década, en esta
edición revisada del año 1995, la cual no sólo me ha brindado su lealtad y el
más eficiente apoyo técnico, sin que lo más importante, su aporte de cientos de
horas de edición soberbia y habilidades en la producción del libro en Inglés:
de alguna manera es su producción, yo sólo suministré el contenido.
También Maximo Alonso, Osvaldo Vigarena y
Clara Nicholls trabajaron arduamente en la traducción y producción fiel del
libro en Español.
Debo mi reconocimiento a muchos autores y
editores, muchos para mencionarlos, por autorizar la reproducción de figuras,
tablas y versiones condensadas de material escrito.
Miguel A. Altieri Noviembre, 1995
Primera parte
Bases teóricas de la
agroecología
Capítulo 1
La evolución del pensamiento agroecológico
Susanna B. Hecht
El uso contemporáneo del término
agroecología data de los años 70, pero la ciencia y la práctica de la
agroecología son tan antiguos como los orígenes de la agricultura.
A medida que los investigadores exploran
las agriculturas indígenas, las que son reliquias modificadas de formas
agronómicas más antiguas, se hace más notorio que muchos sistemas agrícolas
desarrollados a nivel local, incorporan rutinariamente mecanismos para acomodar
los cultivos a las variables del medio ambiente natural, y para protegerlos de
la depredación y la competencia. Estos mecanismos utilizan insumos renovables
existentes en las regiones, así como los rasgos ecológicos y estructurales
propios de los campos, los barbechos y la vegetación circundante.
En estas condiciones la agricultura
involucra la administración de otros recursos además del cultivo propio. Estos
sistemas de producción fueron desarrollados para disminuir riesgos ambientales
y económicos y mantienen la base productiva de la agricultura a través del
tiempo. Si bien estos agroecosistemas pueden abarcar infraestructuras tales
como trabajos en terrazas, zanjas e irrigación, el conocimiento agronómico
descentralizado y desarrollado localmente es de importancia fundamental para el
desarrollo continuado de estos sistemas de producción.
El por qué esta herencia agrícola ha
tenido relativamente poca importancia en las ciencias agronómicas formales,
refleja prejuicios que algunos investigadores contemporáneos están tratando de
eliminar. Tres procesos históricos han contribuido en un alto grado a oscurecer
y restar importancia al conocimiento agronómico que fue desarrollado por grupos
étnicos locales y sociedades no occidentales: (1) la destrucción de los medios
de codificación, regulación y trasmisión de las prácticas agrícolas; (2) la
dramática transformación de muchas sociedades indígenas no occidentales y los
sistemas de producción en que se basaban como resultado de un colapso
demográfico, de la esclavitud y del colonialismo y de procesos de mercado, y
(3) el surgimiento de la ciencia positivista. Como resultado, han existido
pocas oportunidades para que las intuiciones desarrolladas en una agricultura
más holística se infiltraran en la comunidad científica formal. Más aún, esta
dificultad está compuesta de prejuicios, no reconocidos, de los investigadores
en agronomía, prejuicios relacionados con factores sociales tales como clase
social, etnicidad, cultura y sexo.
Históricamente, el manejo de la
agricultura incluía sistemas ricos en símbolos y rituales, que a menudo servían
para regular las prácticas del uso de la tierra y para codificar el
conocimiento agrario de pueblos analfabetos (Ellen 1982, Conklin 1972).
La existencia de cultos y rituales
agrícolas está documentada en muchas sociedades, incluso las de Europa
Occidental. De hecho, estos cultos eran un foco de especial atención para la Inquisición Católica.
Escritores sociales de la época medieval tales como Ginzburg (1983) han
demostrado cómo las ceremonias rurales eran tildadas de brujería y cómo dichas
actividades se convirtieron en focos de intensa persecución.
Y no es sorprendente que cuando los
exploradores españoles y portugueses de la post-inquisición emprendieron sus
viajes y la conquista europea se extendió por el globo bajo el lema de «Dios,
Oro y Gloria», como parte de un proyecto más amplio, existieran actividades
evangelizadoras, las que a menudo alteraron las bases simbólicas y rituales de
la agricultura en sociedades no occidentales.
Estas modificaciones se
transformaron, y a menudo interfirieron con la transferencia generacional y
lateral del conocimiento agronómico local. Este proceso, junto con las
enfermedades, la esclavitud y la frecuente reestructuración de la base agrícola
de las comunidades rurales con fines coloniales y de mercado, a menudo
contribuyó a la destrucción o abandono de las tecnologías «duras» tales como
los sistemas de riego, y especialmente al empobrecimiento de las tecnologías
«blandas» (formas de cultivo, mezclas de cultivos, técnicas de control biológico
y manejo de suelos) de la agricultura local, la que depende mucho más de la
transmisión de tipo cultural.
La literatura histórica documenta cómo las
enfermedades transmitidas por los exploradores afectaron a las poblaciones
nativas. Especialmente en el nuevo mundo se dieron colapsos de poblaciones muy
rápidamente y de una forma tan devastadora que es difícil de imaginar. En
algunas áreas hasta un 90% de la población murió en menos de 100 años (Denevan
1976). Con ellos murieron culturas y sistemas de conocimiento.
Los efectos desastrosos de las epidemias
caracterizaron las primeras etapas del contacto, pero otras actividades,
especialmente la esclavitud asociada con las plantaciones del nuevo mundo,
también ejercieron impactos drásticos en la población y, por lo tanto, en el
conocimiento agrícola, hasta bien entrado el siglo XIX.
Inicialmente, las poblaciones locales eran
el blanco de las incursiones para obtener esclavos, pero estos grupos a menudo
podían escapar de la servidumbre. Los problemas de enfermedad en los indios del
nuevo mundo hicieron que no fueran una fuerza ideal de trabajo. Por otro lado,
las poblaciones africanas estaban acostumbradas a las condiciones climáticas
tropicales y tenían una resistencia relativa a las enfermedades «europeas», por
lo tanto ellos podían satisfacer las pujantes necesidades de mano de obra para
las plantaciones de azúcar y algodón. Durante dos siglos, más de veinte
millones de esclavos fueron transportados desde Africa a varias plantaciones de
esclavos en el nuevo mundo (Wolf 1982).
La esclavitud se impuso a la mejor fuerza
laboral (jóvenes adultos, tanto hombres como mujeres) y tuvo como resultado la
pérdida de esta importante fuerza de trabajo para la agricultura local y el
abandono de los trabajos agrícolas a medida que los pueblos trataron de evitar
el convertirse en esclavos, retirándose a lugares distantes de los traficantes
de esclavos. La ruptura de sistemas de conocimientos, ocasionada por la
exportación de mano de obra, la erosión de las bases culturales de la
agricultura local y la mortalidad asociada a las guerras que eran estimuladas
por las incursiones en busca de esclavos, fue aumentada más adelante por la
integración de estos sistemas residuales a las redes mercantiles y coloniales.
El contacto europeo con gran parte del
mundo no occidental no fue benéfico, y a menudo involucró la transformación de
los sistemas de producción para satisfacer las necesidades de los centros
burocráticos locales, los enclaves mineros y de recursos, y del comercio
internacional. En algunos casos ésto se logró por medio de la coerción directa,
reorientando y manipulando las economías a través de la unión de grupos
elíticos locales, y en otros casos de hombres claves, y por intermedio de
intercambios. Estos procesos cambian fundamentalmente la base de la economía
agrícola. Con el surgimiento de las cosechas pagadas y la mayor presión
ejercida por ítemes específicos de exportación, las estrategias para el uso de
predios rurales, que habían sido desarrolladas a través de milenios con el fin
de reducir los riesgos agrícolas y de mantener la base de recursos, fueron
desestabilizadas. Muchos son los estudios que han documentado estos efectos
(Watts 1983, Wolf 1982, Palmer y Parson 1977, Wasserstrom 1982, Brokenshaw et
al. 1979, Geertz 1962).
