Capítulo 3
El
Agroecosistema: determinantes, recursos, procesos y sustentabilidad
Los términos
agroecosistema, sistema agrícola y sistema agrario han sido utilizados para
describir las actividades agrícolas realizadas por grupos de gente. Sistema de alimentación,
en cambio, es un término más amplio que incluye producción agrícola, distribución
de recursos, procesamiento y comercialización de productos dentro de una región
y/o país agrícola (Krantz 1974). Obviamente, un agroecosistema se puede definir
de muchas maneras, pero este libro se centra fundamentalmente en los sistemas agrícolas
dentro de pequeñas unidades geográficas. De este modo, el énfasis está en las
interacciones entre la gente y los recursos de producción de alimentos al interior
de un predio o incluso un área específica. Resulta difícil delinear los límites
exactos de un agroecosistema. Sin embargo, debería tenerse en mente que los agroecosistemas
son sistemas abiertos que reciben insumos del exterior, dando como resultado
productos que pueden ingresar en sistemas externos (Figura 3.1).
Una de las
contribuciones importantes de la agroecología es llegar a algunos principios básicos
relacionados con la estructura y función de los agroecosistemas:
1. El
agroecosistema es la unidad ecológica principal. Contiene componentes abióticos
y bióticos que son interdependientes e interactivos, y por intermedio de los cuales
se procesan los nutrientes y el flujo de energía.
2. La función
de los agroecosistemas se relaciona con el flujo de energía y con el ciclaje de
los materiales a través de los componentes estructurales del ecosistema el cual
se modifica mediante el manejo del nivel de insumos. El flujo de energía se refiere
a la fijación inicial de la misma en el agroecosistema por fotosíntesis, su transferencia
a través del sistema a lo largo de una cadena trófica y su dispersión final por
respiración. El ciclaje biológico se refiere a la circulación continua de
elementos desde una forma inorgánica (geo) a una orgánica (bio) y viceversa.
3. La cantidad
total de energía que fluye a través de un agroecosistema depende de la cantidad
fijada por las plantas o productores y los insumos provistos mediante su
administración. A medida que la energía se transfiere de un nivel trófico a
otro se pierde una cantidad considerable para la futura transferencia. Esto
limita el número y cantidad de organismos que pueden mantenerse en cada nivel
trófico.
4. El volumen
total de materia viva puede ser expresado en términos de su biomasa.
La cantidad,
distribución y composición de biomasa varía con el tipo de organismo, el
ambiente físico, el estado de desarrollo del ecosistema y de las actividades
humanas.
Una gran
proporción del componente orgánico en el ecosistema esta compuesto de materia
orgánica muerta (DOM), en el cual la mayor proporción esta compuesta de
material de las plantas.
5. Los
agroecosistemas tienden hacia la maduración. Estos pueden pasar de formas menos
complejas a estados más complejos. Este cambio direccional es sin embargo inhibido
en la agricultura moderna al mantener monocultivos caracterizados por la baja
diversidad y la baja maduración.
6. La principal
unidad funcional del agroecosistema es la población del cultivo.
Esta ocupa un
nicho en el sistema, el cual juega un rol particular en el flujo de la energía
y en el ciclaje de nutrientes, aunque la biodiversidad asociada también juega un
rol funcional clave en el agroecosistema.
7. Un nicho
dentro de un agroecosistema dado no puede ser ocupado simultánea e indefinidamente
por una población autosuficiente de más de una especie.
8. Cuando una
población alcanza los límites impuestos por el ecosistema, su número debe
estabilizarse o, si esto no ocurre, debe declinar (a menudo bruscamente) debido
a enfermedades, depredación, competencia, poca reproducción, etc.
9. Los cambios
y las fluctuaciones en el ambiente (explotación, alteración y competencia) representan
presiones selectivas sobre la población.
10. La
diversidad de las especies esta relacionada con el ambiente físico. Un ambiente
con una estructura vertical más compleja alberga en general más especies que uno
con una estructura más simple. Así, un sistema silvicultural contendrá más
especies que en un sistema basado en el cultivo de cereales. De manera similar,
un ambiente benigno y predecible, alberga más especies que en un ambiente más
impredecible y severo. Los agroecosistemas tropicales muestran una mayor
diversidad que los templados.
11. En
situaciones de cultivos que están aislados, las tasas de inmigración se tienden
a equilibrar con las tasas de extinción. Mientras más cerca esté el cultivo isla
a una fuente de población, mayor será la tasa de inmigración por unidad de tiempo.
Mientras más grande sea el cultivo isla, mayor será su capacidad de carga para
cada especie. En cualquier situación isla, la inmigración de las especies
declina a medida que más especies se establecen y menos inmigrantes representan
nuevas especies.
FIGURA
3.1. Estructura general de un sistema agrícola y su relación con los sistemas
externos (según Briggs y Courtney 1985).
Clasificación de los
agroecosistemas
Cada región
tiene una configuración única de agroecosistemas que son el resultado de las
variaciones locales en el clima, el suelo, las relaciones económicas, la
estructura social y la historia (Tabla 3.1). De esta manera, un estudio
acerca de los agroecosistemas de una región está destinado a producir tanto
agriculturas comerciales como de subsistencia, utilizando niveles altos o bajos
de tecnología, dependiendo de la disponibilidad de tierra, capital y mano de obra.
Algunas tecnologías en los sistemas más modernos aspiran a la preservación de
recursos (dependiendo de insumos bioquímicos), mientras que otras hacen
hincapié en el ahorro de mano de obra (insumos mecánicos). Los agricultores
tradicionales, pobres en recursos generalmente adoptan sistemas más intensivos,
y hacen hincapié en el uso óptimo y reciclaje de los recursos escasos.
A pesar de que
cada finca es distinta, muchas muestran una similitud familiar y de este modo
se pueden agrupar como un tipo de agricultura o agroecosistema. Una zona con
tipos de agroecosistemas similares se puede denominar como una región agrícola.
Whittlesay (1936) reconoció cinco criterios para clasificar a los agroecosistemas
de una región: (1) la asociación de cultivos y ganado; (2) los métodos para
producir los cultivos y el ganado; (3) la intensidad en el uso de la mano de obra,
capital, organización y la producción resultante; (4) la distribución de los
productos para el consumo (ya sea que se utilicen para la subsistencia en la
finca o para la venta) y (5) el conjunto de estructuras usadas para la casa y
facilitar las operaciones de la finca.
