jueves, 15 de septiembre de 2011

HISTORIA ECOLÓGICA DE AMÉRICA LATINA


PATRIMONIO NATURAL DE AMÉRICA LATINA: HISTORIA ECOLÓGICA Y FORMAS DE MEDICIÓN

A. NOTAS SOBRE LA HISTORIA ECOLÓGICA DE AMÉRICA LATINA *

Introducción

El término expoliación está íntimamente ligado a la historia post-colombina de América Latina. Con esta afirmación estamos indicando que antes del descubrimiento la situación era diferente. Antes y después de Colón es el contraste entre la cultura de los pueblos que habían aprendido a vivir ecológicamente sanos ersus un desarrollo “minero” extractivo y deteriorante que no se preocupaba de la conservación de los recursos.

Los pueblos pre-colombinos no vivieron en equilibrio con la naturaleza, sino que la artificializaron entendiendo la relación hombrenaturaleza en función de su aprehensión cognoscitiva basada en la investigación de ella.

LA DIMENSIÓN AMBIENTAL EN EL DESARROLLO DE AMÉRICA LATINA

En este relato se expone lo que a juicio de los autores son las ilustraciones más relevantes del comportamiento ecológico de las culturas precolombinas. Las civilizaciones hidráulicas basadas en la disponibilidad excesiva de agua, y un complejo y acabado conocimiento bioecológico; la civilización Maya, poliproductores tanto agrícolas como silvo-ganaderos; y la organizada civilización Inca en donde predominaron las tecnologías de zonas áridas y semiáridas.

Es evidente que después del descubrimiento se constatan varios períodos bien diferenciados. Hemos dividido esta época en dos grandes períodos: en primer lugar, la conquista y la colonia y en segundo lugar el período que va desde la formación de las nuevas naciones independientes hasta principios del presente siglo. Más allá no hemos querido avanzar por la complejidad creciente del proceso de desarrollo.

En el período de la conquista y colonia, se destacó su característica fundamental: la aculturación a toda costa y la ocupación del territorio con sus consecuencias en la alteración de los ecosistemas.

El período “independiente” indudablemente nació con un esfuerzo de reestructuración del poder en función del control de los recursos naturales. Aquí el rol internacional de los nuevos Estados condicionó tanto la estructura productiva como las formas de uso de los recursos. Este análisis nos muestra a su vez, las principales facetas de la acción antrópica en los ecosistemas.

Con estas notas se quiere hacer resaltar la importancia del enfoque ecológico en la historia de los países latinoamericanos, al que no se le ha dado, o en algunos casos no se la ha querido dar, la importancia debida.

La integración ambiental de las culturas del período precolombino

La experiencia y el conocimiento de la naturaleza de los habitantes prehispánicos del continente se había traducido en formas de control y adopción con relación al ambiente, las que se perdieron en parte por la destrucción de estas civilizaciones y por la aculturación sufrida.

El conocimiento basado en observación de los procesos de la naturaleza unido a una exacta evaluación de los efectos de la acción humana, hacen deducir que las civilizaciones precolombinas tenían incorporadas en su acervo cultural concepciones de ecología empírica. Ello no quiere decir que no hayan afectado el medio ambiente. Algunas civilizaciones decayeron e incluso desaparecieron por el agotamiento de los recursos de la tierra. Factores naturales y particularmente de relaciones sociales condicionaron estos hechos, pero en términos generales se puede afirmar que las relaciones hombre-naturaleza fueron mucho más armónicas. Esta armonía no se refiere al “equilibrio” del hombre como parte del ecosistema, sino a la artificialización de él que hizo el indígena, a su mayor productividad y a su conservación. Los grados de artificialización fueron diversos según el grupo cultural fluctuando desde simples recolectores hasta civilizaciones altamente desarrolladas.

El desarrollo de las civilizaciones se estructuró en torno al recurso básico: el agua. En relación a este recurso, hubo en América Latina dos tipos de civilizaciones hidráulicas: aquellas que manejaron excedentes de agua en ambiente anegadizo (Isla de Marajó en Brasil), llanos de Moxos en Bolivia, llanos de San Jorge en Colombia, Suriname, Cuenca del río Guayas en Ecuador, lago Titicaca y lago de Texococo en México) y las que regaron en ambiente árido, llamada andina.

Las culturas de áreas regadizas, con la sola excepción de la agricultura del lago Texcoco y del lago Titicaca, habían desaparecido a la llegada del hombre blanco y sólo quedaban sus restos de camellones sobre los cuales cultivaban. El equipo tecnológico que se conserva es el del cultivo de chinampa en México. La otra civilización hidráulica, de riego, andina, es la que más ha sido estudiada, porque florecía a la llegada de los españoles.

Hubo, además, una civilización de policultores que manejaron la selva: la cultura maya de Yucatán.
A continuación se analizarán algunas características relevantes de las civilizaciones de manejo de excedentes de agua, después la civilización policultora y silvícola Maya y, por último la civilización Inca.

a) Civilizaciones de manejo de excedentes de agua

El conocimiento científico de estas civilizaciones en América del Sur, comienza en 1879 cuando Derby,8 descubrió camellones en la isla de Marajó, en Brasil. En 1916, y a miles de kilómetros de la boca del Amazonas, Erland Nodenskiold,9 describió el complejo de drenaje y  camellones de los llanos de Moxos en Bolivia. La cultura de pantanos de Moxos volvió a examinarse en 1962-1966 por Denevan,10 y Plafker,11 y estructuras de camellones fueron estudiadas en el Norte de Colombia,12 en Suriname y en Ecuador.

Las amplias áreas de América Latina con excedentes de aguas fueron utilizadas para la producción agrícola. De todos los sistemas descubiertos, es el de la Chinampa de México, el que más interesa destacar por sus posibilidades tecnológicas, su racionalidad ecológica y por ser el único que no había desaparecido a la llegada del europeo.
La racionalidad ecológica del sistema chinampa consiste en manipular simultáneamente el ambiente acuático y el terrestre. Del primero se obtiene agua, vegetación flotante y arraigada para construir suelos y
peces; del segundo 2 a 3 cosechas por año de los cultivos principales (maíz, frijol) y madera de los árboles fijadores del borde del canal.

La chinampa mexicana se caracteriza por un proceso de creación de suelo orgánico sobre elevado como camellón en un ambiente acuático, con una técnica que usa ramas, lodo de fondos de pantano y abono orgánico.

Incluye un proceso especial de construcción de almácigos donde cada plántula es transplantada con su pan de tierra que incluye suficientes nutrientes para que llegue a la madurez productiva (los llamados chapines). Se requieren técnicas de control biológico de malezas con “cultivos de entretenimiento”, es decir, plantados para que sean consumidos por las plagas, de control de plagas por cobertura con paja de los almácigos, construcción, fijación y mantenimiento de canales, alta diversidad de cultivos, conocimiento de cortinas rompevientos, manejo de fauna acuática (pesca planificada). El almácigo y el sistema de trasplante por chapines (cubitos de suelo de 125 cm3), representan un sofisticado y complejo paso tendiente a transplantar con sistema radicular íntegro; cada ejemplar con su banco de nutrientes y a controlar enfermedades virosas, descartando plantas enfermas.

Las civilizaciones de manejo de excedentes de agua como la descrita permitieron una densidad de población rural de unos 150 habitantes/km2, en superficies estimadas en 30 000 hectáreas en San Jorge, en Colombia, y 82 000 hectáreas en el lago Titicaca. Además, sustentaron en parte metrópolis de hasta 500 000 habitantes (Tenochtitlan).

El sistema agrícola autosuficiente fue intensivo en mano de obra llegándose a ocupar 20 jornadas diarias por hectárea. La unidad familiar con cierto excedente comercializable se estima que era de 800 m2.

b) Civilización Maya

El desarrollo de esta cultura se remonta de 600 a 300 años antes de Cristo, aunque el apogeo del primer imperio se estima que haya durado hasta el 300 o 900 D.C.13 Este imperio se desarrolló en la región de los bosques húmedos, pero se afirma que su sistema agrario se habría desarrollado en las tierras altas de Guatemala. Abarcaron hasta la selva del  Yucatán. Constituyeron un estilo pre-hispánico adaptado como ningún otro al manejo del bosque y puede llamársele agrosilvícola.

Los mayas fueron “policultores” y, además, de la tecnología agrícola andina (terrazas, riego), se los puede considerar una cultura basada en un profundo conocimiento del manejo de la selva: desde rotación y descanso de la tierra en el sistema de cultivo itinerante, hasta la tala selectiva dejando árboles útiles (árbol del chicle, ramón, cacao, ceiba, anona, chicozapote).

La agricultura la hacían en pequeñas abras, y de la selva manejada vecina sacaban medicinas, alimentos y materiales de construcción.

Todo el sistema de manejo de la selva y de la agricultura itinerante, se basaba en el conocimiento del ciclo fenológico de ciertos árboles. Por ejemplo, la tumba se hacía cuando florecía el Cochlospermum sp; la quema cuando sus frutos se abrían. Además, practicaron la horticultura y fruticultura en sistemas de varios pisos.

Sobre las causas de la decadencia de este imperio hay varias hipótesis, una de las cuales se basa en el agotamiento de las tierras y otra al efecto de modificaciones climáticas. En todo caso las hipótesis basadas en el agotamiento no se compadecen con las cualidades conservacionistas que se le atribuyen a los Mayas.

Alrededor del año 1000 D.C. se produjo el renacimiento del imperio hasta el siglo XV en que continuas guerras lo hicieron dividirse en pequeños Estados. Este segundo imperio fundamentó sus sistemas agrícolas en los conocimientos de sus antecesores.

Parece ser que el Nuevo Imperio Maya influyó en la civilización de los Toltecas. El impresionante pero efímero imperio Tolteca se basaba en los tributos exigidos a sus conquistados y en un sistema de explotación agrícola. En el siglo XIII se desmoronó el imperio dando paso a la cultura azteca.

c) Civilización Inca

En América del Sur el Imperio Inca creó una civilización de notables relieves cuyas características merecen especial mención. El auge del Imperio se ubica desde el quinto Inca (Capac Yupanqui, 1276-1361) hasta la conquista española.

Dado que a la llegada de los españoles el Imperio Inca se encontraba en su apogeo, se pudo obtener mayores antecedentes de sus sistemas culturales. Por esta razón, a continuación, se tratará con más detalles los aspectos relevantes de los sistemas agrarios de esta cultura.