Finalmente, aún cuando los cronistas y los
exploradores mencionan positivamente el uso que los nativos daban a las
tierras, fue difícil traducir estas observaciones a una forma coherente, no
folklórica y socialmente aceptable. El surgimiento del método positivista en
las ciencias y el movimiento del pensamiento occidental hacia perspectivas
atomistas y mecanicistas, las que se asocian con el iluminismo del siglo XVIII,
alteraron dramáticamente el diálogo sobre el mundo natural (Merchant 1980).
Esta transición de las epistemologías
cambió el enfoque de la naturaleza, de una entidad orgánica, viviente, se
convirtió en una máquina. De manera creciente este enfoque hizo hincapié en el
lenguaje científico, una forma de referirse al mundo natural que esencialmente
rechazaba toda otra forma de conocimiento científico como superstición. En
efecto, desde los tiempos de Condorcet y Comte, el desarrollo de las ciencias
se identifica con el triunfo de la razón sobre la superstición. Esta posición,
unida a un punto de vista muchas veces despectivo sobre las habilidades de los
pueblos rurales en su generalidad, y en especial las de los pueblos
colonizados, contribuyó más aún a oscurecer la riqueza de muchos sistemas de
conocimiento rural cuyo contenido era expresado en una forma discursiva y
simbólica. A causa de un mal entendido del contexto ecológico, de la
complejidad espacial y de la forma de cultivar propia de los agricultores no
formales, fue frecuentemente tildada despectivamente de desordenada.
Dado este contexto histórico cabe
preguntarse cómo la agroecología logró emerger nuevamente. El
«redescubrimiento» de la agroecología es un ejemplo poco común del impacto que
tienen las tecnologías pre-existentes sobre las ciencias, donde, adelantos que
tuvieron una importancia crítica en la comprensión de la naturaleza, fueron el
resultado de una decisión de los científicos de estudiar lo que los campesinos
ya habían aprendido a hacer (Kuhn 1979). Kuhn señala que en muchos casos, los
científicos lograron «meramente validar y explicitar, en ningún caso mejorar,
las Técnicas desarrolladas con anterioridad».
Cómo emergió nuevamente la idea de la
agroecología también requiere de un análisis de la influencia de un número de
corrientes intelectuales que tuvieron relativamente poca relación con la
agronomía formal. El estudio de sistemas de calificación indígena, de la teoría
del desarrollo rural, de los ciclos y sucesión de los nutrientes no está muy
directamente relacionado con la ciencia de los cultivos, la patología de las
plantas y el manejo de las plagas en su práctica habitual. Las siguientes
secciones de este capítulo reseñan brevemente como la antropología, la economía
y la ecología se encuentran reflejadas en el pedigrí intelectual de la
agroecología.
¿Qué es la
Agroecología?
El término agroecología a llegado a
significar muchas cosas, definidas a groso modo, la agroecología a menudo
incorpora ideas sobre un enfoque de la agricultura más ligado al medio ambiente
y más sensible socialmente; centrada no sólo en la producción sino también en
la sostenibilidad ecológica del sistema de producción. A esto podría llamarse
el uso «normativo» o «prescriptivo» del término agroecología, porque implica un
número de características sobre la sociedad y la producción que van mucho más
allá de los límites del predio agrícola. En un sentido más restringido, la
agroecología se refiere al estudio de fenómenos netamente ecológicos dentro del
campo de cultivo, tales como relaciones depredador/presa, o competencia
de cultivo/maleza.
Visión ecológica
En el corazón de la agroecología está la
idea que un campo de cultivo es un ecosistema dentro del cual los procesos
ecológicos que ocurren en otras formaciones vegetales, tales como ciclos de
nutrientes, interacción de depredador/presa, competencia, comensalía y cambios
sucesionales, también se dan. La agroecología se centra en las relaciones
ecológicas en el campo y su propósito es iluminar la forma, la dinámica y las
funciones de esta relación. En algunos trabajos sobre agroecología está implícita
la idea que por medio del conocimiento de estos procesos y relaciones los
sistemas agroecológicos pueden ser administrados mejor, con menores impactos
negativos en el medio ambiente y la sociedad, más sostenidamente y con menor
uso de insumos externos. Como resultado, un número de investigadores de las
ciencias agrícolas y de áreas afines, han comenzado a considerar el predio
agrícola como un tipo especial de ecosistema -un agroecosistema- y a formalizar
el análisis del conjunto de procesos e interacciones que intervienen en un
sistema de cultivos. El marco analítico subyacente le debe mucho a la teoría de
sistemas y a los intentos teóricos y prácticos hechos para integrar los
numerosos factores que afectan la agricultura (Spedding 1975, Conway 1981,
Gliessman 1982, Conway 1985, Chambers 1983, Ellen 1982, Altieri 1983, Lowrance
et al. 1984).
La perspectiva social
Los agroecosistemas tienen varios grados
de resiliencia y de estabilidad, pero estos no están estrictamente determinados
por factores de origen biótico o ambiental. Factores sociales, tales como el
colapso en los precios del mercado o cambios en la tenencia de las tierras,
pueden destruir los sistemas agrícolas tan decisivamente como una sequía,
explosiones de plagas o la disminución de los nutrientes en el suelo. Por otra
parte, las decisiones que asignan energía y recursos materiales pueden aumentar
la resiliencia y recuperación de un ecosistema dañado. Aunque la administración
humana de los ecosistemas con fines de producción agrícola a menudo ha alterado
en forma dramática la estructura, la diversidad, los patrones de flujo de
energía y de nutrientes, y los mecanismos de control de poblaciones bióticas en
los predios agrícolas, estos procesos todavía funcionan y pueden ser explorados
experimentalmente.
La magnitud de las diferencias de la
función ecológica entre un ecosistema natural y uno agrícola depende en gran
medida de la intensidad y frecuencia de las perturbaciones naturales y humanas
que se hacen sentir en el ecosistema. El resultado de la interacción entre
características endógenas, tanto biológicas como ambientales en el predio
agrícola y de factores exógenos tanto sociales como económicos, generan la
estructura particular del agroecosistema. Por esta razón, a menudo es necesaria
una perspectiva más amplia para explicar un sistema de producción que está en
observación.
Un sistema agrícola difiere en varios
aspectos fundamentales de un sistema ecológico «natural» tanto en su estructura
como en su función. Los agroecosistemas son ecosistemas semi-domesticados que
se ubican en un gradiente entre una serie de ecosistemas que han sufrido un
mínimo de impacto humano, como es el caso de ciudades. Odum (1984) describe 4
características principales de los agroecosistemas:
1. Los agroecosistemas requieren fuentes
auxiliares de energía, que pueden ser humana, animal y combustible para
aumentar la productividad de organismos específicos.
2. La diversidad puede ser muy reducida en
comparación con la de otros ecosistemas.
3. Los animales y plantas que dominan son
seleccionados artificialmente y no por selección natural.
4. Los controles del sistema son, en su
mayoría, externos y no internos ya que se ejercen por medio de
retroalimentación del subsistema.