Basados en
estos criterios, en ambientes tropicales es posible reconocer siete tipos específicos
de sistemas agrícolas (Grigg 1974, Norman 1979):
1. Sistemas de
cultivo itinerante.
2. Sistemas
semi-permanente de cultivo de secano.
3. Sistemas
permanente de cultivo de secano.
4. Sistemas
arables bajo riego.
5. Sistemas de
cultivos perennes.
6. Sistemas con
ganado-cultivo (alternando cultivos arables con sembrado de pasturas).
Claramente
estos sistemas están siempre cambiando, forzados por la población itinerante,
la disponibilidad de recursos, la degradación ambiental, el crecimiento económico
o decaimiento, cambio político, etc. Estos cambios pueden ser explicados por
las respuestas de los agricultores a las variaciones en el ambiente físico, precios
de los insumos y productos, innovación tecnológica y crecimiento poblacional.
Por ejemplo la Tabla 3.2 ilustra algunos de
los factores que influyen el cambio del sistema de cultivo itinerante a
sistemas permanentes más intensivos de agricultura en Africa (Protheroe 1972).
Agroecosistemas y
conceptos ecológicos del paisaje
Debido a la
importancia del enfoque regional para el proceso de planificación en el diseño
del paisaje, los principios ecológicos paisajistas se están aplicando en forma creciente
a muchas obras de planificación agrícola a fin de mejorar la ecología y el paisaje,
la dispersión de especies a lo largo de éste, la coordinación de la
conservación natural y la administración agrícola (Bunce et al. 1993).
Los siguientes
conceptos de ecología del paisaje tienen mucha importancia para el diseño y la
administración de los agroecosistemas: Jerarquía en los paisajes.
Los paisajes funcionan a diferentes niveles involucrando a distintos elementos
en forma de complejos. Por una parte, se pueden estudiar todo un estanque o una
cuenca o, por otra parte, dentro de ese paisaje se pueden analizar estructuras
tales como un campo agrícola, un bosque con sus capas protectoras de tierra
adyacentes y su interrelación. Un paisaje agrícola aparte de campos, pastizales
y huertos, cuenta con ríos, bosques sembrados, praderas, parques, ciudades, etc.
En estos paisajes hay una gran interacción entre seres humanos, suelos, plantas
y animales; agua, aire, nutrientes y energía los cuales están en constante movimiento.
El paisaje cambia con el proceso que afecta generalmente a extensas áreas más
bien que a campos pequeños. Por lo tanto, según como estén ubicados los campos
de cultivos y praderas en un paisaje pueden afectar la calidad del agua, aire, suelo
y la biodiversidad de toda una región agrícola (Figura 3.2).
Gradientes.
Los paisajes
involucran cambios graduales y áreas de transición. Se reconoce que muchos
elementos ecológicos no presentan límites estrictos entre cada uno; más bien se
nivelan gradualmente en el tiempo y en el espacio. La importancia de los
efectos de borde también han sido un aspecto integral de muchos estudios con aumentos
en la diversidad y estructura. La estabilidad y la dinámica de tales sistemas se
basan más bien en parámetros físicos que en biológicos. Este concepto se ha
usado en la planificación y la conservación de la naturaleza, pero aún no se ha
aplicado a los agroecosistemas.
Biodiversidad.
Con la creciente
presión sobre los hábitats seminaturales ha habido mucha inquietud acerca de la
biodiversidad. Este es un concepto básico en la administración de los paisajes
y en su planificación. A menudo se plantean objetivos y políticas para parques
naturales y reservas de la naturaleza, con el objeto de mantener una alta
biodiversidad existente. La biodiversidad es el resultado de los procesos históricos
y, por lo tanto, se refiere a los procesos relacionados con el tiempo y el espacio.
Las actividades humanas pueden perturbar o mantener alta la biodiversidad,
dependiendo o de la interacción del hombre con la naturaleza, en particular,
por medio de las prácticas agrícolas. Muchos ecosistemas naturales y
seminaturales, que alguna vez cubrieron grandes zonas, han sido fragmentados y
sus especies se encuentran amenazadas. Los enfoques de la ecología paisajista
son especialmente útiles para la administración de tierras tropicales toda vez
que se necesita una mezcla óptima en el uso y conservación de la tierra, a fin
de satisfacer las necesidades alimenticias y de fibras y combustible, así como
también de conservar los recursos naturales. Ni la preservación absoluta de
viejos bosques, ni la conservación total hacia la administración en forma
intensa de los sistemas, puede ser la solución deseada para la administración de
la agricultura. Usando la tierra en forma de gradiente, siembra de bosques en
forma de mosaico y campos agrícolas, es la estrategia más sensible para
satisfacer las necesidades de producción y conservación.
Metapoblación.
Representa el
concepto de las interrelaciones entre las subpoblaciones en sembrados más o
menos aislados dentro de un paisaje, ayudando a entender el impacto del
aislamiento progresivo de zonas individuales de vegetación y sus poblaciones
animales asociadas en el paisaje agrícola moderno. La extinción temporal y la
recolonización son procesos característicos de la metapoblación.
Los recursos de un
agroecosistema
Norman (1979)
agrupó la combinación de recursos encontrados comúnmente en un agroecosistema
en cuatro categorías:
Recursos
naturales. Los
recursos naturales son los elementos que provienen de la tierra, del agua, del
clima y de la vegetación natural siendo explotados por el agricultor para la producción
agrícola. Los elementos más importantes son el área del predio, lo que incluye
su topografía, el grado de fragmentación de la propiedad, su ubicación con
respecto a los mercados, la profundidad del suelo, la condición química y los
atributos físicos; la disponibilidad de agua subterránea y en la superficie;
pluviosidad promedio, evaporación, irradiación solar y temperatura (su
variabilidad estacional y anual); y la vegetación natural que puede ser una
fuente importante de alimento, forraje para animales, materiales de
construcción o medicinas para los seres humanos, influyendo en la productividad
del suelo de los sistemas de cultivos migratorios.