En primer lugar es necesario hacer luces sobre la cantidad de habitantes de esta civilización. Como afirma Ponce Sangines,14 “el tema concerniente al monto de la población es objeto de controversia”. Las cifras fluctúan notablemente entre 3 y 32 millones,15 pero la mayoría de los autores ha dado cifras que varían entre 10 y 16 millones. Un exhaustivo estudio realizado en 1955 calcula que a fines del siglo XV la población del imperio era de 12 millones.

La civilización Inca, al igual que la Maya, operó en distintasecorregiones, en distintos pisos térmicos y en distintas subregiones de humedad dentro de cada piso térmico. Pese a que esta civilización ocupó espacios muy diferentes la organización del imperio fue uniforme. Su economía, básicamente agrícola, se fundaba en un “comunismo agrario, rigurosamente aplicado que regulaba el derecho de los indios a las tierras, así como sus faenas e impuestos; por medio de una colonización metódica se conseguía que se cultivaran comarcas anteriormente eriales”.

El operar en distintas regiones diferenció fundamentalmente al imperio Inca de las civilizaciones de manejo de excedentes de agua, que operaron en un clima homogéneo e hicieron poliproducción en cada predio.

Aquí las posibilidades fueron tan variadas que los cultivos básicos eran el maíz en las áreas de menos altura; la papa; la oca (Oxalis tuberosa), la quinua (Chenopodium quinoa), ulluco, cañihua tarhui, en las zonas altas.

En las áreas de la costa, además, de maíz, al que se le sacaban dos cosechas al año, se cultivaba la yuca (Mamihot utilissima) y la batata o camote (Beteta edulis).

El cultivo industrial base era el algodón. Habían, además, en la parte selvática húmeda, importantes plantaciones de coca (Erythooxylos coca) para uso de todo el imperio.

El punto central es que esta civilización al operar en un espectro ambiental muy diverso tuvo como condicionantes ambientales la energía del relieve y la escasez de agua. Pero pese a la diversidad de condiciones los incas nunca consiguieron dominar la selva.

Un hecho notable del imperio incásico fue la tecnología usada con respecto al suelo y al agua. Dada la aridez del clima, se aplicaba riego en muchas áreas, lo que se podía realizar por las obras de acumulación y captación a nivel de conducción del agua y por tecnologías en los sistemas de riegos a nivel predial.

Con relación al suelo, dada la geomorfología existente, construían terrazas con el objeto de evitar el cultivo en pendiente. Además, en la costa una práctica usual era abonar con productos del mar o con estiércol de camélidos. En el interior, debido a que no existía abono y el estiércol se usaba para combustible, los suelos eran rotados y se les dejaba descansar.

Es importante destacar cuatro espectros sobresalientes del estilo de desarrollo prehispánico de los imperios agrarios, tomando como ejemplo el incaico, aspectos que están relacionados con la conservación y racionalización del uso de los recursos.

El primero es la eficiencia con que articularon distintas ecorregiones, es decir, zonas que esencialmente tienen las mismas condiciones climáticas para producción animal y vegetal, obteniendo alta diversidad de productos, y compensando las extracciones de una con los productos de otras ecorregiones. Esto obligó a desarrollar una elaborada tecnología de construcción y manejo de un sistema de carreteras de más de 10 000 km que ligaban, porque, Mendoza y Santiago con Tumbez, Cochabamba y
Lacatunga.

El segundo se relaciona con la dinámica organizativa en la agricultura, en términos de una relación dialéctica entre los componentes individuales mínimos (las unidades familiares) y la comunidad compuesta de éstos en conjunto, que administraba el territorio usufructuado por ellos como una unidad.20 En realidad, el tratamiento científico que daban los Incas para resolver sus problemas de producción y reproducción, según Earls 21 combinaba: a) una ciencia de orden de sistemas en general; b) una ciencia “termodinámica” de las transferencias eficientes de energías entre la sociedad y la naturaleza; c) una ciencia de comunicaciones que empleaba mecanismos sofisticados para establecer equivalencias entre diversas zonas ecológicas de producción; y d) una astronomía que servía no sólo para las mediciones propias de su área del saber, sino de organización científica de la sociedad en general.

El tercer aspecto, tiene relación con la orientación y regulación colectiva de la producción andina. A este respecto, Mayer,22 señala: “Lo que ocurre en realidad es un constante proceso de interactuación entre el
individuo y la comunidad en la cual las reglas de uso surgen de un consenso común de que ésta es la mejor manera de organizar la producción, la posterior disconformidad de algunos que se organizan para contravenir y abiertamente cuestionar estas reglas, para luego elaborar un nuevo concurso que incorpore los puntos propuestos para este grupo, y así sucesivamente van conjugándose intereses individuales con los comunales en el normal proceso político del manejo de los recursos comunales”.

Este proceso dialéctico de regulación y readopción del uso de los recursos sirvió como base para estructurar un sistema que maximice los recursos disponibles y los conservase. Todo esto “dentro” de la comunidad; los investigadores poco aportan a las fuerzas de trabajo dispuestas para las tierras del Inca y para las sacerdotales tierras del sol, así como al estudio de los flujos de excedentes desde la comunidad a la clase dominante y la forma de regulación de estos excedentes. Posiblemente explorar estos flujos, sobre
todo en los pueblos dominados, explicaría el sobreuso del suelo que hicieron determinadas comunidades.

El cuarto aspecto que se desea destacar, es la tecnología empleada, que tendería a: selección de cultivares;
adecuación fisicoquímica del suelo a cultivar; uso de fertilizantes; creación de herramientas que permitían mejorar y conservar la estructura del suelo; prácticas de riego; prácticas de laboreo destinadas a evitar la evaporación y erosión del suelo; tratamiento bioquímico de las semillas para obtener una mayor cosecha; tratamiento de las semillas para evitar su infección; protección fitosanitaria mediante cultivos asociados o intercalados laboreo intenso de cultivo; técnicas de previsión metereológicas y del clima, que incluía la determinación de la época de siembra y selección de variedades.

De estas tecnologías, algunas eran dominadas en tal profundidad que es necesario una mención especial. Las previsiones climáticas para condicionar las fechas de cultivos y cosechas, demostraron que los Incas
tenían un acabado sistema basado en la tradición y en la observación científica de la naturaleza.

A este respecto, “el sistema inca de previsión del clima se sustentó en siete grupos de variables, con intensificadores y restrictores”.24 Las variables del tiempo como calor, lluvia, tormentas, nubes y vientos en función de sus formas, colores, etc., fueron usadas para las previsiones inmediatas. Otras variables se refirieron al comportamiento del mar, a las fuerzas cósmicas (brillo de las estrellas, etc.) y al comportamiento de la fauna (hoy, etología).

Además, las distintas reacciones de la flora autóctona eran minuciosamente observadas (hoy denominado comportamiento fenológico).

El otro aspecto tecnológico relevante es el relacionado con las fuentes alimentarias y la nutrición, aspecto ligado a la estabilidad de los ecosistemas. En efecto, el poblador pre-hispánico dispuso de una mayor variedad de alimentos que los que actualmente se cultivan, pero, no obstante, utilizó un alto consumo de plantas silvestres y capturó la fauna en forma planificada, lo que influyó en la conservación y mantenimiento de ella (vicuñas y guanacos) al mismo tiempo de abastecer de proteínas al poblador.

Las prácticas alimentarias eran muy completas y consultaban conservación, ablactación y selección en base al poder nutritivo. Sorprende el crecimiento de cultivos o plantas cuyo poder nutritivo era muy alto.

Además, a ella sumaban un conocimiento fisiológico avanzado. Al respecto Antúnez de Mayolo25 afirma que la comprobación en cuanto al rendimiento energético puede ser sencillo, pero “el conocer los efectos de respuestas a los alcaloides, esteroides y otros principios activos contenidos implicaba un conocimiento fisiológico profundo”.

El mismo autor incluye una tabla donde calcula la dieta inca per cápita, obteniendo la cantidad de 2 420 cal muy superior a la meta internacionalmente aceptada de 2 183. Aunque no se detalla la metodología empleada lo que lleva a considerar un margen de error, la cifra tiende a confirmar lo que es usual escuchar corrientemente: que los indígenas del Imperio Inca tenían una alimentación superior a los del actual mundo civilizado del área altiplánica.

Lo que modela del estilo del desarrollo incásico, fue una poliproducción integrada de distintas ecorregiones, la posibilidad de establecimiento de un sistema social con clases de especialistas de dedicación exclusiva no ligados directamente a la producción de alimentos (sacerdotes, artesanos, mineros) y una organización del universo productivo en un ciclo anual, dentro del cual el calendario agrícola y la caza, pesca y recolección planificadas, eran las facetas más importantes.

El estilo inca puede resumirse en intensivo de mano de obra, de alta diversidad productiva por ecorregiones, y de ajuste racional a la oferta de recursos con una combinación de producción agrícola intensiva, caza, pesca, y recolección.26

Estos antecedentes dados sobre las poblaciones pre-hispánicas y particularmente sobre la cultura Inca, llevan a concluir que hubiera sido altamente positivo el tratar de incorporar el acervo de conocimientos e integrarlos a las disciplinas científicas específicas. El largo camino de ecología ya había sido recorrido hace siglos.

  1. La conquista y colonia: la destrucción para la nueva estructura de expoliación
  2.  
En el período de la conquista y colonia la forma en que América Latina fue “ocupada” por los nuevos dueños se basó en dos falacias fundamentales: la primera, la creencia de que tanto la cultura como la tecnología de los pueblos sometidos eran inferiores y atrasadas con respecto a la europea y, la segunda, que los recursos del nuevo continente eran prácticamente ilimitados. De esta forma se justificó plenamente la destrucción y eliminación de las formas y sistemas preexistentes. Además, al considerarse los recursos ilimitados, no hubo mayor preocupación por la tasa de extracción de éstos.

a)       Destrucción y colapso demográfico

El período colonial de la historia americana se caracteriza por la descomposición de la estructura social y económica de las culturas precolombinas, por la ocupación del espacio por parte de los conquistadores y por el uso de las nuevas tierras. Este uso impuso nuevas formas de organización, introdujo tecnologías, desechó sistemas de producción tradicionales, estableció nuevas estructuras productivas.

La diferenciación en las formas de ocupación del espacio en los sistemas adoptados se explica en función a las diversas estrategias establecidas por el europeo según el rol minero y agrícola de cada región y en particular, en función de la respuesta de los grupos y culturas indígenas.