El modelo de Odum se basa principalmente
en la agricultura moderna del tipo que se encuentra en los Estados Unidos. Hay,
sin embargo, muchos tipos de sistemas agrícolas, especialmente en los trópicos,
que no corresponden a esta definición. Particularmente las preguntas de
diversidad y selección natural utilizadas en agriculturas complejas donde un
sin número de plantas y animales semi-domesticados y silvestres figuran en el
sistema de producción, son sospechosas. Conklin (1956), por ejemplo, describió
agroecosistemas tradicionales en Filipinas que incluían más de 600 especies de
plantas cultivadas y manejadas. Aunque esta agricultura no era tan diversa como
la de algunos bosques tropicales, era definitivamente más multiforme que muchos
otros ecosistemas locales.
Los sistemas agrícolas son una interacción
compleja entre procesos sociales externos e internos, y entre procesos
biológicos y ambientales. Estos pueden entenderse espacialmente a nivel de
terreno agrícola, pero a menudo también incluyen una dimensión temporal. El
grado de control externo versus control interno puede reflejar intensidad de
administración a lo largo del tiempo, el que puede ser mucho más variable que
el supuesto de Odum. En sistemas de roza, tumba y quema, por ejemplo, los
controles externos tienden a disminuir en los períodos posteriores de barbecho.
El modelo de agroecosistema de Odum marca
un punto de partida interesante para la comprensión de la agricultura desde una
perspectiva de los sistemas ecológicos, pero no puede abarcar la diversidad y
complejidad de muchos agroecosistemas que se desarrollaron en las sociedades no
occidentales, especialmente en los trópicos húmedos.
Más aún, la falta de atención que el
modelo pone en las determinantes sociales de la agricultura tiene como
resultado un modelo con un poder explicativo limitado.
Los sistemas agrícolas son artefactos
humanos y las determinantes de la agricultura no terminan en los límites de los
campos. Las estrategias agrícolas no sólo responden a presiones del medio
ambiente, presiones bióticas y del proceso de cultivo, sino que también
reflejan estrategias humanas de subsistencia y condiciones económicas (Ellen
1982). Factores tales como disponibilidad de mano de obra, acceso y condiciones
de los créditos, subsidios, riesgos percibidos, información sobre precios,
obligaciones de parentesco, tamaño de la familia y acceso a otro tipo de
sustento, son a menudo críticas para la comprensión de la lógica de un sistema
de agricultura.
En especial cuando se analizan las
situaciones de los pequeños campesinos fuera de los Estados Unidos y Europa, el
análisis de la simple maximización de las cosechas en sistemas de monocultivo
se hace menos útil para la comprensión del comportamiento del campesino y de
sus opciones agronómicas (Scott 1978 y 1986, Barlerr 1984, Chambers 1983).
El desafío agroecológico
Los científicos agrícolas convencionales
han estado preocupados principalmente con el efecto de las prácticas de uso de
la tierra y de manejos de los animales o la vegetación en la productividad de
un cultivo dado, usando una perspectiva que enfatiza un problema objetivo, como
es el de los nutrientes del suelo o los brotes de plagas. Esta forma de enfocar
sistemas agrícolas ha sido determinada en parte por un diálogo limitado entre
diferentes disciplinas, por la estructura de la investigación científica, la
que tiende a atomizar problemas de investigación, y por un enfoque de la
agricultura orientado a lograr un producto. No cabe duda que la investigación
agrícola basada en este enfoque ha tenido éxito en incrementar el rendimiento
en situaciones agroecológicamente favorables.
Sin embargo, es cada vez mayor el número
de científicos que reconoce que este enfoque reduccionista limita las opciones
agrícolas para las poblaciones rurales y en que el «enfoque objetivo» a menudo
involucra consecuencias secundarias no intencionadas que frecuentemente han
producido daños ecológicos y han tenido altos costos sociales. La investigación
agroecológica se concentra en asuntos puntuales del área de la agricultura,
pero dentro de un contexto más amplio que incluye variables ecológicas y
sociales.
En muchos casos, las premisas sobre el
propósito de un sistema agrícola difieren del enfoque que enfatiza la
maximización del rendimiento y la producción, expuesta por la mayoría de los
científicos agrícolas.
Como mejor puede describirse la
agroecología es como un enfoque que integra ideas y métodos de varios
sub-campos, más que como una disciplina específica. La agroecología puede ser
un desafío normativo a las maneras en que varias disciplinas enfocan los
problemas agrícolas. Tiene sus raíces en las ciencias agrícolas, en el
movimiento del medio ambiente, en la ecología (en particular en la explosión de
investigaciones sobre los ecosistemas tropicales), en el análisis de
agroecosistemas indígenas y en los estudios sobre el desarrollo rural. Cada una
de estas áreas de investigación tiene objetivos y metodologías muy diferentes,
sin embargo, tomadas en un conjunto todas han sido influencias legítimas e
importantes en el pensamiento agroecológico.
Influencias del pensamiento agroecológico
Ciencias agrícolas
Como Altieri (1987) lo ha señalado, el
crédito de gran parte del desarrollo inicial de la agricultura ecológica en las
ciencias formales le pertenece a Klages (1928), quien sugirió que se tomaran en
cuenta los factores fisiológicos y agronómicos que influían en la distribución
y adaptación de especies específicas de cultivos, para comprender la compleja
relación existente entre una planta de cultivo y su medio ambiente.
Más adelante, Klages (1942) expandió su
definición e incluyó en ella factores históricos, tecnológicos y
socioeconómicos que determinaban qué cultivos podían producirse en una región
dada y en qué cantidad. Papadakis (1938) recalcó que el manejo de cultivos
debería basarse en la respuesta del cultivo al medio ambiente. La ecología
agrícola fue aún más desarrollada en los años 60 por Tischler (1965) e
integrada al currículum de la agronomía en cursos orientados al desarrollo de
una base ecológica a la adaptación ambiental de los cultivos. La agronomía y la
ecología de cultivos están convergiendo cada vez más, pero la red entre la
agronomía y las otras ciencias (incluyendo las ciencias sociales) necesarias
para el trabajo agroecológico, están recién emergiendo.
Las obras de Azzi (1956), Wilsie (1962),
Tischler (1965), Chang (1968) y Loucks (1977) representan un cambio de enfoque
gradual hacia un enfoque ecosistémico de la agricultura. En particular fue Azzi
(1956) quien acentuó que mientras la meteorología, la ciencia del suelo y la
entomología son disciplinas diferentes, su estudio en relación con la respuesta
potencial de plantas de cultivos converge en una ciencia agroecológica que
debería iluminar la relación entre las plantas cultivadas y su medio ambiente.
Wilsie (1962), analizó los principios de adaptación de cultivos y su
distribución en relación a factores del hábitat, e hizo un intento para
formalizar el cuerpo de relaciones implícitas en sistemas de cultivos. Chang
(1968) prosiguió con la línea propuesta por Wilsie, pero se centró en un grado
aún mayor en los aspectos ecofisiológicos.
Desde comienzos de los años 70, ha habido una expansión
enorme en la literatura agronómica con un enfoque agroecológico, incluyendo
obras como las de Dalton 1975, Netting 1974, van Dyne 1969, Spedding 1975, Cox
y Atkins 1979, Richards P. 1985, Vandermeer 1981, Edens y Koenig 1981, Edens y
Haynes 1982, Altieri y Letourneau 1982, Gliessman et al. 1981, Conway 1985,
Hart 1979, Lowrance et al. 1984 y Bayliss-Smith 1982.