FIGURA
3.2 Efectos de la estructura del paisaje en la dinámica del agroecosistema.
Recursos
humanos. Los recursos
humanos están compuestos por la gente que vive y trabaja dentro de un predio y
explota sus recursos para la producción agrícola, basándose en sus incentivos
tradicionales o económicos. Los factores que afectan estos recursos incluyen:
(a) el número de personas que el predio tiene que sustentar en relación con la
fuerza de trabajo y su productividad, la cual gobierna el superávit disponible
para la venta, trueque u obligaciones culturales; (b) la capacidad para trabajar,
influida por la nutrición y la salud; (c) la inclinación al trabajo, influida
por el nivel económico y las actitudes culturales para el tiempo libre; y (d)
la flexibilidad de la fuerza de trabajo para adaptarse a variaciones
estacionales en la demanda de trabajo, es decir, la disponibilidad de la mano
de obra contratada y el grado de cooperación entre los agricultores.
Recursos
de capital. Los
recursos de capital son los bienes y servicios creados, comprados o prestados
por las personas asociadas con el predio para facilitar la explotación de los
recursos naturales para la producción agrícola. Los recursos de capital pueden
agruparse en cuatro categorías principales: (a) recursos permanentes, como modificaciones
duraderas a los recursos de tierra o agua orientados hacia la producción agrícola;
(b) recursos semipermanentes o aquellos que se deprecian y tienen que ser
reemplazados periódicamente como graneros, cercas, animales de tiro,
herramientas;
(c) recursos
operacionales o artículos de consumo utilizados en las operaciones diarias del
predio, como fertilizantes, herbicidas, abonos y semillas; y (d) recursos
potenciales o aquellos que el agricultor no posee pero de los que puede disponer
teniendo que reembolsarlos en el tiempo, como el crédito y la ayuda de parientes
o amigos.
Recursos
de producción. Los
recursos de producción comprenden la producción agrícola del predio como de los
cultivos y el ganado. Estos se transforman en recursos de capital si se venden
y los residuos (cultivos, abono) son insumos nutrientes reinvertidos en el
sistema.
Procesos ecológicos en el
agroecosistema
Cada agricultor
debe manipular los recursos físicos y biológicos del predio para la producción.
De acuerdo con el grado de modificación tecnológica, estas actividades influyen
en los cinco procesos: energéticos, hidrológicos, biogeoquímicos, sucesionales
y de regulación biótica. Cada uno puede evaluarse en términos de insumos, productos,
almacenamiento y transformaciones.
Procesos
energéticos
La energía
entra en un agroecosistema como luz solar y sufre numerosas transformaciones físicas.
La energía biológica se transfiere a las plantas mediante la fotosíntesis (producción
primaria) y de un organismo a otro mediante la cadena trófica (consumo). A
pesar de que la luz solar es la única fuente de energía principal en la mayoría
de los ecosistemas naturales, también son importantes el trabajo humano y
animal, los insumos de energía mecanizados (tales como el arado con un
tractor). La energía humana forma la estructura del agroecosistema, por
consiguiente el flujo de energía a través de decisiones acerca de la producción
primaria y la proporción de esa producción se canaliza a los productos para el
uso humano (Marten 1986).
Los diversos
insumos de un sistema agrícola: radiación solar, mano de obra, trabajo de las
máquinas, fertilizantes y herbicidas, se pueden convertir en valores
energéticos.
Asimismo, los
productos del sistema: vegetales y animales, también pueden expresarse en
términos de energía. Debido a que el costo y la disponibilidad de la energía proveniente
de los combustibles fósiles son cuestionables, los insumos y los productos se
han cuantificado para diferentes tipos de agriculturas con el objeto de comparar
su intensidad, rendimiento y productividad laboral y los niveles de bienestar que
estos proporcionan.
Se han
reconocido tres etapas en el proceso de intensificación de la energía en la agricultura
(Leach 1976), de los cuales, hoy en día, se pueden encontrar ejemplos en diferentes
partes del mundo: (a) preindustrial, sólo con insumos de mano de obra relativamente
bajos; (b) semindustrial, con altos insumos de fuerza animal y humana; y (c)
totalmente industrial, con insumos muy altos de combustibles fósiles y maquinaria.
En los EE.UU. durante los últimos 50 años, se ha generalizado una disminución en
la capacidad humana, asociada a la rápida intensificación de la energía en la
explotación agrícola. Este proceso de intensificación ha sido también
acompañado por un aumento en la densidad de energía. Bayliss-Smith (1982) en su
análisis comparativo de siete tipos de sistemas agrícolas encontró que la
eficiencia total de la utilización de la energía (relación de energía) disminuye
a medida que la dependencia de los combustibles fósiles aumenta. De este modo,
en una agricultura industrializada la ganancia neta de la energía proveniente
de la agricultura es pequeña, debido a que se gasta mucho en su producción
(Figura 3.3).
FIGURA
3.3. Relaciones de insumos, productos y energía de siete sistemas agrícolas. I.
Sistema agrícola tradicional en Nueva Guinea (sistemas de cultivos migratorios,
huertos domésticos), II. Sistema de explotación británico preindustrial
(sistema de cereales/ovinos), III. Sistema agrícola de Java (huertos de taro,
cocoteros y pesca), IV. Sistema pre-Revolución Verde del sur de la India (caña de azúcar,
arroz, mijo, pastura de novillos), V. Postrevolución Verde del sur de la India (caña de azúcar,
arroz, mijo y pastura de novillos). VI. Predio colectivo Ruso (papas, cereales,
pastura), VII. Agricultura británica moderna (cereales, pastizales y pastos
permanentes) (Bayliss-Smith 1982).
La
productividad de los cultivos arables también depende del tipo y cantidad de subsidio
de energía. La variación en los subsidios de energía y las etapas de
intensificación de la energía están claramente presentadas en la Tabla 3.3. Una comparación entre
las acumulaciones de energía para la producción de maíz en México y Guatemala y
aquellas en los EE.UU. revela un número importante de detalles. El rendimiento
de este último país es de alrededor tres a cinco veces más que en los primeros.
Además, a medida que la mano de obra se ha ido reemplazando progresivamente, primero
por la fuerza animal y luego por el combustible y la maquinaria, la dependencia
energética aumenta casi 30 veces y la relación insumo-energía/producción energía
disminuye en forma significativa.
Procesos
biogeoquímicos
Los principales
insumos biogeoquímicos de un agroecosistema son los nutrientes liberados del
suelo, de la fijación del nitrógeno atmosférico por las leguminosas, de la fijación
de nitrógeno no simbiótico (que es particularmente importante en el cultivo del
arroz), de los nutrientes contenidos en la lluvia y en las aguas que fluyen constantemente,
de los fertilizantes y nutrientes en los alimentos comprados por seres humanos,
del forraje para el ganado o del abono animal.