En efecto, el desarrollo social y económico de ciertas sociedades precolombinas y en particular la jerarquización y estructuración del poder de estas sociedades posibilitaron la utilización parcial de esta organización y estructura y, sobre todo, el sometimiento del indio sedentario arraigado a la tierra. Pero, por otro lado el indio nómade, cazador o pescador, con una baja productividad y sin organización social ni costumbre de transferir el excedente, no pudo ser asimilado a un sistema sedentario lo que produjo su esclavización o el enfrentamiento entre los dominadores y los grupos étnicos que se revelaron. Esta hipótesis parece explicar la actitud y posición de los europeos, aunque deben tomarse en cuenta factores que dicen relación con la mentalidad española nacida de sus luchas por la expulsión de la dominación árabe que fue transferida a América. Como dice Enrique Florescano,27 “Los ocho siglos que duró la reconquista de la península española fueron un antecedente importante, una preparación histórica en la conquista y colonización de las tierras americanas. Cuando los españoles comenzaron a invadir el Nuevo Mundo, emprendieron su conquista con la idea de propagar y defender la fe católica, de extender los dominios de la Corona y ganar fama, honra y riqueza para ellos. La reconquista peninsular les había proporcionado, además, una ideología que justificaba su expansión: la teoría medieval sobre la justa guerra de cristianos contra infieles”.28

Aunque hubo áreas y regiones en donde se estructuró una organización social en torno al desarrollo agrícola, en términos generales, primó el sentido “minero” de la explotación. La riqueza “visible” era la minería; los grandes imperios tenían una estructura de explotación en funcionamiento. Para poder apropiarse de esta estructura los conquistadores tuvieron inevitablemente que provocar una catástrofe demográfica, cosa que sucedió en el siglo XVI.

El número de indígenas se redujo abruptamente en toda Latinoamérica, tanto por la sofocación de las rebeliones, por los desplazamientos poblacionales, la desorganización de la producción de alimentos y las epidemias. La destrucción y desarticulación de las culturas vencidas tuvo caracteres de genocidio.

Además, de la matanza directa, un alto porcentaje murió debido a la introducción del paludismo, sarampión, viruela y fiebre amarilla.

Los datos de Denevan31 y Parsons,32 asignaban a América Latina 150 millones de habitantes. Santo Domingo, a la llegada de los españoles tenía 8 millones, cifra que se volvió a alcanzar recién en 1977 (Cook y Borah).

En todas partes la disminución de la población aborigen fue extraordinariamente abrupta, los nativos parecían morir con el “aliento de los españoles”,34 Cook y Borah estiman una disminución del 90 al 95% de la población original de América Latina, es decir, un total cercano a 130 000 000 de personas en un período de un siglo.

En la “tierra caliente” de las costas del Caribe, la despoblación fue completa y donde había montañas contiguas, los indígenas escaparon a un nuevo ambiente (la tierra templada de media montaña). Hoy sobreviven algunas culturas de tierra caliente por encima del piso de café en la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, como los coguis, araucos y malayos, después de 400 años de adaptación a una oferta ambiental totalmente distinta a la de la preconquista.36 Se estima que la población mexicana que habría alcanzado los 16 millones en la época de la conquista, estaba reducida acerca de un décimo de ese total, un siglo después.37 En las Indias Occidentales, las poblaciones fueron arrasadas en 50 años y fue necesario
importar indios esclavizados del continente. El Darién de Panamá, hoy despoblado, alojó hasta 800 000 pobladores (Sauer).38 El valle del Sinú, en Colombia (Gordon),39 y la costa caribe de Costa Rica, también albergaron una población superior a la de hoy día.

En esta declinación, la desintegración social desempeñó un papel por lo menos comparable con la introducción de enfermedades europeas.40 “El nadir del número de indígenas parece haber ocurrido en la mayoría de las regiones entre 1570 y 1650” (Parsons).

Las consecuencias de la catástrofe demográfica fueron la destrucción de actividades productivas ajustadas al ambiente, la desaparición de la clase de los sacerdotes que tenían el conocimiento empírico más evolucionado y con ellos, de técnicas y tácticas ecológicamente apropiadas.

b)      Orígenes de los sistemas de tenencia predominantes

La forma utilizada para llevar a cabo este poblamiento y ocupación tiene gran importancia ya que dio origen a las formas embrionarias de uso de los recursos. Los modos de producción creados trasuntaron los objetivos de las metrópolis.

R. Mellafe41 al hacer alusión a los mecanismos de apropiación de la tierra se refiere al hecho de que los espacios cultivados en los primeros años del Virreinato del Perú fueron mucho más reducidos que las fronteras ecológicas del Imperio incaico. Ello por varias razones. Se abandonaron muchas “tierras nuevas” ganadas a la selva o por la sequía que estaban a cargo de los grupos de mitimaes colocados por los incas, debido al desconcierto provocado por la conquista. Los indígenas tendieron a volver a sus tierras, dejando las nuevas abandonadas las que volvieron a ocuparse muchos años después.

Además, de este fenómeno la irrupción hispana rompió el aprovechamiento vertical de las economías andinas, desintegrando el autoabastecimiento que existía. El cambio de estructura y la disminución de la población impidieron que las comunidades se ocupasen de áreas más alejadas.

Debido a las razones expuestas y, en consecuencia, a la inexistencia de mercados agrarios, al principio no hubo avidez por la acumulación de tierras y posteriormente fue fácil apropiarse de los espacios abandonados.

La conquista y la expansión en la época colonial se realizaron en función del financiamiento privado de la empresa bélica combinada con premios, concesiones, atribuciones y privilegios para los conquistadores.

La Huesta Indiana (empresa privada de la conquista) estuvo regulada por el Estado y se basaba en la rápida recuperación del capital invertido. Varias son las complejas formas de retribución de los servicios prestados; tres interesan en particular, pues son el origen de las relaciones técnicas y sociales de la agricultura y del latifundio latinoamericano y, por ende del uso de los recursos: las mercedes, las donaciones directas y las encomiendas. Las donaciones directas fueron concesiones otorgadas por distintas causas, particularmente retribuciones de servicios de guerra. Es lógico que éstas no se circunscribieran a los límites establecidos, sino que, dado el poco control que se tenía sobre ellas, se expandieran originando latifundios.

Las mercedes de tierras, con título real, se otorgaron en usufructo con la sola exigencia de que fuesen cultivables. La Corona se reservó la propiedad, pero al pasar de los años estas extensiones fueron cercándose y paulatinamente empezaron a considerarse propiedades privadas. Además, la consolidación de una clase dominante, normalmente interrelacionada entre grupos latifundistas y mineros, sentó las bases para legalizar la concentración de la tierra. La necesidad de transferencia de excedentes generados por la tierra influyó en la ausencia de una mentalidad conservacionista.

Las encomiendas se originaron, no en función del usufructo o de la propiedad de la tierra, sino en la asignación de un grupo de indígenas a algún conquistador con el objeto de que éste le sirviera de protección y que posibilitara su educación. La encomienda derivó a la usurpación de las tierras de los indígenas y a la sobreexplotación de ellas, al sometimiento de las indios a un régimen esclavista y, consecuentemente, a la creación de un excedente económico para el encomendero que le posibilitó ascender económica y socialmente.

Hubo variantes sobre estas formas básicas que originaron la concentración de la tierra, pero todas ellas tendieron a establecer un sistema señorial que fue la base de la estructuración de clases en Latinoamérica.

La declinación relativa de la minería, las transfusiones de intereses mineroagrícolas y, sobre todo, el estatus social preferencial del terrateniente, contribuyeron a consolidar esta estructuración.

c) Las estrategias del uso de los recursos

Es necesario revisar cuáles fueron las principales características de este período, en relación a las actividades básicas en la expansión de ocupación de la tierra en Hispanoamérica y, por ende, en la prioridad del uso de los recursos.

El interés de los españoles en América Latina se centró en las regiones con mayores posibilidades en la explotación de minerales. México y la región del Altiplano, Perú y Bolivia, atrajeron las principales empresas y esfuerzos.

El desarrollo de México de basó en el desarrollo de las minas de plata. Este desarrollo condicionó la ocupación del espacio circundante. J. Arlegui en sus “Crónicas de la providencia de N.S.P.S. Francisco de
Zacatecas”, en 1737 afirmaba: “A todos los minerales ricos que se descubren luego acuden (los españoles) al eco sonoro de la plata ... y como el sito en que descubren es infructífero de los necesarios mantenimientos logran los labradores y criadores de los contornos el expendio de sus semillas y ganados, y como éstos solos no pueden dar abasto al gentío que concurre se ven precisados otros, o por la necesidad o la codicia, a descubrir nuevas labores y poblar nuevas estancias de ganado aun en las tierras de mayor peligro de los bárbaros, disponiendo Dios por este medio que aunque las minas decrezcan, quedan las tierras vecinas con nuevas labores y estancias bien pobladas y con suficiente comercio entre sus pobladores”.


El fenómeno descrito se repitió en México en toda la “faja de plata”.

Los descubrimientos de minas exigieron producción de alimentos y además, tracción animal para que funcionaran los ingenios metalíferos y se transportaran las provisiones y productos. Esta acción transformó el norte de México subiendo desde el triángulo ciudad de México, Guadalajara y Zacatecas. En el mapa 2 se puede observar el desarrollo de la actividad agropecuaria en México.

En el siglo XVII el autoconsumo fue la actividad generalizada y base del aumento poblacional. Pero este autoconsumo chocó con la expansión de los cultivos de exportación, los que hacían normalmente los latifundistas. El autoconsumo tuvo como cultivos principales el maíz y los frijoles.

Las Antillas españolas se orientaron en un comienzo hacia el mercado mexicano en función de la ganadería. Pero, en el siglo XVIII se produjo una expansión notable por la introducción y el auge del tabaco y del azúcar, especialmente en Cuba. Ya no fue México el destino de la producción sino la Península Ibérica.

Lo sucedido con las Antillas españolas se repitió en toda Hispanoamérica: una forma de orientar la producción desde cada colonia hacia España, sistema que se tradujo en la fragmentación de zonas económicas en que predominaba algún cultivo o rubro dado. Esta especialización económica estuvo en parte influenciada por la notable disminución demográfica del siglo XVII que indujo a modificaciones sustanciales en el sector agrario. Se descartaron determinados cultivos que absorbían mano de obra, por otros más extensivos. Esto sucedió en toda Latinoamérica y fue el primer paso para la creación de una reestructuración social: el reemplazo parcial de la comunidad indígena por la hacienda, la unidad de explotación del suelo dirigida por los españoles.

En América Central el crecimiento económico fue más lento que el constatado en México y las Antillas. En Guatemala, se consolidaron las grandes haciendas y comunidades indígenas fuertemente señorializadas. En Honduras y Nicaragua sólo es dable destacar la ganadería extensiva, y en Costa Rica, en función del aporte de los colonos gallegos, se desarrolló, a partir de la mitad del siglo XVIII, una agricultura de autoconsumo. El comercio internacional se centró en el único rubro de exportación: el índigo.