A fines de la década de los 70 y a comienzos
de la de los 80 un componente social cada vez mayor comenzó a aparecer en la
literatura agrícola, en gran parte como resultado del estudio sobre el
desarrollo rural en los Estados Unidos (Buttel 1980).
La contextualización social unida al
análisis agronómico ha generado evaluaciones complejas de la agricultura,
especialmente en el caso del desarrollo regional (Altieri y Anderson 1986,
Brush 1977, Richards P. 1984 y 1986, Kurin 1983, Bartlett 1984, Hecht 1985,
Blaikie 1984).
Los entomólogos en sus intentos por
desarrollar sistemas de manejo integrado de plagas, han hecho contribuciones
valiosas al desarrollo de una perspectiva ecológica para la protección de las
plantas.
La teoría y la práctica del control
biológico de plagas se basa exclusivamente en principios ecológicos (Huffaker y
Messenger 1976).
El manejo ecológico de plagas se centra en
primer lugar en enfoques que contrastan la estructura y el funcionamiento de
los sistemas agrícolas con aquellas de sistemas naturales relativamente no perturbados,
o sistemas agrícolas más complejos (Southwood y Way 1970, Price y Waldbauer
1975, Levins y Wilson 1979, Risch 1981 y Risch et al. 1983). Browning y Frey
(1969) han argumentado que los enfoques de manejo de plagas deberían hacer
hincapié en el desarrollo de agroecosistemas que emularan la sucesión natural
lo más posible, debido a que estos sistemas más maduros son a menudo más
estables que los sistemas consistentes en una estructura sencilla de
monocultivos.
Enfoque metodológico
Una gran cantidad de métodos de análisis
agroecológico se están desarrollando en la actualidad en todo el mundo. Se
podría considerar que se utilizan principalmente cuatro enfoques metodológicos:
- Descripción analítica. Se están realizando muchos estudios que miden y describen cuidadosamente los sistemas agrícolas y miden propiedades específicas tales como diversidad de plantas, acumulación de biomasa, retención de nutrientes y rendimiento.
Por ejemplo, el Centro Internacional de
Agroforestería (ICRAF) ha estado desarrollando una base internacional de datos
de los diferentes tipos de sistemas de agroforestería y los está
correlacionando con una variedad de parámetros medio ambientales para
desarrollar modelos regionales de cultivos mixtos (Nair 1984, Huxley 1983).
Este tipo de información es valioso para ampliar nuestra comprensión de los
tipos de sistemas existentes, de los componentes que habitualmente se
encuentran ensamblados y en qué contexto ambiental. Este es el primer paso
necesario. Los estudios representativos de este tipo de pensamiento son
numerosos e incluyen a Ewel et al. 1986, Alcorn 1984, Marten 1986, Denevan et
al. 1984 y Posey 1985.
- El análisis comparativo. La investigación comparativa generalmente involucra la comparación de un monocultivo u otro sistema de cultivo con un agroecosistema tradicional de mayor complejidad.
Los estudios comparativos de este
tipo involucran un análisis de la productividad de cultivos específicos, de la
dinámica de la plagas o del estatus de los nutrientes en cuanto están relacionados
con factores tales como la diversidad de los campos de cultivos, la frecuencia
de las malezas, la población de insectos y los patrones de reciclaje de
nutrientes. Varios estudios de este tipo se han llevado a cabo en América
Latina, Africa y Asia (Glover y Beer 1986, Uhl y Murphy 1981, Irvine 1987,
Marten 1986 y Woodmansee 1984). Dichos proyectos usan metodologías científicas
de tipo estándar para iluminar la dinámica de sistemas locales de cultivos
mixtos específicos, comparándolos con los monocultivos. Estos datos a menudo
son útiles pero la heterogeneidad de los sistemas locales pueden oscurecer la
comprensión de cómo éstos funcionan.
3. Comparación experimental. Para
establecer la dinámica y para reducir el número de variables, muchos
investigadores desarrollan una versión simplificada del sistema nativo en el
cual las variables pueden ser controladas más de cerca. Por ejemplo, el
rendimiento de un cultivo mixto de maíz, frijol y calabaza puede ser comparado
con el cultivo simple de cada una de estas especies.
4. Sistemas agrícolas normativos. Estos se
construyen a menudo con modelos teóricos específicos en mente. Un ecosistema
natural puede ser ilimitado, o un sistema agrícola nativo podría ser
reconstituido con mucho esfuerzo. Este enfoque está siendo evaluado en forma
experimental por varios investigadores en Costa Rica. Ellos están desarrollando
sistemas de cultivos que emulan las secuencias sucesionales por medio del uso
de cultivos que son botánica y morfológicamente semejantes a las plantas que naturalmente
ocurren en varias etapas sucesionales (Hart 1979, Ewel 1986).
Aún cuando la agronomía ha sido sin lugar
a dudas la disciplina materna de la agroecología, ésta recibió una fuerte
influencia del surgimiento del ambientalismo y de la expansión de los estudios
ecológicos. El estudio del medio ambiente fue necesario para proporcionar el
marco filosófico en el cual el valor de las tecnologías alternativas y el
proyecto normativo de la agroecología pudieran apoyarse. Los estudios
ecológicos fueron críticos en la expansión de los paradigmas por medio de los
cuales cuestiones agrícolas pudieran desarrollarse, y de las destrezas técnicas
para analizarlos.
Ambientalismo
Importancia de este movimiento. El movimiento ambiental de los años 60-70 ha hecho una gran
contribución intelectual a la agroecología. Debido a que los asuntos del
ambientalismo coincidían con la agroecología, ellos infundieron al discurso
agroecológico una actitud crítica de la agronomía orientada hacia la
producción, e hicieron crecer la sensibilidad hacia un gran número de asuntos
relacionados con los recursos.
La versión de los años 60 del movimiento
ambiental se originó como consecuencia de una preocupación con los problemas de
contaminación. Estos eran analizados en función tanto de los fracasos
tecnológicos como de las presiones de la población.
La perspectiva Maltusiana ganó una fuerza
especial a mediados de la década del 60 por medio de obras tales como «La Bomba Poblacional»
de Paul Ehrlich (1966) y «La
Tragedia de los Comunes» de Garrett Hardin (1968). Estos
autores presentaron como principal causa de la degradación ambiental y del
agotamiento de recursos al crecimiento de la población. Este punto de vista fue
técnicamente ampliado por la publicación de «Los Límites del Crecimiento» del
club de Roma, el que utilizó simulaciones computarizadas de las tendencias
globales de la población, del uso de recursos y la contaminación, para generar
argumentos para el futuro, los que generalmente eran desastrosos. Esta posición
ha sido criticada desde perspectivas metodológicas y epistemológicas (Simon y
Kahn 1985).
Mientras que «Los Límites del Crecimiento»
desarrolló un modelo generalizado de la «Crisis ambiental», dos volúmenes
seminales posteriores contenían una relación especial al pensamiento
agroecológico, porque en ellos se perfilaban visiones de una sociedad
alternativa. Estos fueron «Ante-Proyecto de la Supervivencia» (El
Ecologista 1972) y «Lo Pequeño es Hermoso» (Schumacher 1973). Estos trabajos
incorporaban ideas sobre la organización social, la estructura económica y
valores culturales y las convertían en una visión exhaustiva más o menos
utópica. «Ante- Proyecto de la supervivencia» argumentaba a favor de la
descentralización de empresas de pequeña envergadura y acentuaba las actividades
humanas que involucrarían un mínimo de disrupción ecológica y un máximo de
conservación de energía y materiales.