Las salidas
importantes incluyen nutrientes en cultivos y ganado consumidos o exportados
desde el predio. Otras pérdidas se asocian con la lixiviación más allá de la
zona de raíces, desnitrificación y volatilización del nitrógeno, pérdidas de
nitrógeno y azufre hacia la atmósfera cuando se quema la vegetación, los
nutrientes perdidos en la erosión del suelo causado por el escurrimiento o el
viento y los nutrientes en excrementos humanos o del ganado que el predio
pierde. Además, existe un almacenamiento bioquímico, que incluye al
fertilizante almacenado y al abono acumulado, junto a los nutrientes en la zona
radicular del suelo, el cultivo establecido, la vegetación y el ganado.
Durante la
producción y el consumo, los nutrientes minerales se trasladan cíclicamente a
través de un agroecosistema. Los ciclos de algunos de los nutrientes mas
importantes (nitrógeno, fósforo y potasio), son bien conocidos en muchos ecosistemas
naturales y agrícolas (Todd et al. 1986). Durante la producción, los elementos se
transfieren del suelo a las plantas y animales y viceversa. Cada vez que la cadena
del carbono se rompe separándose por una diversidad de procesos biológicos, los
nutrientes vuelven al suelo donde pueden mantener la producción de las plantas
(Marten 1986, Briggs y Courtney 1985).
Los
agricultores sacan e incorporan nutrientes del agroecosistema cuando añaden elementos
químicos o fertilizantes orgánicos (abono o compost) o remueven la cosecha o
cualquier otro material vegetal del predio. En los agroecosistemas modernos, los
nutrientes se reemplazan con fertilizantes comprados. Los agricultores de bajos
ingresos que no pueden adquirir los fertilizantes comerciales, mantienen la
fertilidad del suelo recolectando materiales nutritivos fuera de los campos
cultivados, por ejemplo, abono recolectado en pasturas o recintos en los que se
encierran los animales por la noche. Este material orgánico se complementa con
hojarasca y otros materiales vegetales de los bosques cercanos. En regiones de
América Central, los agricultores esparcen anualmente hasta 40 toneladas
métricas de humus por hectárea, sobre los campos de hortalizas cultivadas en
forma intensiva (Wilken 1977). Los materiales vegetales de desecho se
convierten en compost con los desechos domésticos y el abono proveniente del
ganado.
Otra estrategia
para explotar la capacidad del sistema de cultivo es reutilizar sus propios
nutrientes almacenados. En los agroecosistemas sembrados intercaladamente, la
poca perturbación y los doseles cerrados promueven la conservación y el
reciclaje de nutrientes (Harwood 1979). Por ejemplo, en un sistema agroforestal
los minerales perdidos por los cultivos anuales son rápidamente absorbidos por
los cultivos perennes.
Además, la propensión
de algunos cultivos a quitar nutrientes, es contrarrestada al agregar materia
orgánica de otros cultivos. El nitrógeno del suelo puede aumentarse al
incorporar leguminosas en la mezcla y la asimilación del fósforo se puede
incrementar, de cierto modo, en cultivos con asociaciones de micorrizas. La
diversidad incrementada en los sistemas de cultivo se asocia generalmente con
las zonas radiculares más extensas, lo que aumenta la captura de nutrientes. La
optimización del proceso biogeoquímico requiere del desarrollo de una
estructura del suelo y de una fertilidad adecuada, dependiendo de:
Adición regular
de residuos orgánicos
Nivel de
actividad microbial suficiente como para asegurar el decaimiento de los materiales
orgánicos
Condiciones que
aseguren la actividad continua de las lombrices de tierra y otros agentes
estabilizadores del suelo
Cobertura
proteccional de la vegetación
Procesos
hidrológicos
El agua es una
parte fundamental de todos los sistemas agrícolas. Además de su papel
fisiológico, el agua influye en los insumos y las pérdidas de nutrientes a y desde
el sistema por medio de la lixiviación y la erosión. El agua penetra en un agroecosistema
en forma de precipitaciones, aguas que fluyen constantemente y por el riego; se
pierde a través de la evaporación, la transpiración, del escurrimiento y del drenaje
más allá de la zona de efectividad de las raíces de las plantas. El agua
consumida por la gente y el ganado en el predio puede ser importante (por
ejemplo, en los sistemas de pastoreo), pero generalmente es pequeña en cuanto a
su magnitud.
El agua se
almacena en el suelo, en donde es utilizada directamente por los cultivos y la
vegetación, en forma de agua subterránea que puede extraerse para el uso humano,
del ganado o de los cultivos y en almacenamientos construidos, tales como estanques
del predio.
En términos
generales, el equilibrio del agua dentro de un agroecosistema en particular, se
puede expresar como: S = R + Li - Et - P - Lo + So donde S es el
contenido de la humedad del suelo al momento de estudiarlo, R es el agua lluvia
efectiva (agua lluvia menos intercepción), Li es el flujo lateral de agua hacia
el suelo, Et es la evapotranspiración, P es la percolación profunda, Lo es el
flujo de salida (escurrimiento) y So es el contenido de humedad original del
suelo (Norman 1979, Briggs y Courtney 1985).
Todos estos
factores son afectados por las condiciones del suelo, de la vegetación y por
las prácticas agrícolas. El drenaje y la labranza agrícola, por ejemplo,
aceleran las pérdidas por percolación profunda; la remoción de los cultivos
aumenta la cantidad de lluvia que llega al suelo y reduce la
evapotranspiración; los cambios en la estructura del suelo debido al control de
residuos de labranza, la rotación de cultivos o el uso de abonos afecta la tasa
de percolación y el flujo lateral. Uno de los controles principales de la
acumulación de humedad en el suelo es ejercido por la cobertura de los
cultivos, puesto que influye en los insumos y en las pérdidas ejercidas hacia y
desde la humedad del suelo. Por ejemplo, el dejar el follaje cortado de las
malezas como mulch, reduce las pérdidas de agua provenientes de la
evapotranspiración y aumenta los contenidos de humedad del suelo.