En la complejidad de Nueva Granada se entremezclaron funciones económicas y geopolíticas, básicamente por ser el centro del poder militar español. Su principal producto de exportación fue el oro. Su agricultura se orientó al autoconsumo destacándose el trigo.

Al este, Venezuela mostró en esta época, mayor dinamismo e integración. Sus más importantes rubros fueron el cacao, el índigo, el café y el algodón. La costa fue predominantemente plantada con cacao. En la
periferia montañosa y los llanos se desarrolló una ganadería que posibilitó exportar mulas y ganado para las Antillas y animales de consumo para la costa.

El Virreinato de Lima basó su economía en la minería, especialmente de oro y plata. Pero los grandes centros mineros en Alto Perú, unidos a las decisiones de separaciones administrativas (Virreinato de la Plata) crearon una economía, particularmente de subsistencia, basada, también en la actividad agrícola.43 Y aquí es dable destacar la diferenciación notoria entre la costa y la sierra. En la costa se siguieron aplicando los antiguos sistemas de irrigación realizándose una agricultura hacia el mercado hispanoamericano: aguardiente, vino, algodón, azúcar y arroz. La sierra tuvo una doble función; por un lado, atención de los centros mineros y, por otro, agricultura de subsistencia. Esta agricultura se basó en el maíz y la papa y una ganadería muy particular, de camélidos y ovinos. La agricultura tradicional sintió el impacto de las nuevas tecnologías. Como afirma Ponce Sangines, C.44 “la introducción del arado tirado por bueyes, con reja de hierro, repercutió en la preferencia para el cultivo de terrenos más o menos amplios y algo llanos que posibilitaban la manipulación, desdeñándose las terrazas erigidas durante el período precolombino, dispuestas en los flancos de los cerros y que eran más aptas por su mayor proporción de materia orgánica y en las cuales se empleaba el tirapie”. De esta forma se abandonaron las laderas y las terracerías poco a poco fueron desapareciendo. Posteriormente al volverse a ocupar no se respetó esta clara medida conservacionista.

En torno al Virreinato del Perú estaba Quito y la Capitanía General de Chile. La costa quiteña se cultivó con cacao que se comercializaba a través de Guayaquil hacia ultramar. La sierra predominantemente indígena continuó orientada hacia el autoconsumo; en ciertos microclimas se cultivó el algodón y el trigo en las zonas más frías.

Chile tenía actividad, en el siglo XVIII, tanto en su minería como en su agricultura. Amplias áreas fueron cultivadas con trigo que se colocaba en el mercado limeño. La resistencia araucana duró tres siglos y significó para la Corona la mayor inversión de recursos materiales y humanos cuantiosos. El territorio araucano se incorporó considerable tiempo después de la independencia.

En el Río de la Plata, Buenos Aires canalizó la actividad del crecimiento del litoral y de las tierras de su contorno y Santa Fe. La expansión ganadera de estas áreas se vio limitada por la acción de los indígenas y sólo una parte de la pampa húmeda se trabajó en forma de haciendas.

El este del Paraná en el siglo XVIII creció en forma impresionante. La labor de los jesuitas permitió disponer de mano de obre guaraní pacificada.

La producción de las misiones se centró en la yerba mate y en el algodón.

Después de la expulsión de los jesuitas, Misiones decayó notoriamente y transfirió su anterior auge al Paraguay al que incluso llegó la expansión ganadera del sudeste brasileño.

Las tierras mediterráneas de alta aptitud tuvieron una marcada actividad económica: Cuyo se especializó en la producción de vinos y Tucumán y las áreas contiguas combinaron la producción de cultivos tropicales con una ganadería que servía tanto al Alto Perú como al litoral y Buenos Aires.

Ésta es la orientación del uso de la tierra en Latinoamérica en la época de la colonia. Es necesario agregar que la relación hombre/tierra fluctuó notoriamente y que su distribución fue muy dispar en el espacio y en el tiempo. Desde mediados del siglo XVI la población volvió a expandirse, pero a una tasa reducida. A mediados del siglo XVIII México llegó a tener 3 millones de habitantes y más de 6 a principios del siglo XIX, Nueva Granada llegó al millón de habitantes a fines del 1700, más de medio millón en Quito y cerca del millón en Chile.

d) Explicación del deterioro de los ecosistemas

En la conquista y la colonia la estrategia extractiva hacia la metrópolis se centró en la actividad minera. Aunque los cultivos tuvieron gran importancia para el autoconsumo y para la exportación, las superficies cultivadas comparadas con las de hoy día, eran muy limitadas. La demanda para autoconsumo estaba circunscrita a las necesidades de una población muy reducida y la exportación estaba supeditada al transporte y a las limitaciones de la demanda internacional. Hay que recordar que la gran expansión de la frontera agrícola no se produjo en estos períodos sino que en la segunda mitad del siglo pasado y, especialmente, durante el actual siglo.

La actividad agrícola, limitada en superficies se practicó en torno a los núcleos urbanos y en las plantaciones para exportación. Los sistemas de explotación y el convencimiento de contar con suelo ilimitadamente fueron factores que influyeron en métodos culturales reñidos con la conservación.

Nace la interrogante del porqué se constataron procesos erosivos en áreas que ya tenían agricultura antes de la conquista ibérica. La respuesta hay que buscarla en la integración del medio ambiente que tenían las civilizaciones precolombinas a sus procesos de desarrollo. El suelo, el bosque, el agua eran parte integrante de la cultura; conservarlos era prolongar la vida. Para los colonizadores, estos recursos sólo debían servir para cumplir los roles complementarios de la explotación minera.

Cabe, además preguntarse el porqué de tantos ecosistemas deteriorados en un período en que el principal proceso de artificialización ecosistémica, la agricultura era muy limitada. La actividad minera demandaba ingentes cantidades de energía, lo que indujo a utilizar los bosques. Todos los recursos forestales cercanos a las fundiciones fueron consumidos. Las minas fueron abandonadas no porque se agotaran, sino por problemas vinculados con volúmenes de agua necesarios para concentración y con agotamiento del recurso leña para fundición.

En el norte chileno la incidencia de la minería tuvo notables repercusiones en las transformaciones del paisaje. Como afirma Pedro Cunill G.:47 “Primeramente, en cada mina y trapiche se asolaban los recursos vegetaciones debido a las necesidades del combustible diario y a la alimentación de las bestias. Debido a que con frecuencia se abandonaban estas minas por su agotamiento el proceso de destrucción de los parajes se iba repitiendo y/o sucediendo intermitentemente...”. Más importante aún fue el despojo de la madera local para uso de las fundiciones, que se aceleró en el siglo XVIII. La localización de estos ingenios de fundición, dispersos y en las proximidades de las minas, explica un acelerado proceso de tala de matorrales y árboles que servían como combustible, especialmente la jarilla (Adesmia atacamensis), algarrobilla (Balsemocarpon brevifolium), algarrobo (Prosopis chilensis).

Poco a poco se pasó de combustible de árboles a leña de arbustales, tolares (la tola de la Puna) y aun a usar pastos perennes como el ichu (Stipa ichu). No hay mina “antigua” en América Latina que no esté rodeada de un halo peri-industrial de suelo desnudo sin combustible vegetal o con combustible de muy bajo valor calórico. Ya en 1546, el primer Virrey de Nueva España alertaba a su sucesor sobre la brusca caída de la oferta de combustible vegetal en el valle de México.

El transporte de los productos hacia los puertos o entre poblados se realizaba a tracción animal por lo que era necesario tener caballos, mulas y asnos. Además, el ganado vacuno de origen español ocupó grandes nichos vacíos o semivacíos de rumiantes de alta biomasa. En efecto, desde los trabajos de Simpson, hasta el reciente avance de estudios comparativos de África y América, ha llamado poderosamente la atención por sus implicancias en la estabilidad de los pastizales, la ausencia en América Latina de grandes rumiantes pacedores (adultos de 400 kg o más). El bisonte americano no pasó los límites actuales de la frontera México-USA.

Los llanos tropicales tuvieron como únicos rumiantes a los ciervos, y los subtropicales y templados, al guanaco. Ni los ciervos ni el guanaco, ni ningún rumiante, formaron un eslabón trófico de gran biomasa en las sabanas sudamericanas. Latinoamérica, en cuanto a rumiantes, se caracterizó en el momento de la llegada europea por la dominancia de rumiantes ramoneadores sobre pacedores; por las bajas densidades de hatos, distribución muy laxa de manadas poco numerosas; por la baja biomasa de individuos adultos (150 kg como máximo); y por la muy baja diversidad (10 especies de cérvidos en Latinoamérica frente a 89 en África).

Recientes estudios en roedores:48 Dasyprocta, Pediolagus, Lagostomus e Hydrochoerus, indican que América Latina el grueso de la biomasa de mamíferos herbívoros estuvo representado por roedores de grandes dimensiones. Ellos no ocupan el nicho trófico de los rumiantes, pero tienen comportamientos semejantes a algunos pequeños cérvidos de África.

La existencia de nichos vacíos para grandes herbívoros explica la explosiva multiplicación de caballos y burros salvajes y vacunos criollos en las pampas del Cono Sur, en el Chaco, en el Pantanal Matogrossense, en los llanos de Moxos de Venezuela y Colombia. Esa ocupación explosiva del nicho por grandes pacedores especialmente vacunos y caballares ocurrió no sólo en la llanura, sino en el páramo del Macizo de Santa Marta. Estos hatos salvajes de vacuno y caballar, crearon un ecosistema seminatural durante la conquista y la guerra contra el indio, a los que se les sumó además, las jaurías de perros salvajes.

Los vacunos crearon una industria extractiva de carne, sebo y cuero (las “vaquerías”), que se extendió durante dos siglos en la Pampa.

El indígena enriqueció su acervo cultural. A los 80 años de introducido el caballo cimarrón, apareció con una espectacularmente rápida y eficiente cultura ecuestre, totalmente adecuada a sus actividades guerreras, con rasgos inéditos de relación jinete-caballo (como domar, conducir, educar y montar). El indio ecuestre, de alta movilidad, incorporó no sólo nuevos elementos de combate, sino elevada capacidad de cazador y de apropiador y manejador de vacuno cimarrón.

Ni la ocupación de los nichos de grandes poseedores y carniceros por animales ajenos al ecosistema, ni la cultura ecuestre indígena, han sido adecuadamente analizados desde el ángulo relación naturaleza-sociedad.