El santo y seña era autosuficiencia y
sustentabilidad. El libro de Schumacher acentuaba una evaluación radical de la
racionalidad económica («Economía Budista »), un modelo descentralizado de la
sociedad humana («Dos millones de aldeas») y una tecnología apropiada. El
significado especial de «Lo Pequeño es Hermoso» era que estas ideas se
ampliaron para alcanzar el Tercer Mundo.
Interrogantes agrícolas. Los asuntos ambientales en su relación
con la agricultura fueron claramente señalados por Carson en su libro
«Primavera Silenciosa» (1964), que planteaba interrogantes sobre los impactos
secundarios de las substancias tóxicas, especialmente de los insecticidas, en
el ambiente. Parte de la respuesta a estos problemas fue el desarrollo de
enfoques de manejo de plagas para la protección de los cultivos, basados
enteramente en teoría y práctica en los principios ecológicos (Huffaker y Messenger
1976). El impacto tóxico de los productos agro-químicos era sólo una de las
interrogantes ambientales, debido a que el uso excesivo de los recursos
energéticos también se estaba convirtiendo en un asunto cada vez mas
importante.
Era necesario evaluar los costos
energéticos de sistemas de producción específicos; especialmente a comienzos de
la década del 70 cuando los precios del petróleo se incrementaron. El estudio
clásico de Pimentel (1979) demostró que en la agricultura de los Estados Unidos
cada kilo-caloría derivado del maíz se «obtenía» a un enorme costo energético
de energía externa. Los sistemas de producción norteamericanos fueron por lo
tanto comparados con otros tipos diferentes de agricultura, los que eran de
menor producción por área de unidad (en términos de kilo-calorías por cada
hectárea) pero mucho más eficientes en términos de rendimiento por unidad de
energía invertida. El alto rendimiento de la agricultura moderna se obtiene a
costa de numerosos gastos, los que incluyen insumos no renovables tales como el
combustible de fósiles.
En el Tercer Mundo estos imputs son a
menudo importados, y cargados a la balanza internacional de pagos, empeorando
la situación de endeudamiento de muchos países en desarrollo. Más aún, debido a
que la mayor parte de estos inputs no se utilizan para el cultivo de alimentos,
la ganancia en la producción no se puede traducir necesariamente en un mejor
abastecimiento de alimentos (Crouch y de Janvry 1980, Graham 1984 y Dewey
1981). Finalmente, las consecuencias sociales de este modelo tienen impactos
complejos y a menudo extremadamente negativos en la población local, en
especial en aquellos que tienen un acceso limitado a tierras y a crédito. Estos
problemas se discuten en detalle más adelante en este capítulo.
Los problemas de la toxicidad y recursos
de la agricultura ensamblaron con los problemas mayores de la transferencia
tecnológica en contextos del Tercer Mundo.
«La tecnología Descuidada» (editada por
Milton y Farvar en 1968) fue una de las primeras publicaciones que intentó, en
gran medida, documentar los efectos de proyectos de desarrollo y transferencia
de tecnología de zonas templadas, sobre las ecologías y las sociedades de los
países en desarrollo. Cada vez en mayor número, investigadores de diferentes
áreas comenzaron a hacer comentarios sobre la pobre «adecuación» entre los
enfoques que se dan al uso de la tierra en el Primer Mundo y la realidad del
Tercer Mundo. El artículo de Janzen (1973), sobre agroecosistemas tropicales,
fue la primera evaluación ampliamente difundida de por qué los sistemas
agrícolas tropicales podrían comportarse de una forma diferente a los de las
zonas templadas. Este trabajo y el de Levins (1973) plantearon un desafío a los
investigadores agrícolas, que los llevó a repensar la ecología de la
agricultura tropical.
Al mismo tiempo, el problema filosófico
más amplio planteado por el movimiento ambiental tuvo resonancia en la
re-evaluación de las metas del desarrollo agrícola en los Estados Unidos y en
el Tercer Mundo, y en las bases tecnológicas sobre las que serían llevadas a
cabo. En el mundo desarrollado estas ideas sólo tuvieron un impacto moderado en
la estructura de la agricultura, porque la confiabilidad y disponibilidad de
productos agroquímicos y imputs energéticos aplicados a la agricultura tenía
como resultado transformaciones pequeñas en el patrón de uso de recursos en la
agricultura. En situaciones en las que tanto los campesinos como la nación
estaban presionando por los recursos, donde prevalecían estructuras distributivas
regresivas y donde el enfoque de las zonas templadas no era apropiado a las
condiciones ambientales locales, el enfoque agroecológico parecía de especial
relevancia.
La integración de la agronomía y el
ambientalismo ensambló con la agroecología, pero los fundamentos intelectuales
para una asociación académica de este tipo eran aún relativamente débiles. Era
necesario un enfoque teórico y técnico más claro, especialmente en relación con
los sistemas tropicales. El desarrollo de la teoría ecológica tendría una
relevancia especial en el desarrollo del pensamiento agroecológico.
Ecología
Por varias razones los ecólogos han tenido
una importancia singular en la evolución del pensamiento agroecológico. En
primer lugar, el marco conceptual de la agroecología y su lenguaje son
esencialmente ecológicos. En segundo lugar, los sistemas agrícolas son en sí
mismos interesantes sujetos de investigación, en los cuales los investigadores
tienen mayor habilidad para controlar, probar y manipular los componentes del
sistema, en comparación con los ecosistemas rurales. Estos pueden proporcionar
condiciones de pruebas para un patrón amplio de hipótesis ecológicas, y de
hecho ya han contribuido sustancialmente al cuerpo de conocimiento ecológico
(Levins 1973, Risch et al. 1983, Altieri et al. 1983b, Uhl et al. 1988). En
tercer lugar, la explosión de investigadores sobre los sistemas tropicales ha
dirigido la atención al impacto ecológico de la expansión de sistemas de
monocultivos en zonas que se caracterizan por su diversidad y extraordinaria
complejidad (Janzen 1973, Uhl 1983, Uhl y Jordan 1984, Hecht 1985). En cuarto
lugar, varios ecólogos han comenzado a dirigir su atención a las dinámicas
ecológicas de los sistemas agrícolas tradicionales (Gliessmann 1982a, 1982b, Altieri
y Farrell 1984, Anderson et al. 1985, Marten 1986, Richards 1984 y 1986).
Tres áreas de interés académico han sido
especialmente críticas en el desarrollo de los análisis agroecológicos: el
ciclaje de los nutrientes, las interacciones de plagas/plantas y la sucesión
ecológica. A modo de ilustración esta sección se concentrará en el ciclaje de
nutrientes. A comienzos de los años 60 el análisis del ciclaje de nutrientes en
los sistemas tropicales se convirtió en un tópico de interés y fue considerado
como un proceso vital del ecosistema. Varios estudios significativos tales como
la investigación de Nye y Greenland en 1961 y más adelante la serie de
artículos y monografías que derivaron de trabajos realizados en San Carlos,
Venezuela; Catie, Costa Rica y otros lugares en Asia y Africa han sido la
simiente que clarifica los mecanismos de los ciclajes de nutrientes, tanto en
bosques nativos como en áreas que han sido cultivadas (Jordan 1985, Uhl y
Jordan 1984, Buschbacker et al. 1988, Uhl et al. 1988).