En la
agricultura de secano es importante saber que cuando R es mayor que Et, la zona
de raíces se encuentra completamente cargada, definiendo así la temporada efectiva
de crecimiento de cultivos. Durante este período, el escurrimiento y el drenaje
pueden darse, influyendo en el nivel de lixiviación de los nutrientes solubles,
la tasa de erosión del suelo, etc. Dentro de la escala: R + Et/2 a R = Et/10,
la maduración y el crecimiento del cultivo dependen principalmente de la
disponibilidad de la reserva de agua del suelo o del riego (Norman 1979).
En la mayoría
de las zonas tropicales de secano el potencial agrícola de la zona depende de
la duración de la temporada lluviosa y de la distribución de las
precipitaciones durante este período. Los climas satisfactorios para los
cultivos son aquellos en los que las precipitaciones exceden la
evapotranspiración real durante por lo menos 130 días y la extensión de un
ciclo de crecimiento promedio para la mayoría de los cultivos anuales. El
número de meses húmedos consecutivos, es otro criterio ambiental importante. El
potencial para el cultivo secuencial (bajo condiciones de secano) es limitado
si existen menos de 5 meses húmedos consecutivos (Beets 1982).
La lluvia es el
principal determinante del tipo de cultivo adoptado en el sistema de cultivos
local. En Africa, en donde la precipitación anual es más de 600 mm, los sistemas de
cultivo se basan por lo general en maíz. En Asia tropical, donde la
precipitación es más de 1.500 mm/año con al menos 200mm/mes de lluvia durante
tres meses consecutivos, los sistemas de cultivo se basan por lo general en el
arroz. Puesto que el arroz necesita más agua que otros cultivos y debido a que
es el único que tolera las inundaciones, solo se planta en el momento de máxima
precipitación. Con el objeto de utilizar la humedad residual y las mayores
intensidades de luz durante la temporada seca (Figura 3.4), se puede plantar
una combinación de cultivos en mesetas al comienzo o al final de las lluvias.
Los sistemas de cultivos mixtos como el maíz y el maní, por ejemplo, a menudo
utilizan mejor el final de la temporada lluviosa (sistema II en la Figura 3.4.).
Otra
posibilidad es la de combinar un sistema de cultivo doble y de relevo en el que
el arroz trasplantado se establece lo más temprano posible (sistema III en la Figura 3.4.). Al arroz le
siguen los caupíes cultivados utilizando técnicas de labranza mínima y
cucurbitáceas que se siembran posteriormente en relevo (Beets 1982).
Procesos
sucesionales
La sucesión, el
proceso por el cual los organismos ocupan un sitio y modifican gradualmente las
condiciones ambientales de manera que otras especies puedan reemplazar a los
habitantes originales, se modifica radicalmente con la agricultura moderna.
Los campos
agrícolas generalmente presentan etapas sucesivas secundarias en las que una
comunidad existente es perturbada por la deforestación y el arado para establecer
en el lugar una comunidad simple, hecha por el hombre. La Figura 3.5ª ilustra lo que
ocurre cuando la sucesión se simplifica con el establecimiento de los monocultivos.
En la agricultura convencional, la tendencia natural hacia la complejidad se
detiene utilizando productos agroquímicos (Savory 1988). Al sembrar policultivos,
la estrategia agrícola acompaña la tendencia natural hacia la complejidad; el
incremento de la biodiversidad del cultivo tanto sobre como debajo del suelo imita
la sucesión natural y así se requieren menos insumos externos para mantener la comunidad
del cultivo (Figura 3.5b).
El control de
la sucesión (invasión de plantas y competencia) y la protección contra las
plagas de insectos y enfermedades son los principales problemas en la
mantención de la continuidad de la producción en los agroecosistemas. Los
agricultores han usado diversos métodos en forma universal. Estos son: ninguna
acción, acción preventiva (usos de variedades de cultivos resistentes,
manipulación de fechas de siembra, espaciamiento en hileras, modificación del
acceso de plagas a las plantas) o la acción sucesiva (pesticidas químicos,
control biológico, técnicas culturales). Las estrategias ecológicas del control
de plagas generalmente emplean una combinación de estos tres métodos, que
apuntan a hacer del campo un lugar menos atractivo para las plagas,
convirtiendo el ambiente en inadecuado para éstas pero favorable para los enemigos
naturales, interfiriendo con el movimiento de las plagas de un cultivo a otro o
alejándolas de los cultivos. Todos estos métodos se discutirán en los capítulos
13, 14 y 15, puesto que atañen al control de los insectos, malezas y
enfermedades de las plantas en los agroecosistemas.
Los científicos
que perciben el agroecosistema como el resultado de la convolución entre los
procesos sociales y naturales, establecen que los procesos ecológicos
mencionados corren paralelamente y son interdependientes con un flujo
socioeconómico, tal como el desarrollo y/o adopción de sistemas y tecnologías
agrícolas que son el resultado de las interacciones entre los agricultores con
sus conocimientos y su entorno biofísico y socioeconómico. El entendimiento de
esta coevolución y el patrón de flujo paralelo e interdependiente provee la
base para el estudio y el diseño de agroecosistemas sustentables.
La estabilidad de los agroecosistemas
Con la
agricultura convencional los seres humanos han simplificado la estructura del ambiente
sobre vastas áreas, reemplazando la diversidad de la naturaleza con un número
de plantas cultivadas y animales domésticos. Este proceso de simplificación alcanza
una forma extrema en un monocultivo. El objetivo de esta simplificación es el de
aumentar la proporción de energía solar, fijada por las comunidades de plantas que
está directamente disponible para los seres humanos.
Los componentes
predominantes son plantas y animales seleccionados, multiplicados, criados y
cosechados por hombres con un propósito particular. En comparación con los
ecosistemas no controlados, la composición y estructura de los agroecosistemas
es simple. La biomasa vegetal esta compuesta por stands de cultivos, generalmente
con predominio de un cultivo principal dentro de límites bien definidos.
Mientras que un cultivo puede ser sembrado debajo de otro, como en el caso de
pastizales bajo cereales, cultivos o huertos frutales, en este último caso
existe sólo una capa o estrato formado por el propio cultivo. El número de
especies que ha sido seleccionado es notablemente pequeño dada la biodiversidad
mundial de los recursos. Sólo unas once especies de plantas responden por
alrededor del 80% del suministro alimenticio mundial. Entre éstas, los cereales
han predominado en el desarrollo de la agricultura. Estos proveen más del 50%
de la producción mundial de proteínas y energía, y más del 75% si se incluyen
los granos dados como alimento a los animales. En comparación, los cultivos en
los campos, los pastos/leguminosas para forraje y los cultivos de árboles
representan una porción relativamente pequeña del total de la biomasa agrícola.