En esa relación hay, en nuestra opinión, la respuesta a muchas incógnitas ecológicas fundamentales sobre ciertos cambios históricos de ecosistemas frágiles latinoamericanos. Por un lado, la desaparición del pulso del fuego en ecosistemas semiáridos, por agotamiento de excedentes de biomasa combustible.49 Por otro lado, la invasión de ecosistemas leñosos en antiguos pastizales chaqueños, caribes y de la Caatinga y de las sabanas semiáridas de México y suroeste de Estados Unidos. Para ello, el vacuno vehiculizó en su tracto digestivo la dispersión de semillas indozoicas. Entre los ecosistemas de instalación reciente en pastizales frágiles, se destacan:
Ø       Los mezquitales y trupillares (consociaciones de Prosopis juliflora) que son invasores de pastizales en Estados Unidos, México y el Caribe colombiano-venezolano.
Ø       Los huizachales (consociaciones de Acacia pennatula) de México.
Ø       Los vinalares del Chaco paraguayo-argentino.
Ø       Los fachinales de Acacia, Celtis y Ruprechtia del Chaco y sus equivalentes de la Caatinga.
Ø       Los palmares jóvenes de Copernicia en la Caatinga y el Chaco.
Ø       La moderna expansión del espinillo o ñandubay en el oriente chaqueño y del caldén en el borde de la Pampa.


Las condiciones clima-edafológicas aceleraron procesos de diseminación, invasión y cicatrización. La eliminación de las culturas caribes y taironas del trópico, fue seguida por una sucesión secundaria de selva rapidísima. Lo anterior ha sido documentado por Gordon,50 en Colombia, Bennet, en Panamá y Sauer.

En 100 años, en el trópico se reconstituye una selva secundaria de Ochroma (balso), Cecropia (embauba), Cordia y Swietenia (caoba). La rapidez de invasión de la selva en ex-cultivos indígenas de yuca y maíz, puede evaluarse pensando que Portobelo en Panamá, estaba con selva secundaria cuando el pirata Dampier estuvo allí en 1684, y no quedaba señal alguna de la ciudad saqueada por Drake 80 años antes.

Mientras tanto, el litoral marítimo no dejaba de ser afectado por la penetración de cazadores y pescadores. Pedro Cunill 52 en su notable relato ya citado sobre lo sucedido en Chile afirma que a partir de fines del siglo XVIII “se comienza a quebrar el equilibrio ecológico por la feroz caza del cachalote (Physeter catodon), ballena (Eubalaena australis), ballena azul (Balaenoptera musculus) y otras especies de cetáceos”. Hacia 1788, también comenzó la caza de pinipedios y cazadores norteamericanos e ingleses rápidamente arrasaron con los lobos de dos pelos (Arctocephalus australis).

Este mismo autor calcula53 que a fines de la colonia entre 1788 y 1809 se exterminaron más de 5 millones de lobos.

En conclusión, la conquista es el disturbio más violento recibido por las sociedades locales y por los biomas de América Latina. No obstante que el conocimiento del impacto social y ambiental de la conquista ha estado tapado por un velo durante siglos, se ha empezado a hacer luces y a analizar cuantitativamente el proceso histórico más destructivo de la ocupación blanca de América Latina.

Sobre esa base, es aceptable afirmar que los cambios étnicos, sociales, culturales, ambientales y ecológicos provocados por la conquista son sólo comparables con los ocurridos en los últimos 40 años y en algunos puntos más importantes para América Latina que este último período en estos aspectos:
Ø       Destrucción de actividades productivas ecológicamente ajustadas;
Ø       Destrucción irrecuperable de recursos culturales;
Ø       Desintegración social;
Ø       Exportación de enfermedades para las que no había mecanismos de defensa coevolutivos (incluso el paludismo);
Ø       Exportación de eslabones tróficos nuevos de enorme impacto en biomas de pastizales (vaca, caballo, perro, cabra, oveja, porcino):
Ø       Destrucción de bosques y selvas.

Los resultados de esa acción en los ecosistemas fueron:
Ø       Cambios extensos de cultivo a selva;
Ø       Cambios extensos de pastizal a arbustal;
Ø       Aparición de ecosistemas o partes de ecosistemas inéditos como la mediterraneización del valle central de Chile, de la Pampa argentina-uruguaya-brasilera, en cuanto a cultivos y malezas.

3. Desde la formación de los nuevos estados hasta la crisis de 1930

a) Características del período

Las guerras napoleónicas produjeron tal remezón en la estructura de los imperios ibéricos que fueron fundamentales para poner fin a la era colonial. Además, las profundas transformaciones económicas sufridas en Europa en el siglo XVIII incidieron en un cambio sustantivo en las relaciones de poder de los imperios. La apertura de nuevas áreas al comercio internacional posibilitó la acumulación de recursos financieros lo que pavimentó el camino de la Revolución Industrial.

Las colonias, crecientes y algunas pujantes como Nueva Granada y Río de la Plata, necesitaban mercados para sus exportaciones e importaciones de productos manufacturados. El mercantilismo europeo por sus barreras proteccionistas impedía la importación de productos latinoamericanos. Por otra parte España no proporcionaba los productos manufacturados que las colonias necesitaban. La estructura del Imperio Español, que se había formado en torno a la explotación minera, no había podido readecuarse pese a los esfuerzos realizados tanto en la reforma económica como en la política administrativa. Y así, rápidamente las colonias entraron en movimientos de liberación.

Además, en la independencia iberoamericana influyó notoriamente el surgimiento de una burguesía, básicamente mercantil, europeizante que “pretendió liquidar el pasado precolombino y colonial y que buscaba integrar las distintas regiones en las corrientes del comercio internacional en expansión”.54

Al respecto Sunkel y Paz afirman que “la penetración de la Revolución Industrial a través de un sector especializado de exportación conforman un crecimiento de naturaleza diferente; ...Trátase siempre de una actividad que descansa sobre la explotación de ciertos recursos naturales con que ha sido favorecida determinada nación”.

Aquí se centra la característica fundamental de este período: el esfuerzo de las nuevas naciones para incorporarse al intercambio internacional en base a la oferta de sus recursos naturales. Las economías, entonces, estuvieron estrechamente ligadas a las frecuentes y violentas variaciones que experimentaron los mercados mundiales de productos básicos. Sunkel y Paz afirman: “Las interrelaciones estructurales entre el sector exportador y las actividades productivas más importantes y modernas del sistema económico establecen así una estrecha relación entre la inestabilidad de la actividad exportadora y el resto de la economía”.

De esta manera, el trato dado a los recursos naturales sufrió los avatares de estas inestabilidades. La apropiación de los recursos productivos por propietarios nacionales, en general, no influyó mayormente para que el tratamiento de los recursos siguiese siendo “minero”. En épocas de auge las posibilidades de enriquecimiento a corto plazo supeditaron una tasa de extracción deteriorante.

b) Poder y recursos naturales

El nuevo poder se estructuró en torno a la posesión de los recursos naturales: tierra y minas. En Perú, Bolivia y México el poder del Estado fue predominantemente minero. Perú y Bolivia paulatinamente integraron el poder de la minería con el de la tierra. Sólo México hizo excepción la que se manifestó en la profunda inestabilidad política del siglo pasado. En las economías mixtas como la chilena las burguesías también siguieron el camino de la integración minero-agrícola. En Chile, la Constitución de 1833 había entregado la totalidad del poder del Estado a la fracción latifundista, pero progresivamente el sector minero en función del excedente generado fue invirtiendo en la agricultura principalmente por la compra de haciendas.

En consecuencia, salvo el caso mexicano, el poder se estructuró o en torno a la agricultura o en función de los acuerdos o la integración entre los grupos agrícolas y mineros. Este hecho fue sumamente importante en la ocupación del espacio y en la forma de intervención a los ecosistemas, ya que los grupos latifundistas trataron los recursos de acuerdo a las perspectivas político-económicas. Pero, la fuerza del poder estatal no fue homogénea y centralizada. En el orden interno de cada país, hubo presiones y lucha para establecer el dominio de una región sobre otra. Dos factores básicos incidieron en ello: por un lado la importancia económica de una región con relación a las otras y, por otro lado la posición espacial de la región como catalizadora o acopiadora de las producciones de las otras. La obtención de una mayor importancia económica dependió, en consecuencia, de la posibilidad de exportación; así Perú no tuvo mayores problemas, pero Colombia se debatió en luchas intestinas. La ubicación del puerto de Buenos Aires fue fundamental para establecer el dominio de la zona litoral.

La reestructuración del poder tuvo una serie de tropiezos debido a las dificultades para reorganizar un sistema productivo acorde a las nuevas inversiones en el mercado internacional. En este sentido la presencia inglesa, de gran importancia en la ruptura independentista, en el período naciente de las nuevas repúblicas, se tradujo en la penetración de sus intereses y, por ende, en la formación de los primeros vínculos de dependencia. Estos vínculos fueron estrechándose cada vez más de manera de crear sistemas de producción acorde a la evolución del desarrollo industrial inglés.

La historia de los cambios políticos latinoamericanos está íntimamente relacionada con el auge de determinados productos fundamentales que generaban el excedente económico.57 Así, en Venezuela, la hegemonía conservadora sucumbió debido a la crisis cafetalera. En Guatemala surgió un nuevo estilo político cuando se desarrolló la cultura cafetalera. Honduras y Nicaragua dependieron del poder generado principalmente de la actividad ganadera; El Salvador de la explotación del índigo; México después de su liberación y pese a sus amplios recursos mineros, no pudo superar la crisis del algodón y el país se debatió en largas luchas intestinas. En Costa Rica la estabilidad política se organizó en torno a una clase media de productores cafetaleros, los que resistieron cualquier intento de intromisión militar y sentaron las bases de una democracia estable.

Países como Ecuador, Colombia, Brasil, parte de México y Venezuela tuvieron comportamientos disímiles de acuerdo a las variaciones de productos tropicales. Al azúcar y tabaco de siglos anteriores se agregó la expansión del café y del cacao. Los cultivos tropicales sirvieron para efectivizar la ocupación económica de los territorios, pero sus formas de inserción en las economías de los países variaron notablemente. En Brasil, los productos tropicales jugaron un rol importante en el desarrollo; la estructura social dependió de su organización y los sectores de comercios y servicios se organizaron en torno a la actividad agrícola. Pero en otros países, especialmente los centroamericanos, la organización de los cultivos de exportación combinó formas de inserción en la estructura económica y de enclaves. Éstas no le dieron dinamismo al desarrollo y movieron flujos de excedentes hacia los países centro.