Los hallazgos ecológicos de esta
investigación sobre el ciclaje de nutrientes que tuvieron un mayor impacto en
el análisis de la agricultura fueron:
• La relación entre la diversidad y las
estrategias inter-especificas para captar nutrientes.
• La importancia de los rasgos
estructurales para aumentar la captación de nutrientes tanto por debajo como
por encima del suelo.
• La dinámica de los mecanismos
fisiológicos en la retención de nutrientes.
• La importancia de relaciones asociativas
de plantas con micro-organismos tales como micorrizas y fijadores simbióticos
de nitrógeno.
• La importancia de la biomasa como lugar
de almacenaje de los nutrientes.
Estos hallazgos sugerían que los modelos
ecológicos de la agricultura tropical incluirían una diversidad de especies (o
al menos de cultivos) para aprovechar la variedad de absorción de nutrientes,
tanto en términos de diferentes nutrientes como en la absorción de nutrientes
de los diferentes niveles de profundidad del suelo. La información producida
por los estudios ecológicos sobre el ciclaje de nutrientes también sugería el
uso de plantas tales como las leguminosas que con facilidad forman asociaciones
simbióticas, y el uso más extendido de plantas perennes en el sistema de
producción, como un medio para bombear nutrientes de las diferentes capas del
suelo y aumentar así la capacidad total de reciclaje y almacenamiento de
nutrientes en el ecosistema. No es sorprendente hallar que muchos de estos
principios ya estaban siendo aplicados en numerosos sistemas agrícolas
desarrollados por poblaciones locales en los trópicos.
Los agricultores sacan e incorporan
nutrientes del agroecosistema cuando añaden elementos químicos o fertilizantes
orgánicos (abono o compost) o remueven la cosecha o cualquier otro material vegetal
del predio. En los agroecosistemas modernos, los nutrientes se reemplazan con
fertilizantes comprados. Los agricultores de bajos ingresos que no pueden
adquirir los fertilizantes comerciales, mantienen la fertilidad del suelo
recolectando materiales nutritivos fuera de los campos cultivados, por ejemplo,
abono recolectado en pasturas o recintos en los que se encierran los animales
por la noche. Este material orgánico se complementa con hojarasca y otros
materiales vegetales de los bosques cercanos. En regiones de América Central,
los agricultores esparcen anualmente hasta 40 toneladas métricas de humus por
hectárea, sobre los campos de hortalizas cultivadas en forma intensiva (Wilken
1977). Los materiales vegetales de desecho se convierten en compost con los
desechos domésticos y el abono proveniente del ganado.
Otra estrategia para explotar la capacidad
del sistema de cultivo es reutilizar sus propios nutrientes almacenados. En los
agroecosistemas sembrados intercaladamente, la poca perturbación y los doseles
cerrados promueven la conservación y el reciclaje de nutrientes (Harwood 1979).
Por ejemplo, en un sistema agroforestal los minerales perdidos por los cultivos
anuales son rápidamente absorbidos por los cultivos perennes.
Además, la propensión de algunos cultivos
a quitar nutrientes, es contrarrestada al agregar materia orgánica de otros
cultivos. El nitrógeno del suelo puede aumentarse al incorporar leguminosas en
la mezcla y la asimilación del fósforo se puede incrementar, de cierto modo, en
cultivos con asociaciones de micorrizas. La diversidad incrementada en los
sistemas de cultivo se asocia generalmente con las zonas radiculares más
extensas, lo que aumenta la captura de nutrientes. La optimización del proceso
biogeoquímico requiere del desarrollo de una estructura del suelo y de una
fertilidad adecuada, dependiendo de:
Adición regular de residuos orgánicos
Nivel de actividad microbial suficiente
como para asegurar el decaimiento de los materiales orgánicos
Condiciones que aseguren la actividad
continua de las lombrices de tierra y otros agentes estabilizadores del suelo
Cobertura proteccional de la vegetación
Procesos hidrológicos
El agua es una parte fundamental de todos
los sistemas agrícolas. Además de su papel fisiológico, el agua influye en los
insumos y las pérdidas de nutrientes a y desde el sistema por medio de la
lixiviación y la erosión. El agua penetra en un agroecosistema en forma de
precipitaciones, aguas que fluyen constantemente y por el riego; se pierde a
través de la evaporación, la transpiración, del escurrimiento y del drenaje más
allá de la zona de efectividad de las raíces de las plantas. El agua consumida
por la gente y el ganado en el predio puede ser importante (por ejemplo, en los
sistemas de pastoreo), pero generalmente es pequeña en cuanto a su magnitud.
El agua se almacena en el suelo, en donde
es utilizada directamente por los cultivos y la vegetación, en forma de agua
subterránea que puede extraerse para el uso humano, del ganado o de los
cultivos y en almacenamientos construidos, tales como estanques del predio.
En términos generales, el equilibrio del
agua dentro de un agroecosistema en particular, se puede expresar como: S =
R + Li - Et - P - Lo + So donde S es el contenido de la humedad del suelo
al momento de estudiarlo, R es el agua lluvia efectiva (agua lluvia menos
intercepción), Li es el flujo lateral de agua hacia el suelo, Et es la
evapotranspiración, P es la percolación profunda, Lo es el flujo de salida
(escurrimiento) y So es el contenido de humedad original del suelo (Norman
1979, Briggs y Courtney 1985).
Todos estos factores son afectados por las
condiciones del suelo, de la vegetación y por las prácticas agrícolas. El
drenaje y la labranza agrícola, por ejemplo, aceleran las pérdidas por
percolación profunda; la remoción de los cultivos aumenta la cantidad de lluvia
que llega al suelo y reduce la evapotranspiración; los cambios en la estructura
del suelo debido al control de residuos de labranza, la rotación de cultivos o
el uso de abonos afecta la tasa de percolación y el flujo lateral. Uno de los
controles principales de la acumulación de humedad en el suelo es ejercido por
la cobertura de los cultivos, puesto que influye en los insumos y en las
pérdidas ejercidas hacia y desde la humedad del suelo. Por ejemplo, el dejar el
follaje cortado de las malezas como mulch, reduce las pérdidas de agua
provenientes de la evapotranspiración y aumenta los contenidos de humedad del
suelo.
En la mayor parte de la literatura
ecológica, la comparación entre ecosistemas naturales y agroecosistemas se ha
basado en agroecosistemas desarrollados por ecologistas después de cierta
observación del ecosistema local más bien que después de observar sistemas
locales verdaderamente desarrollados. Más aún, la investigación se centró en
parámetros tales como la diversidad de semillas, la acumulación de biomasa y el
almacenaje de nutrientes en sucesión. Esta investigación ha proporcionado
cierta comprensión de algunas dinámicas de los sistemas agrícolas considerados
como entidades biológicas, pero el manejo (con excepción del llevado a cabo por
algunos alumnos relativamente inexpertos) influye en estos procesos que quedan
en un área casi enteramente inexplorada (un caso excepcionalmente sobresaliente
en este aspecto es el de Uhl et al. 1988).
Las limitaciones del enfoque puramente
ecológico están siendo cada vez más superadas a medida que los investigadores
comienzan a analizar los sistemas campesinos y nativos en equipos
multi-disciplinarios y desde una perspectiva más holística (Anderson y Anderson
1983, Anderson et al. 1985, Marten 1986, Denevan et al.