El resultado
neto es un ecosistema artificial que requiere de la intervención humana constantemente.
La preparación comercial de un semillero y la siembra mecanizada reemplazan los
métodos naturales de esparcimiento de semillas; los plaguicidas químicos
reemplazan los controles naturales sobre las poblaciones de malezas, plagas y
agentes patógenos; además la manipulación genética reemplaza los procesos naturales
de la evolución y selección de plantas. Incluso la descomposición se altera toda
vez que la planta se cosecha y la fertilidad del suelo se mantiene, no mediante
el reciclaje de nutrientes, sino con fertilizantes. A pesar de que los agroecosistemas
modernos han demostrado estar capacitados para mantener una población
creciente, existe una prueba considerable de que el equilibrio ecológico en
esos sistemas artificiales es más frágil.
El por qué de la
inestabilidad de los sistemas modernos
La explicación
para esta inestabilidad potencial debe buscarse según los cambios impuestos por
la gente. Estos cambios han removido ecosistemas de cultivos desde el
ecosistema natural hasta el punto en que ambos se han vuelto impresionantemente
diferentes en estructura y función (Tabla 3.4).
Los ecosistemas
naturales reinvierten una proporción fundamental de su productividad para
mantener su estructura física y biológica necesaria para sustentar la
fertilidad del suelo y la estabilidad biótica. La exportación de alimentos y
cosechas limita dicha reinversión en los agroecosistemas, haciéndolos sumamente
dependientes de los insumos externos para lograr el ciclaje de nutrientes y la
regulación de poblaciones (Cox y Atkins 1979).
Se ha
establecido que la diversidad biótica y la complejidad estructural proporcionan
un ecosistema maduro y natural con un grado de estabilidad en un ambiente fluctuante
(Murdoch 1975). Por ejemplo, severas alteraciones en el ambiente físico externo,
como un cambio en la humedad, temperatura o la luz, probablemente no dañen al
sistema debido a que en una biota diversa existen numerosas alternativas para
la transferencia de energía y nutrientes. En consecuencia, el sistema puede
ajustarse y continuar funcionando después de la alteración con escasa, si la
hay, desorganización detectable. De igual modo, los controles bióticos internos
(como las relaciones depredador/presa) evitan las oscilaciones destructivas en
poblaciones de plagas, promoviendo además la estabilidad total del ecosistema natural.
La estrategia agrícola moderna puede considerarse como un retroceso de la
secuencia sucesiva de la naturaleza. Estos ecosistemas modernos, a pesar de su
alto rendimiento para la humanidad, llevan consigo las desventajas de todos los
ecosistemas inmaduros. Particularmente estos sistemas carecen de la capacidad
para ciclar los nutrientes, conservar el suelo y regular las poblaciones de
plagas. El funcionamiento del sistema depende, de este modo, de la continua
intervención humana. Incluso los cultivos seleccionados para una siembra
frecuente no se pueden reproducir sin la ayuda de los hombres, mediante la
siembra, y son incapaces de competir contra especies de malezas sin un
constante control. Sin embargo, existe una gran variabilidad en el grado de diversidad,
estabilidad, control humano, eficiencia de la energía y productividad entre los
distintos tipos de agroecosistemas (Figura 3.6).
Control artificial de los
agroecosistemas modernos
Para mantener
los niveles normales de productividad tanto de largo como de corto plazo, los
agroecosistemas modernos requieren considerablemente más control ambiental que
los sistemas agrícolas orgánicos tradicionales (Figura 3.7). Los sistemas modernos
necesitan grandes cantidades de energía importada para realizar el trabajo generalmente
efectuado por los procesos ecológicos en sistemas menos perturbados.
Así, a pesar de
ser menos productivos que los monocultivos modernos, los policultivos
tradicionales generalmente son más estables y más energéticos (Cox y Atkins
1979). En todos los agroecosistemas los ciclos de tierra, aire, agua y desechos
se han vuelto abiertos, en mayor proporción en los monocultivos comerciales
industrializados que en los sistemas de explotación agrícola diversificados de
pequeña escala, dependientes de la fuerza humana/animal y de los recursos
locales.
Estos sistemas
agrícolas no sólo difieren en sus niveles de productividad por zona o por
unidad de mano de obra o insumo, sino que además difieren en propiedades más
fundamentales. Resulta aparente que, si bien la nueva tecnología ha aumentado enormemente
la productividad en el corto plazo, ha disminuido también la sustentabilidad, la
equidad, la estabilidad y la productividad del sistema agrícola (Figura 3.8) (Conway
1985). Estos indicadores se definen de la siguiente manera:
Sustentabilidad
se refiere a la
capacidad de un agroecosistema para mantener la producción a lo largo del
tiempo, a pesar de las restricciones ecológicas y socioeconómicas a largo
plazo.
Equidad mide cuan equitativamente están
distribuidos los productos del agroecosistema entre los productores y los
consumidores locales (Conway). Sin embargo, la equidad es mucho más que una
simple cuestión de un ingreso adecuado, de buena nutrición o cantidad
satisfactoria de tiempo libre (Bayliss-Smith 1982). Para algunos la equidad se
logra cuando el agroecosistema satisface razonablemente las demandas de
alimento sin aumentar el costo social de producción. Para otros, la equidad se
alcanza cuando la distribución de oportunidades o ingresos dentro de comunidades
productoras mejora (Douglas 1984).
Estabilidad
es la constancia
productiva dada bajo un conjunto de condiciones ambientales, económicas y
administrativas (Conway 1985). Algunas presiones ecológicas, como las
condiciones meteorológicas, son rígidas limitaciones en el sentido de que el
agricultor virtualmente no puede modificarlas. En otros casos, el agricultor puede
mejorar la estabilidad biológica del sistema eligiendo cultivos más adecuados o
desarrollando métodos de cultivos que mejoren los rendimientos.