La ampliación de la frontera agrícola de todos estos países en particular en la primera mitad del siglo pasado, fue limitada. Los cultivos tropicales ocuparon una reducida porción de los suelos agrícolas, generalmente en el entorno de los puertos de embarque, Las áreas subtropicales y templadas se organizaron normalmente en haciendas y la ganadería fue una actividad fundamental. La penetración hacia las regiones tropicales casi no se produjo y las selvas sólo sirvieron como fuente energética.

Perú desde mediados del siglo pasado dependió de su nueva riqueza: el guano. Al lado de esta explotación puntual el país entraba en un proceso de liquidación de las comunidades de tierras. Las haciendas de la costa continuaron generando excedentes a partir del azúcar y del algodón.

A la decadencia del guano siguió el auge del salitre en el sur.

La guerra del Pacífico consolidó la posición chilena y creó graves problemas a la economía peruana. Los sectores mineros chilenos, casi sin conflictos, innovaron en una sociedad hegemonizada hasta ese entonces por los latifundistas de la zona central. El auge salitrero, la apertura creciente del mercado internacional y la ausencia de contradicciones básicas entre los grupos económicos dominantes, hicieron de Chile un país de crecimiento sostenido y de estabilidad política, sólo rota en 1891 en la corta guerra civil que culminara con el suicidio del Presidente Balmaceda.58 El poder se había estructurado en torno a los latifundistas y la importancia relativa de éstos fue siempre mayor que lo que se la hubiera asignado por su control en la economía.

Cuba seguía siendo colonia de España y su economía se basaba cada vez más en el azúcar. Sus bosques eran progresivamente devorados para producir la energía necesaria de los ingenios. La mano de obra esclava le permitía resistir los avatares del mercado.

En el resto del Caribe, la agricultura de exportación siguió centrada en el azúcar y en menor medida en otros cultivos tropicales.

El auge del café influyó notoriamente en las zonas de aptitud para cultivarlo como las de Brasil, México, Colombia, Venezuela, El Salvador y Guatemala. El ciclo del café estuvo ligado al problema de la demanda y también a las especulaciones del sector intermediario y financiero. En 1906 Brasil estableció un sistema preventivo contra la sobreproducción, que aunque impidió una quiebra total, estabilizó el precio a un nivel bajo. Las experiencias del Instituto del Café y el cúmulo de contrastes experimentados sentaron las bases para que el sector latifundista se dedicara a crear una organización de una estructura de poder cimentada en la unión de los terratenientes.

En Argentina y Uruguay, al crecimiento del ganado se unió el trigo y el maíz que fueron los cultivos básicos de la expansión cerealícola. El espectacular crecimiento de los ferrocarriles hizo incorporarse a Santa Fe y al sur de Córdoba a estos cultivos. En 1870 habían sólo 732 km de ferrocarril; en 1890, sólo 20 años después habían subido a 9 254 km59 El comercio de cereales fue dominado por pocas firmas exportadoras. Los intereses comerciales unidos a los grupos financieros de Buenos Aires hegemonizaron esta expansión. Los núcleos ganaderos particularmente de la provincia de Buenos Aires mantuvieron sus influencias y peso en la estructuración del poder político.

Estos grupos terratenientes tuvieron un excedente tal que les permitieron hacer inversiones para las innovaciones tecnológicas: los principales, apotreramiento y mejoramiento animal. Las excepcionales condiciones ecológicas de la pampa húmeda y la estructuración de un sistema de propiedad, el latifundio ganadero, que por definición subutilizar los recursos, impidieron el deterioro que se dio en otros rubros como el café. Pero debe señalarse que en las zonas periféricas de la pampa la explotación ovina ya en el siglo pasado había tenido efectos selectivos deteriorantes.

A principios de siglo surgieron cultivos importantes para la estructuración social, económica y política. En las zonas bajas y húmedas de Centroamérica, en Honduras, Nicaragua, Guatemala, Costa Rica y Panamá y en Sudamérica, en Ecuador, Colombia y Venezuela, el banano se expandió notablemente llegando a ser el principal producto de exportación de varios países centroamericanos. La efímera explotación del caucho, como se verá más adelante, también se incorporó temporalmente como un producto de exportación del quebracho colorado, principalmente en el Chaco.

La evolución de la estructura productiva latinoamericana influyó en el auge o decadencia de la hegemonía de determinados grupos de terratenientes, en su capacidad para detentar parte del poder en las transacciones políticas con otros sectores de la economía como la minería o con el capital financiero y con los comerciantes y exportadores. Esta capacidad de negociación o dominio tuvo sus bases en los sistemas y formas de tenencia de la tierra originados desde la conquista y cuya evolución y consolidación se realizó a lo largo de la colonia y del período postcolonial de las naciones independientes.

Es evidente que dentro del marco histórico que se está exponiendo la estructuración de la tenencia se consolidó en Latinoamérica en torno a las formas latifundistas. Ésta “constituyó el sistema básico de dominación social apoyado sobre tres elementos: el monopolio señorial sobre la tierra agrícola, la ideología paternalista de la encomienda y el control hegemónico sobre los mecanismos de intercambio poder y representatividad”.

c) Acción antrópica en los ecosistemas latinoamericanos

La ocupación del espacio latinoamericano y la forma que se usaron los recursos naturales fundamentalmente agrícolas siguieron afectando en mayor o menor medida los ecosistemas latinoamericanos.

Una característica fundamental fue la penetración: ésta se hizo preferentemente desde el litoral, sea marítimo o fluvial hacia el interior.

Esta norma tiene varias excepciones. Los centros mineros se explotaron independientemente de la lejanía de la costa. Además, algunas áreas de climas templados o incluso subtropicales pese a estar a gran distancia de la costa, se poblaron y explotaron. Es el caso de las áreas en torno a las ciudades de origen español como Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Córdoba, etc.

Otra característica relevante de la intervención de los ecosistemas es que ésta se realizó preferentemente en áreas templadas. Puede señalarse a este período como el de la modificación e intervención de los ecosistemas templados. La intervención tropical se limitó al área de influencia de las costas y a la implantación de enclaves ecológicos con el algodón, café, cacao, azúcar.

La organización y los sistemas de la agricultura tuvieron mucho mayor injerencia que la minería en la estructuración social y ocupación del espacio. El crecimiento de la industria minera de exportación estuvo asociado a la desnacionalización de la misma, por lo que se desarrolló, en la mayoría de los casos, en sistemas de enclaves.

Pero donde se desarrolló la minería, todos los recursos forestales de la periferia se talaron para ser usados en las fundiciones. Además, todas las áreas de praderas se sobreexplotaron debido al sobrepastoreo que ocasionaron los mulares, asnos y caballares.

En Chile, al desarrollo minero se asoció el auge de una agricultura privilegiada en cuanto a sus posibilidades de mercado en el Pacífico.

Además, el auge del salitre creó un polo interno de demanda de los productos del sur. Esto condicionó la continua expansión de los cereales, particularmente el trigo. Amplias áreas se incorporaron a este cultivo más allá de la aptitud real del suelo. Toda la cordillera de la costa hasta la frontera araucana del sur se sobreexplotó, erosionándose gravemente. Los trastornos ecosistémicos iniciados el siglo pasado aún persisten.

Los araucanos habían sido la barrera inexpugnable que contenía el avance hacia los densos y ricos bosques del sur de Chile. Sólo pequeños caseríos y misiones habían penetrado al sur de Valdivia desde los fuertes.

Más de trescientos años de lucha habían servido para preservar el nicho ecológico de este grupo étnico. La penetración de la “civilización” se realizó con las enfermedades y el alcohol en una población ya muy reducida. La colonización alemana penetró por el sur y fue “preparada” limpiando el bosque para hacer agricultura. El gran naturalista Claudio Gay escribía al respecto, en 1852 ...” no se encontró más recurso que el de preparar el territorio de Llanquihue (una provincia chilena), desembarazado de la mayor parte de sus selvas por un incendio que había durado más de tres meses”.61 En 30 a 40 años desaparecieron cientos de miles de hectáreas de bosques de especies nobles como alerce (Fitzroya cuppressoides), araucaria (Araucaria araucana), varias especies de hayas o robles (Nothofagus sp.). Además, raulí, canelo, olivillo, etc.

Bolivia basó su desarrollo en tres procesos sucesivos que dependieron directamente de la disponibilidad de los recursos naturales: primero, el desarrollo de la minería de la plata, ya analizada en el período colonial; segundo, la constitución de la gran propiedad agropecuaria del siglo XIX y, tercero, el desarrollo de la minería del estaño desde comienzos del siglo XX.62 La gran propiedad boliviana que no estuvo ligada al régimen agro exportador significó la destrucción del régimen de comunidades. Esta destrucción tuvo notorias repercusiones en el Medio Ambiente. Los sistemas del productor de comunidades altiplánico que habían heredado tecnologías precolombinas de manejo y conservación de los recursos, fueron desplazados por las técnicas europeas de labranzas y de manejo de ganado. Los frágiles ecosistemas altiplánicos, altamente vulnerables a la acción antrópica, rápidamente se deterioraron. Las condiciones semiáridas de ellos convirtieron a muchas áreas en zonas con procesos crecientes de desertificación. La gran propiedad al hacer dependiente a los pequeños agricultores y apropiarse del excedente que generaban los obligó a sobreexplotar el suelo. La fauna autóctona de camélidos tuvo que compartir sus recursos forrajeros con los ovinos y en algunas regiones con los caprinos. Las vicuñas fueron diezmadas debido a la alta cotización de su lana. A principios de este siglo esta especie ya podría considerarse en vías de extinción.

Al respecto no puede dejar de mencionarse la continua depredación que se realizó por efecto de la caza indiscriminada. Toda América Latina fue afectada en la eliminación de muchas especies. Según Federico Albert entre 1895 y 1900 se exportaron 1 685 400 pieles de chinchilla en el norte chico chileno; hoy día esta especie sólo se cría en cautiverio.

En Perú, las áreas altiplánicas sufrieron un proceso similar al boliviano. En la costa, los cultivos de azúcar y la explotación del guano, aunque más puntuales, ocasionaron un impacto de acorde con la intensidad que se realizaron.

La incorporación de los suelos de la pampa húmeda a la ganadería se produjo bastante tiempo después de la independencia. Basta citar que en 1872 la superficie cultivada (preferentemente con cereales) era de sólo 600 000 hectáreas. Antes, las extensas pampas húmedas y semiáridas estaban pobladas por ganado vacuno cimarrón. Éste se reproducía libremente y continuaba diseminando las nuevas especies forrajeras.