1984). Estos esfuerzos tienen como
intención el colocar a la agricultura en un contexto social; utilizan modelos
nativos locales (explicaciones nativas del por qué se realizan ciertas
actividades) para el desarrollo de hipótesis que más adelante pueden ser
probadas por medio de modelos agronómicos científicos. Esta es un área de
investigación floreciente con implicancias tanto teóricas como aplicadas de
mucha importancia, y una gran inspiración para la teoría y práctica de la
agroecología.
Sistemas nativos de producción
Otra influencia mayor en el pensamiento es
aquella que procede de los esfuerzos de la investigación de antropólogos y
geógrafos dedicados a describir y analizar las prácticas agrícolas y la lógica
de los pueblos nativos y campesinos. Típicamente, estos estudios se han
preocupado del uso de recursos y del manejo no sólo del predio agrícola sino de
toda la base de subsistencia, y se han concentrado en cómo los pueblos locales
explican esta base de subsistencia, y en cómo los cambios sociales y económicos
afectan los sistemas de producción. El análisis científico del conocimiento
local ha sido una fuerza importante para reevaluar los supuestos de los modelos
coloniales y agrícolas de desarrollo. La obra pionera en este campo fue la de
Audrey Richards (1939) sobre las prácticas de roza, tumba y quema (sistema
citamene) en el Africa Bemba. El sistema citamene involucra el uso de desechos
de árboles como compost en las prácticas agrícolas de los terrenos montañosos
en Africa Central.
Este estudio, que acentúa los resultados
de las tecnologías agrícolas y de las explicaciones ecológicas de los pueblos
nativos, contrasta diametralmente con aquella percepción despreciativa de la
agricultura nativa que considera las prácticas locales como desordenadas y de
inferior calidad.
Otra importante contribución al estudio de
sistemas de cultivo nativos fue el trabajo de Conklin (1956), el que sentó las
bases para la re-evaluación de la agricultura itinerante, basado en datos
etnográficos y agronómicos sobre los Hanunoo de Filipinas.
Este trabajo señala la complejidad
ecológica y diversidad de los patrones de agricultura itinerante y la
importancia de los policultivos, la rotación de cultivos y sistemas de
agroforestería, en el marco total de la producción itinerante. Es uno de los
estudios más tempranos y más ampliamente conocidos sobre la estructura y
complejidad del sistema de cultivo de roza, tumba y quema, y en el que se incorpora
mucha intuición ecológica.
Fue de especial importancia el énfasis que
Conklin puso en el conocimiento ecológico nativo y la importancia que le asignó
a explotar esta rica fuente de comprensión etnocientífica. Sin embargo, él
hacía hincapié en que el acceso a esta información requería habilidades tanto
etnográficas como científicas.
Investigadores tales como Richards (1984),
Bremen y deWit (1983), Watts (1983), Posey (1984), Denevan et al. (1984),
Brokenshaw et al. (1979) y Conklin (1956), entre muchos otros, han estudiado
los sistemas nativos de producción y sus categorías de conocimiento sobre las
condiciones ambientales y prácticas agrícolas. Este cuerpo de investigación se
centra en el punto de vista nativo de los sistemas de producción y los analiza
con los métodos científicos occidentales. Todos estos autores han hecho
hincapié en que la organización social y las relaciones sociales de la
producción deberían considerarse tan de cerca como el medio ambiente y los
cultivos.
Este acento en la dimensión social de la
producción es una base importante para la comprensión de la lógica de
producción de sistemas agrícolas.
Otro resultado importante de gran parte
del trabajo sobre los sistemas nativos de producción es la idea que se
necesitan diferentes nociones de eficiencia y racionabilidad para comprender
los sistemas nativos de campesinos. Por ejemplo, la eficiencia de producción
por unidad de labor invertida, más bien que una simple relación de rendimiento
por áreas es básica para la lógica de producción de muchos cultivadores del
Tercer Mundo. Las prácticas que se centran en evitar riesgos, puede que no sean
tan rendidoras a corto plazo, pero pueden ser preferibles a opciones de uso de
tierras altamente productivas pero que tienen mayores riesgos. La disponibilidad
de trabajo, en especial en épocas importantes como es la de las cosechas, puede
también influir en los tipos de sistemas agrícolas favorecidos.
Este tipo de investigación ha influido en
el desarrollo de los argumentos contrarios a aquellos que atribuían el fracaso
de la transferencia de tecnología agrícola a la ignorancia e indolencia. Este
enfoque, con el acento en los factores humanos de los sistemas agrícolas,
también ponía más atención en las estrategias de los campesinos de diferentes estratos
sociales, y cada vez más en el rol de la mujer en la agricultura y el manejo de
recursos (Deere 1982, Beneria 1984, Moock 1986).
El análisis etnoagrícola ha contribuido
mucho a la expansión de las herramientas conceptuales y prácticas de la agroecología.
El enfoque (marco étnico) basado en la explicación de una cultura dada ha
sugerido relaciones que los marcos «étnicos» (es decir marcos externos ,
generalmente referidos a modelos occidentales de expansión) no capturan
fácilmente, al basarse en los métodos de la ciencia occidental. Más aún, esta
investigación ha ampliado el concepto de lo que puede con provecho ser llamado
agricultura, debido a que muchos grupos están involucrados en la manipulación
de ecosistemas forestales a través del manejo de la sucesión y la reforestación
actual (Posey 1985, Andreson et al. 1985, Alcorn 1984). Aún más, la agricultura
desarrollada localmente incorpora numerosos cultivos cuyo germoplasma es
esencial para el «desarrollo» de programas de mejoramiento genético como el de
yuca y frijol, y también incluye numerosas plantas con un potencial de uso más
amplio en ambientes difíciles. Finalmente, dicho trabajo valora los logros
científicos de cientos de años de mejoradores de plantas y trabajo agronómico
llevado a cabo por las poblaciones locales.
El estudio de sistemas agrícolas nativos
ha proporcionado gran parte de la materia prima para el desarrollo de hipótesis
y sistemas de producción alternativos para la agroecología. Cada vez es más
amplio el estudio de la agricultura nativa realizado por equipos
multi-disciplinarios para documentar las prácticas y se han desarrollado
categorías de clasificación para analizar los procesos biológicos y para
evaluar aspectos de las fuerzas sociales que influyen en la agricultura. El estudio
de sistemas nativos ha sido fundamental en el desarrollo del pensamiento
agroecológico.
Estudios del desarrollo
El estudio del desarrollo rural del Tercer
Mundo también ha sido una gran contribución a la evolución del pensamiento
agroecológico. El análisis rural ha ayudado a clasificar la lógica de las
estrategias locales de producción en comunidades que están sufriendo grandes
transformaciones, a medida que las áreas rurales se integran a economías
regionales, nacionales y globales. Los estudios sobre el desarrollo rural han
documentado la relación que existe entre los factores socieconómicos y la
estructura y organización social de la agricultura. Existen varios temas de
investigación sobre el desarrollo, que han sido de especial importancia para la
agroecología, incluyendo el impacto de las tecnologías inducidas desde afuera,
el cambio de cultivos, los efectos de la expansión de mercados, las
implicancias de los cambios de relaciones sociales y la transformación en las
estructuras de tenencia de tierra y de acceso a los recursos económicos. Todos
estos procesos están íntimamente ligados. Cómo ellos afectan los
agroecosistemas regionales es el resultado de complejos procesos históricos y
políticos.
La investigación de la Revolución Verde
fue importante para la evolución del pensamiento agroecológico porque los
estudios sobre el impacto de esta tecnología fueron un instrumento que arrojó
luz sobre los tipos de prejuicios que predominaban en el pensamiento agrícola y
de desarrollo.