La tierra se
puede regar, aplicar mulch, abonar o rotar o se pueden plantar los cultivos en
combinaciones para mejorar la estabilidad del sistema. El agricultor puede
complementar la mano de obra familiar con animales o máquinas o empleando la
mano de obra de otra gente. De ese modo, la respuesta exacta depende tanto de
los factores sociales como también del medio ambiente. Por esta razón, el
concepto de estabilidad debe expandirse para adoptar consideraciones
socioeconómicas y de administración. A este respecto, Harwood (1979a) define
otras tres fuentes de estabilidad:
1. Estabilidad
del Manejo se deriva de la elección del conjunto de tecnologías que
mejor se adapten a las necesidades y recursos del agricultor. Originalmente, la
tecnología industrial generalmente aumenta el rendimiento, a medida que menos
tierra se deje para barbecho y se pasen por alto las limitaciones bióticas, de
suelo y de agua. No obstante, siempre existe un elemento de inestabilidad
asociado a las nuevas tecnologías. Los agricultores están profundamente
conscientes de esto y su resistencia al cambio a menudo tiene una base
ecológica.
2. Estabilidad
económica se asocia con la capacidad del agricultor para predecir los
precios de los insumos y los productos en el mercado y mantener el ingreso del predio.
Dependiendo de lo avanzado de este conocimiento, el agricultor realiza trueques
(tradeoffs) entre la producción y la estabilidad. Para estudiar la dinámica de
la estabilidad económica en los sistemas agrícolas, se debe obtener la
información total de la producción, de los rendimientos de los productos
importantes, del flujo comercial, del ingreso no proveniente del predio, del
ingreso neto y de la fracción total de la producción que el agricultor vende o
comercia.
3. Estabilidad
cultural depende de la mantención del contexto y la organización sociocultural
que ha nutrido al agroecosistema durante generaciones. El desarrollo rural no
puede lograrse cuando se aisla del contexto social, por lo tanto debe adaptarse
a las tradiciones locales.
Productividad
es una medida
cuantitativa de la tasa y la cantidad de producción por unidad de tierra o
insumo. En términos ecológicos, la producción está referida hacia la cantidad
de rendimiento o producto final, es el proceso mediante el cual se obtiene el
producto final. Al evaluar la producción de un predio pequeño, a veces se olvida
que la mayoría de los agricultores consideran más importante reducir el riesgo que
aumentar al máximo la producción. Los pequeños agricultores generalmente están
más interesados en optimizar la productividad de los escasos recursos agrícolas
que en aumentar la productividad de la tierra o de la mano de obra. También los
agricultores eligen una tecnología de producción determinada basándose en decisiones
tomadas para todo el sistema agrícola y no sólo para un cultivo en particular (Harwood
1979). El rendimiento por área puede ser un indicador de la tasa y la constancia
de la producción, pero también se puede expresar en otras maneras; por ejemplo,
por unidad del insumo de mano de obra, por unidad de inversión comercial o como
la relación de la eficiencia de la energía. Cuando se analizan los patrones de producción
utilizando relaciones de energía, resulta claro que los sistemas tradicionales son
extraordinariamente más eficientes que los agroecosistemas modernos (Pimentel y
Pimentel 1979). Es común que un sistema comercial agrícola muestre relaciones
de insumo/producto de tres/uno, mientras que los sistemas agrícolas
tradicionales muestran relaciones de 10-15/uno.
La
vulnerabilidad total de los agroecosistemas modernos simplificados está bien ilustrada
por la epidemia del tizón que devastó el cultivo del maíz en el Sur de los Estados
Unidos en 1970 y por la destrucción de millones de toneladas de trigo en los Estados
del medio oeste en 1953 y 1954 por la raza 15B de Puccinia graminis f. sp. tritici
(Baker y Cook 1974). La epidemia de las papas y la hambruna subsiguiente en
Irlanda a mediados del siglo XIX, nos hace recordar que, no se puede depender de
una comunidad de cultivos altamente simplificada y en grandes áreas como medio de
producción alimenticio. Un cuadro alarmante surge de un informe preparado por el
Consejo Nacional de Investigaciones de la Academia Nacional
de Ciencias sobre el grado de uniformidad genética y de vulnerabilidad a
epidemias que muchos cultivos han alcanzado (Adams et al. 1971). Esta
inclinación a la uniformidad es aparente en la tendencia de los agricultores en
la Postrevolución
Verde a sembrar una sola variedad de alto rendimiento en
lugar de diversas variedades tradicionales.
La
intensificación de la agricultura es una prueba crucial de la elasticidad de la
naturaleza. No sabemos por cuanto tiempo más pueden los hombres seguir
aumentando la magnitud del subsidio natural sin agotar los recursos naturales y
causar una mayor degradación ambiental. Antes de que descubramos este punto
crítico por medio de la experiencia desafortunada, deberíamos esforzarnos para
diseñar agroecosistemas que se comparen en estabilidad y productividad con los
sistemas naturales (Cox y Atkins 1979). Esta es la fuerza impulsora de la
agroecología.
Evaluación del estado
ecológico y la sustentabilidad de los agroecosistemas
La mayoría de
las definiciones de sustentabilidad incluyen por lo menos tres criterios:
Mantención de
la capacidad productiva del agroecosistema.
Preservación de
la diversidad de la flora y la fauna.
Capacidad del
agroecosistema para automantenerse.
Una
característica de la sustentabilidad es la capacidad del agroecosistema para mantener
un rendimiento que no decline a lo largo del tiempo, dentro de una amplia gama
de condiciones. La mayoría de los conceptos de sustentabilidad requieren el rendimiento
continuo y la prevención de la degradación ambiental. Estas dos demandas a
menudo se presentan como si fueran mutuamente incompatibles. La producción agrícola
depende de la utilización de los recursos mientras que la protección ambiental
requiere algún grado aceptable de conservación. El problema es que existe un
período de transición antes de que se logre la sustentabilidad y de ese modo,
la rentabilidad en la inversión en técnicas agroecológicas puede no ocurrir
inmediatamente (Figura 3.9). Un desafío para la evaluación de la salud de los
agroecosistemas es el de asegurar un monitoreo equilibrada de la productividad
y de la integridad ecológica del sistema. Históricamente, la evaluación de los
sistemas agrícolas se ha centrado en la cuantificación de la producción de
alimentos y fibras, y hasta cierto punto en el estado, condición y tendencias
del suelo, del agua y de los recursos relacionados.
La evaluación
del estado de los componentes o procesos biológicos esenciales de los
agroecosistemas ha sido extraordinariamente deficiente.