La presión indígena hacía a su vez limitar la actividad agropecuaria. En 1875 la línea de plazas fortificadas aún estaban dentro de lo que hoy es la provincia de Buenos Aires.

En aquella época se fijó el concepto de frontera agropecuaria: el límite entre las colonias de europeos (casi todas españolas) y las tierras de los indios libres. Hasta fines del siglo XIX tanto a un lado como al otro la actividad básica era la ganadería. A un lado, la cría extensiva, al otro, la caza del ganado salvaje.
La pampa sufrió la paulatina transformación del pastoreo. En la pampa semiárida el efecto del sobrepastoreo se dejó sentir rápidamente, predominando una vegetación de gramíneas xerofíticas y de baja densidad.

En la pampa húmeda los sistemas de quemas y las plantas introducidas contribuyeron a transformar la vegetación. Se propagaron muchas gramíneas europeas y africanas. (Poa sp. Cynodon sp, Panicum sp, Pennisetum, Digitaria sp, Lolium sp, Avena sp, Hordeum sp), así como alfalfa.

Las transformaciones alcanzaron también a la fauna. Los hacedores continuaron reemplazando y expulsando al guanaco, ñandú y ciervo.

En la banda oriental, en Uruguay, la pampa sufrió las mismas transformaciones pero más lentamente. La tradición ganadera fue mayor aquí que en Argentina; sólo en 1860 se empezaron a sembrar los primeros cultivos de trigo y maíz por colonos suizos.

El interior argentino y particularmente sus antiguas ciudades españolas se convirtieron en polos de desarrollo basados en sus regiones naturales. Las provincias de Mendoza y San Juan continuaron desarrollando la viticultura y fruticultura. Tucumán siguió durante el siglo XIX siendo el gran productor de mulares para el transporte y ganado vacuno; pero sus excepcionales condiciones climáticas hicieron esta provincia productora de caña de azúcar. Santiago del Estero fue siempre la provincia de tránsito. Tal como afirma B. Thomson, “al no poseer atributos ambientales se estanca ya que no constituye ecológicamente espacio apto para la expansión de la pampa húmeda”.64 En Córdoba también tuvo auge la cría del ganado mular para los mercados mineros de Perú que se enviaban vía Salta.

La patagonia austral, poblada por indios Tehuelches y Onas (y en menor medida por Alacalufes y Yaganes) se mantuvo como territorio virgen hasta mediados del siglo pasado. Su desarrollo comienza con el auge de los yacimientos auríferos, los que se agotaron rápidamente. A fines del siglo pasado se introdujo el ovino cubriendo rápidamente todas las áreas esteparias. El difícil equilibrio ecológico en una región de escasa temperatura, con suelos muy delgados, con vientos intensos y continuos, con escasa precipitación y con una vegetación predominantemente herbácea acorde a estas condicionantes, fue rápidamente alterado por la acción selectiva del ovino.

En Brasil es donde más se notó la penetración de las áreas de climas templados. A mediados del siglo XIX el sudeste de Brasil sólo estaba ocupado en los litorales marinos y fluvial. A partir de esta fecha comenzó el movimiento de la frontera en función de colonizaciones europeas y locales.

Ya a principios de este siglo parte importante de los Estados de Río Grande do Sul y Santa Catarina se habían colonizado y empezaba paulatinamente a desplazarse la explotación cafetalera de São Paulo al interior y a la parte norte de Paraná.65

A este respecto refiriéndose a la época de fines de siglo Tulio Halperín Danghi afirma: “En Brasil el café avanza sobre tierras nuevas, cuya fertilidad agota; la zona cafetalera es una franja en movimiento que deja a su paso tierras semi devastadas; ya en el momento inicial de la expansión paulista, zonas enteras del Estado de Rio de Janeiro llevan la huella de una prosperidad pasada para siempre junto con el vigor de la tierra que la explotación cafetalera agota sin piedad”.66 Los márgenes amplios de la frontera agrícola cafetalera posibilitaron esta expansión por un largo lapso sin que se mellara el poder de los grupos hegemónicos.

En el nordeste la acción del hombre agravó considerablemente la consecuencia de las “secas”. La fragilidad de esas áreas áridas, intervenidas ya el siglo pasado por sobrepastoreo, se vio agravada por sequías extremas.


Esto creó serios problemas a áreas más húmedas de la costa o de la serranía por la emigración masiva de la población. (Sólo entre los años 1877 y 1879 emigraron del Estado de Ceará cerca de 150 000 personas a las que se les llamaba “flagelados” o “retirantes”.)67

Ya a fines del siglo pasado todo el polígono de las secas presentaba grandes extensiones con notorios procesos de erosión y además, con una vegetación deteriorada.

El caucho se explotó intensa y efímeramente en la Amazonia. Fue una explotación silvestre cuya decadencia se produjo debido a la mayor productividad y menor costo de las plantaciones de Malaya e Indias holandesas. En Ecuador, Perú, Venezuela y Colombia los sistemas más primitivos que los realizados por los “siringueiros” brasileños tuvieron nefastas consecuencias por la afectación de grupos indígenas y la destrucción de los árboles.

El caucho natural lo produce el árbol Goma de Pará (Hevea brasilensis) que es de primera calidad y Castilloa elástiva que es de calidad inferior. A fines del siglo pasado entre 1890 y 1910 esta actividad atrajo a más de medio millón de habitantes. La explotación de Hevea brasilensis (efectuada por “siringueiros”) no afectó mayormente a los árboles debido a que a éstos se les sometía sólo a una sangría. Mientras que la explotación de Casilloa elástica produjo serias alteraciones ya que los “caucheros” debían cortar el árbol. Cuando el caucho declinó la población se restableció y la selva cubrió sus claros con especies cicatrizantes.

Más al norte, en Venezuela, a mediados del siglo pasado se creó un sistema de ocupación de suelos agrícolas itinerantes de gran impacto en la conservación de los recursos. El “sistema de Conucos” se originó después de la abolición de la esclavitud y al final de la cruenta guerra social.68 El desplazamiento de los campesinos de un lugar a otro, como forma de agricultura itinerante de subsistencia se basó en la utilización de los nutrientes de la vegetación que se incorporaban al suelo mediante la roza y/o quema. De esta forma se aprovechaban ecosistemas creados en largos procesos de evolución. Aunque en estas áreas la agricultura nunca se desarrolló e intensificó, esta agricultura móvil fue muy deteriorante para el medio pues se basó en un sistema absolutamente al margen de cualquier medida de conservación.

En los llanos el ganado se reprodujo libremente a similitud de lo sucedido en la pampa húmeda con la diferencia que la apropiación de rebaños creó el sentido de propiedad territorial de los llanos.69

México, después de la independencia, presentó un ritmo de transformaciones que afectó los variados ecosistemas que posee. El norte árido continuó el lento proceso deteriorante de la ganadería extensiva, agravado por sequías extremas.

La península de baja California fue poblada en la segunda mitad del siglo pasado por latifundistas que intensificaron las explotaciones ganaderas. Al sur volvió la caña junto al plátano, palmas, cocoteros y mangos. Muchas minas se abrieron repercutiendo esto en los escasos recursos leñosos.

En la meseta central la pérdida de las tierras indígenas en manos de latifundistas se tradujo ya a mediados del siglo pasado, en una expulsión de éstos hacia áreas marginales. Es en esta área donde se manifestó con fuerza los procesos erosivos agravados por las condiciones climáticas.

La llanura entre el Golfo y la Sierra Madre Oriental, siempre atrajo la atención por la riqueza de sus recursos naturales. El “frente de agua” o Anáhuac fue siempre dominado y celosamente guardado por pueblos invasores. Sal y algodón que eran los principales productos que los Huactecas enviaban al centro siguieron a fines del siglo XIX produciéndose pero eclipsados por el petróleo. Los Huaxtecas, otro gran pueblo defensor de su “nicho ecológico” tuvieron que retirarse definitivamente en función de la penetración de intereses de alta influencia y poderío.

En la península de Yucatán la intervención ha significado la explotación de las maderas preciosas de sus selvas. A comienzos de siglo aún vivían en territorio mexicano algunos grupos de indios libres.

Centroamérica hay que dividirla en su zona atlántica y pacífica. Las condiciones tórridas de la primera sirvieron de freno a la penetración irrestricta de este territorio. En el Pacífico la situación fue diferente, pues aquí se introdujeron mayoritariamente los cultivos tropicales.

La historia de las islas del Caribe sigue las particularidades propias de su relativo aislamiento en un marco diferente dada la diversa influencia inglesa, española, francesa y holandesa. En una misma isla, Haití, la separación en sus dos zonas culturales y los propios movimientos libertarios se tradujeron en una relación hombre tierra muy diferente y, en consecuencia, en un trato dado a los recursos también diverso.

4. A modo de epílogo

Los autores han tomado algunos aspectos relevantes que se han considerado básicos para poder interpretar pasajes de la historia de Latinoamérica desde una dimensión ecológica.

No han avanzado más allá de comienzos de siglo debido a la complejidad del tema. La explosión demográfica, la crisis del 30, el conflicto mundial último, las readecuaciones del mundo capitalista, los impactos del progreso científico y tecnológico, la creciente importancia de la energía, etc., son procesos y problemas tan amplios que escapan de las posibilidades de estas notas.

Es necesario reflexionar sobre algunos aspectos. La pérdida de casi todo el acervo cultural precolombino se ve agravada hoy día por el conflicto entre lo “moderno” centrado en un estilo de desarrollo en ascenso y lo “tradicional”. Mucho de lo tradicional contiene la amalgama de este conocimiento precolombino con tecnologías y sistemas implantados por los colonizadores.

El costo en vidas humanas y en recursos, muchos de ellos desapercibidos, para poder implantar el “estilo de desarrollo” ibérico, fue realmente impresionante. La penetración del estilo se realizó en función del desplazamiento del estilo anterior. Se utilizaron las estructuras de poder, la estratificación social, los grupos y castas preexistentes para poder consolidar las nuevas formas de poder ascendentes.

El largo período colonial se identificó con una explotación “minera” de los recursos naturales de América Latina. Todo hacia la metrópolis o hacia “el centro”. La metrópolis sólo debió implantar una organización social a veces armónica, casi siempre represiva, que le asegurase el flujo de excedentes.

En el período de las naciones independientes hubo un esfuerzo para vertir las ventajas obtenidas de la posesión de los recursos naturales hacia el desarrollo de ellas. De todas formas los esfuerzos chocaron con las formas imperialistas del momento.