Esta investigación también tuvo como
resultado el primer análisis verdaderamente interdisciplinario de cuestiones de
tenencia de tierra y del cambio tecnológico en la agricultura desde un punto de
vista ecológico, social y económico; todo esto realizado por un amplio grupo de
especialistas.
La extraordinaria aceleración del proceso
de estratificación social del campesino que se asocia a la Revolución Verde
indicaba inmediatamente que ésta no era una tecnología neutra en sus objetivos
y resultados, sino más bien que podría transformar dramáticamente la base de la
vida rural de un gran número de personas.
Como lo hizo notar Perelman 1977, los más
beneficiados por dichas tecnologías fueron los consumidores urbanos. La
estrategia de la
Revolución Verde se desarrolló cuando los problemas de la
pobreza y el hambre eran considerados principalmente como problemas de
producción. Este diagnóstico implicó varias estrategias que se centraban en
áreas agrícolas en las que rápidamente podrían llevarse a cabo aumentos de
producción, suelos de mejor calidad y tierras de riego entre agricultores con
bienes materiales y de capital sustanciales. Tuvo éxito en términos de elevar
la producción; en el fondo era parte de una política de apostar conscientemente
al más fuerte (Chambers y Ghildyal 1985, Pearce 1980). Es ahora generalmente
reconocido que solamente el aumento agregado de la producción de alimentos no
soluciona el problema del hambre y la pobreza rural, aunque sí puede reducir
los costos de alimentos para los sectores urbanos (Sen 1981, Watts 1983).
Las consecuencias de la Revolución Verde
en las áreas rurales fueron tales que sirvieron para marginalizar a gran parte
de la población rural. En primer lugar, centró sus beneficios en los grupos que
eran ricos en recursos, acelerando así la diferencia entre ellos y los otros
habitantes rurales, por lo que la desigualdad rural a menudo aumentó.
En segundo lugar, socavó muchas formas de
acceso a la tierra y a los recursos, tales como los cultivos de mediería, el
arriendo de mano de obra y el acceso a medios de riego y tierras de pastoreo.
Esto redujo la diversidad de estrategias de subsistencia disponibles a las
familias rurales y, por lo tanto, aumentó la dependencia del predio agrícola.
La reducción de la base genética de la agricultura aumentó los riesgos porque
los cultivos se hicieron más vulnerables a plagas y enfermedades y a los
cambios del clima. En el caso de arrozales inundados o regados, la
contaminación generada por el uso de pesticidas y herbicidas a menudo afectó
una importante fuente local de proteínas: el pescado.
El análisis de la Revolución Verde
hecho desde el punto de vista de diferentes disciplinas, contribuyó al primer
análisis holístico de las estrategias de desarrollo agrícola/rurales. Fue la
primera evaluación ampliamente difundida que incorporó críticas ecológicas,
tecnológicas y sociales. Este tipo de enfoque y de análisis ha sido el
prototipo de varios estudios posteriores sobre la agroecología, y el progenitor
de la investigación sobre sistemas de labranza.
Actualmente es reconocido que las
tecnologías de la
Revolución Verde pueden ser aplicadas en áreas limitadas y ha
habido peticiones de varios analistas del desarrollo rural en el sentido de
redirigir la investigación agrícola en la dirección de campesinos de bajos
recursos. En el mundo existen por lo menos un billón de campesinos de recursos,
ingresos y flujos de producción muy limitados, quienes trabajan en un contexto
agrícola de extrema marginalidad. Los enfoques que hacen hincapié en paquetes
de tecnologías generalmente requieren de recursos a los cuales la mayoría de
los campesinos del mundo no tienen acceso (Tabla 1.1).
TABLA 1.1 El contraste de
condiciones físicas y socioeconómicas de agricultores ricos en recursos vs
pobres en recursos (según Chambers y Ghildyal 1985).
Deficiencia
Muchos analistas del desarrollo rural
reconocen hoy las limitaciones para la agricultura de los enfoques tipo
Revolución Verde que enfatizan agricultura a gran escala, pero estos modelos
agrícolas han dominado de una forma sorprendente los proyectos de desarrollo
agrícola del Tercer Mundo. Mientras los resultados de las estaciones
experimentales de investigación se veían extremadamente promisorios, el bajo
grado de adopción por campesinos y de producción exacta de los modelos en los
campos, ha ocasionado grandes dificultades en muchos proyectos. El enfoque de
transferencia de tecnologías tendía a acelerar las diferencias en al
situaciones políticas difíciles, en donde las tecnologías sólo eran
parcialmente adoptadas y en muchos casos no adoptadas del todo (Scott 1978 y
1986).
Varias eran las explicaciones para la baja
transferencia de tecnologías, incluyendo la idea que los campesinos eran
ignorantes y que era necesarios enseñarles a cultivar. Otro set de
explicaciones se centró en las exigencias a nivel de finca, tales como la falta
de créditos que limitaban la posibilidad de los campesinos de adoptar estas
tecnologías. En el primer caso se considera que la falla esta en el campesino;
en el segundo se culpa a problemas de infraestructura de diferentes tipos,
nunca se criticó a la tecnología misma.
Varios investigadores de terreno y
practicantes del desarrollo se han sentido frustrados por estas explicaciones y
un número cada vez mayor han señalado que las tecnologías en si requieren de
una re-evaluación sustancial. Ellos han argumentado que la decisión del
campesino de adoptar o no una tecnología es la verdadera prueba de su calidad.
A menudo a este enfoque se le ha llamado «El campesino primero y último» o « El
campesino vuelve al campesino» o «La revolución agrícola nativa» según dicen
Rhoades y Booth (1982) «La filosofía básica en la que se apoya este modelo es
que la investigación y el desarrollo agrícola deben comenzar y terminar en el
campesino. La investigación agrícola aplicada no puede comenzar aisladamente en
un centro de experimentación o con un comité de planificación que está lejos
del contacto con la realidad campesina. En la práctica esto significa obtener
información acerca del campesino y comprensión de la percepción que el campesino
tiene del problema y la aceptación de la evaluación que el campesino hace de la
solución propuesta». Este enfoque requiere una participación mucho mayor de
parte del campesino en el diseño y la implementación de programas de desarrollo
rural (Chambers 1983, Richards P. 1985, Gow y Van Sant 1983, Midgley 1986).
Una consecuencia de esta posición ha sido
reconocer el gran conocimiento que el campesino tiene de entomología, botánica,
suelos y agronomía, los que pueden servir como puntos de partida para la investigación.
En este caso también, la agroecología ha sido identificada como una valiosa
herramienta analítica asimismo como un enfoque normativo para la investigación.
La agroecología encaja bien con los
asuntos tecnológicos que requieren prácticas agrícolas más sensibles al medio
ambiente y a menudo encuentra congruencia del desarrollo tanto ambiental como
participativo con perspectivas filosóficas. La diversidad de preocupaciones y
de cuerpos de pensamientos que han influido en el desarrollo de la agroecología
son verdaderamente amplios. Sin embargo, esta es la extensión de los asuntos
que inciden en la agricultura. Es por esta razón que ahora vemos agroecólogos
con un entrenamiento mucho mas rico que el encontrado corrientemente entre los
alumnos de ciencias agrarias centrados en una disciplina, como asimismo muchos
más equipos multidisciplinarios trabajando en estos asuntos en el campo. Aunque
es una disciplina nueva, y hasta el momento ha planteado más problemas que
soluciones, la agroecología indudablemente ha ampliado el discurso agrícola.
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