En un intento
por desarrollar un planteamiento más holístico para evaluar la condición agroecológica
de los agroecosistemas, Meyer et al. (1992) identificó tres parámetros de
avaluación que constituyen expresiones cuantificadas del cambio ambiental.
Estos
parámetros son:
Sustentabilidad. Capacidad para mantener un nivel de
productividad de los cultivos a través del tiempo sin exponer los componentes
estructurales y funcionales de los agroecosistemas.
Contaminación
de los recursos naturales. Alteración de la calidad del aire, agua y suelo causada por los
insumos o productos de los agroecosistemas.
Calidad
del paisaje agrícola. Diversas
formas en que los modelos agrícolas para el uso de la tierra modifican el
panorama e influyen en los procesos ecológicos.
Los indicadores
que se consideran normalmente para el monitoreo agroecológico se muestran en la Tabla 3.5, asociados a los
parámetros de evaluación.
Dentro de los
primeros se seleccionaron cinco importantes indicadores para la evaluación
inicial:
Productividad
del cultivo. Estima
la eficiencia de los insumos al lograr el rendimiento deseado como asimismo de
los productos ambientales benéficos o perjudiciales.
Productividad
del suelo. Para la
renovabilidad del recurso suelo que necesariamente se degrada al extraerle su
riqueza, el nivel máximo sustentable de uso (MSU), es equivalente a su tasa de
renovación. La curva en la
Figura 3.10 describe la relación general entre el MSU del
suelo agrícola y el stock (profundidad del suelo).
Mientras que la
profundidad del suelo se mantiene suficientemente mayor que la profundidad de
las raíces de los cultivos y otras plantas, la pérdida del suelo tiene poco o
ningún efecto negativo sobre la productividad, no obstante, ésta disminuye con
la profundidad del suelo inferior a este umbral. En principio, los
insignificantes costos de la pérdida del suelo por la erosión pueden hacerse
excesivos a medida que el suelo disminuye por debajo de este umbral (llamado
punto crítico, C).
En términos
prácticos, la productividad del suelo se caracteriza por la capacidad para
retener nutrientes, biota del suelo, grado de contaminación y tasa de erosión.
Cantidad
y calidad de agua para riego: se señalan dos aspectos: (1) los impactos de la calidad y
cantidad de agua sobre la condición ecológica de los agroecosistemas regados y
(2) los impactos del control del agroecosistema sobre la calidad y cantidad de
agua.
Abundancia
y diversidad de los insectos benéficos: presencia y frecuencia de depredadores, parásitos y
agentes polinizadores.
Uso de
productos químicos para la agricultura: efectos sobre las producciones de los cultivos y sobre
los sectores que no son un objetivo del agroecosistema y ecosistemas
adyacentes.
Diversidad
genética: nivel de
diversidad genética y tasas de erosión genética de los cultivos.
Al utilizar
otro conjunto de indicadores biofísicos y socioeconómicos, los científicos (NRC
1993) que evaluan los diversos atributos de los agroecosistemas tropicales adoptaron
un esquema de trabajo para comparar los atributos y contribuciones potenciales
para la sustentabilidad de varios sistemas de uso de la tierra (Tabla 3.6).
A pesar de que
utilizaron varios factores fisicoquímicos, biológicos, sociales, culturales y
económicos para analizar el rendimiento y el potencial del sistema,
reconocieron que es difícil categorizar y cuantificar muchos aspectos de la
sustentabilidad agrícola y, por tanto, ofrecieron estos valores cualitativos a
cada atributo.
Uno de los
pocos intentos que se han hecho hasta ahora para cuantificar la sustentabilidad,
es el estudio de Faeth et al. (1991) mediante el cual se comparó la economía de
los sistemas de producción alternativos y convencionales en Pensilvania y
Nebraska cuando los recursos naturales son contabilizados, en especial, la
depreciación del suelo. Los autores usaron un método para la contabilización de
los recursos naturales utilizando datos económicos, para llegar de manera
simple a mediciones cuantitativas de sustentabilidad. La productividad del
suelo, la utilidad del predio, los impactos ambientales regionales y los costos
fiscales pueden ser incluídos dentro del esquema de contabilidad de los
recursos naturales.
Las Tablas 3.7 a y b comparan el ingreso
agrícola neto y el valor económico neto de maíz- soya de Pensilvania, con y sin
la contabilidad del recurso natural. La Tabla 3.7, columna 1, muestra un análisis
financiero convencional del ingreso agrícola neto. El margen bruto de
operación, los costos de producción menos variables de las ventas de los
cultivos, aparece en la primera columna (US$ 45). Debido a que los análisis
convencionales no consideran la reducción de los recursos naturales, el margen
bruto y el ingreso de operación agrícola neto son los mismos. Los subsidios gubernamentales
(US$ 35) se añaden para obtener un ingreso neto (US$ 80). Cuando se incluye la
contabilidad de los recursos naturales, el margen bruto de operación se reduce
por la rebaja de depreciación del suelo (US$ 25) para obtener un ingreso agrícola
neto (US$ 20) (véase la Tabla
3.7 a).
La rebaja por depreciación es una estimación del valor actual de las pérdidas
de ingreso futuras debidas al impacto de la producción de cultivos sobre la
calidad del suelo. El mismo pago gubernamental se añade para determinar el
ingreso agrícola neto (US$ 55).
El valor
económico neto descuenta US$ 47
a manera de ajuste para costos ambientales fuera del
lugar (como la sedimentación, los impactos en la recreación, zonas pesqueras y
los impactos sobre los usuarios de aguas abajo). El valor económico neto
incluye también la rebaja por depreciación del suelo dentro del sitio, pero
excluye pagos por la mantención del ingreso (véase la Tabla 3.7 b). Los
agricultores no pueden mantener los costos fuera del sitio directamente, pero
estos son, no obstante, costos económicos reales atribuibles a la producción
agrícola y deberán considerarse al calcular el valor económico neto. Los pagos
de subsidios, por el contrario, son una transferencia de los contribuyentes a
los agricultores, no un ingreso generado por la producción agrícola, y por lo tanto,
se excluyen de los cálculos del valor económico neto. En este ejemplo, cuando
se realizan estos ajustes, una ganancia de US$ 80 en contabilidad financiera
convencional pasa a ser una pérdida de US$ 27 en una contabilidad económica más
completa.
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