Pese al esfuerzo por reencontrar las vías de desarrollo en el patrimonio de cada una de las naciones, los principales modos de producción siguieron atentando contra la conservación de los recursos. En realidad, la concepción de la disponibilidad casi ilimitada de ellos, no predispuso para proyectar a largo plazo el deterioro a que se les sometía.

El desconocimiento de América Latina de sus ecosistemas y de sus funcionamientos aceleró procesos de deterioro que bien podrían haber sido aminorados o evitados. Este desconocimiento se remonta a la eliminación de la “inteligencia” cuando los conquistadores llegaron a América.

Aunque este conocimiento hubiese existido, el aporte hubiese sido limitado si no se hubiera conceptualizado la relación sociedad-naturaleza, no sólo desde el punto de vista teórico sino tratando de interpretar los casos concretos que se dieron.

Por último cabe reflexionar si esta historia no es sino la historia de la tasa de extracción de los recursos naturales, de las formas foráneas de dominación, de las estrategias y las tácticas de penetración del estilo ascendente, de las transformaciones de la ecología del paisaje. Es necesario interrogarse sobre cuál es el grado de afectación y deterioro de los ecosistemas, si cada día aumenta la población y las necesidades, si la tasa de extracción se acelera, si se consolidan formas de penetración del capital foráneo, si el nuevo estilo depredador se intensifica.

B. LAS CUENTAS DEL PATRIMONIO NATURAL Y EL DESARROLLO SUSTENTABLE *

1. El acercamiento entre la economía y la ecología

Se pensaba que muy pronto la contabilidad patrimonial desempeñaría un papel protagónico en el instrumental económico-ambiental. Sin embargo, la posibilidad de ponerla en práctica se ha ido diluyendo tanto a nivel de los países como de los organismos internacionales, debido a varios factores que se analizarán más adelante.

La idea de impulsar las cuentas patrimoniales, en especial del patrimonio natural, surgió cuando se comprobó que la tasa de crecimiento del producto interno bruto no tenía por qué estar relacionada con la tasa de conservación de los recursos. Más aún, en muchas ocasiones se lograba una mayor tasa del PIB a costa del “consumo” del patrimonio natural, fenómeno que se daba sobre todo en países que basaban su desarrollo en la explotación de sus recursos naturales. Por ello comenzó a plantearse la pregunta de por qué los sistemas de cuentas nacionales no detectaban este problema y que debía hacerse para remediar esta situación.

Los sistemas de cuentas nacionales se establecieron cuando en las economías dominaba el modelo macroeconómico Keynesiano, preocupado fundamentalmente del empleo. En este contexto se desestimó la importancia de los recursos naturales, pese a que, con anterioridad, el pensamiento clásico los había considerado como uno de los tres factores básicos que generaban el ingreso. Los neoclásicos, a su vez, virtualmente borraron los recursos naturales de su modelo (Repetto y otros, 1989).

El instrumental de cuentas patrimoniales apareció, entonces, en una época en que se hizo indispensable acercar la economía a la ecología, aspecto que se profundiza a continuación con el objeto de entender la problemática de las cuentas patrimoniales.

Las nuevas elaboraciones conceptuales han tendido a perfeccionar los métodos de valorización de los recursos naturales y del medio ambiente físico. Sin embargo, lo anterior no acerca la economía a la ecología, sino que se reduce sencillamente al tratamiento de problemas ecológicos mediante metodologías nuevas o remozadas creadas dentro de las leyes tradicionales de la economía.

Este asunto es básico si se quiere analizar el papel de las cuentas patrimoniales más allá de su función como instrumento de integración económico-ambiental. Muchos de los argumentos para impulsar las cuentas patrimoniales se han basado en la necesidad de contar con un lenguaje —si es posible económico, unidimensional— que permita al planificador o a los encargados de formular la política, económica, entender “económicamente” lo que esta pasando con los recursos naturales y con otros elementos de la naturaleza. No obstante reconocer que es muy importante tener un lenguaje común, más relevante aún es entender —en términos de las ciencias naturales— qué está pasando con el patrimonio, cúal es su evaluación, cúales son los cambios previsibles, interrogantes que deberán responderse para lograr una evaluación clara de la sustentabilidad ambiental del desarrollo. Obviamente, esta evaluación deberá ser integral, y por ende, multidimensional e intercientífica.

En otras palabras, y como ya se ha planteado en anteriores escritos, el objetivo fundamental de las cuentas patrimoniales debe orientarse a que los responsables de formular las estrategias y políticas de desarrollo posean un instrumental que les permita conocer, entre otros aspectos, qué costo patrimonial tienen las diversas estrategias de desarrollo y cúales son las tendencias de este costo. Tanto los instrumentos como las metodologías no deberán ser necesariamente uniformes, sino que podrían adaptarse a las determinantes ecosistémicas del territorio en estudio y a sus condiciones sociales.

Es por ello que no deberían identificarse las cuentas patrimoniales con un simple esfuerzo de búsqueda de un lenguaje económico que defina los cambios de manera unidimensional asignándoles un precio a los recursos naturales y a ciertos elementos de la naturaleza, lo cual, para determinados casos, podría ser un objetivo complementario.

Este planteamiento no implica que no deba abordarse la temática de la valoración económica. Al contrario, se estima que ésta es necesaria y sumamente útil. Sin embargo, no debería constituir el único instrumental buscado, sino que debería potenciar el uso de las metodologías en informaciones físicas. No obstante, es preciso tener en cuenta que la valoración puede presentar serias limitaciones, ya que no existe en todo el pensamiento económico ninguna tesis en que el valor o sustancia del valor de cambio mida las cualidades del valor de uso de las mercancías. Como afirma Pedro Tsakoumagkos, la sustancia del valor puede ser tiempo de trabajo abstracto, placer subjetivo o cualquier otra cosa, pero nunca directamente las propiedades mismas de los objetivos de uso. Ahora bien, el objetivo perseguido por la política económico-ambiental (y, consecuentemente, por la elaboración de cuentas ambientales, tanto de existencias como de flujos) es diseñar y poner en práctica estrategias que contrarresten el deterioro de esas mismas cualidades. El cálculo económico en sí mismo no nos ofrecerá nunca una medida de lo que estamos buscando. Una medida directa, queremos decir. Ello se traduce en que la esfera de los procesos “naturales” —y entre ellos los procesos naturales/sociales de deterioro del medio ambiente físico— es distinta por mucho que yuxtaponga con otras esferas. Pero son precisamente estas yuxtaposiciones las que permiten elaborar mediciones físicas y económicas que se correspondan biunívocamente y nos indiquen (e incluso midan) lo que estamos buscando (Tsakoumagkos, 1990).

Es entonces en el contexto del marco de actividades intercientíficas donde deben desarrollarse las cuentas patrimoniales. No es tarea sencilla pues las variadas ciencias naturales están en un nivel de abstracción totalmente distinto al de las ciencias sociales. Más aún, la historicidad de estas últimas contrasta con la historicidad de las primeras.

Sin embargo, la mediatización de las primeras por la segundas estaría configurando un cambio intercientífico que sería el ámbito de la dimensión ambiental.

2. La operatividad de las cuentas patrimoniales

No obstante la proliferación de estudios, reuniones, recomendaciones, etc., sobre la utilidad de las cuentas patrimoniales para establecer nuevas estrategias de desarrollo ambientalmente sustentables, son muy pocos los países que pueden mostrar avances significativos en el tema. Es más, en ciertos países de menor desarrollo relativo se ha retrocedido notoriamente, pues, a pesar de contar con mayores facilidades para evaluar recursos a través de los adelantos tecnológicos en sensores remotos, sus sistemas tradicionales de evaluación de los recursos naturales han desmejorado. Variadas son las explicaciones sobre los escasos avances. Posiblemente lo fundamental es que son muy pocos los países que han progresado en el establecimiento de políticas sustentables. Es un hecho que son cada vez mayores los problemas ambientales que se enfrentan en todas partes del mundo.

El problema se complica aún más por las opciones de desarrollo cortoplacistas que se han elegido, las que obviamente están correlacionadas con la generación y adopción de todo tipo de tecnologías que significan riesgos ambientales.

Las demandas inmediatas postergan cualquier preocupación por el patrimonio hasta que el deterioro o consumo de éste empieza a amenazar las posibilidades de crecer. Recién entonces se toma conciencia del problema, pero, usualmente, es demasiado tarde.

En este contexto y sin conocer en profundidad la evolución histórica de la existencia, acervo o stock del patrimonio natural, son muy pocos los gobernantes interesados en mostrar cómo sus estrategias y políticas de desarrollo “consumen” patrimonio o cómo una porción de las cifras sobre el crecimiento de sus países se deben no a una mejor combinación de los factores de producción, sino al deterioro y consumo de uno de éstos.

Lo primero que es necesario aclarar entonces es que las cuentas patrimoniales son un instrumento útil para nuevas estrategias de desarrollo que planteen explícitamente sustanciales modificaciones orientadas a incorporar la dimensión ambiental. Se han hecho esfuerzos a nivel global y regional, pero poco se puede decir de iniciativas nacionales (Comisión Mundial sobre el Ambiente y el Desarrollo, 1987; Sunkel y Gligo, 1981). No cabe duda de que para establecer estrategias de desarrollo ambientalmente sustentables es fundamental evaluar periódicamente lo que sucede tanto con los recursos naturales como con otros elementos de la naturaleza.

Otro factor que ha influido en que la temática de cuentas patrimoniales no sea operativa es la definición misma de patrimonio natural. Cada país, cada localidad, cada grupo académico tiene una definición diferente de patrimonio natural. Ello lleva a plantear metodologías similares para objetos diferentes.
No se trata de definir específicamente cúales son los elementos patrimoniales naturales de un país o una localidad, sino de acotar los conceptos generales. Prácticamente todas las definiciones de patrimonio natural parten del concepto de utilización de éste. Y si hay utilización, hay cierto grado de transformación o de artificialización.

El problema no radica en definir como natural todo lo que no es artificial. El autor, en una publicación anterior, había descalificado esta falsa dicotomía planteando que, en realidad, las acciones antrópicas tienden a artificializar el medio en distintos grados. Estos distintos grados de artificialización crean un continuo que va desde 0 a 100% (Gligo, 1986).

La necesidad de una definición más precisa tiene especial importancia para los países latinoamericanos. En los Estados Unidos el patrimonio natural ha sido definido como todo lo relacionado con la vida netamente silvestre. Por ello no hay mayores conflictos, pues el patrimonio natural es fácilmente definible en términos territoriales. En otros países desarrollados, principalmente europeos, el patrimonio natural ha sido definido en función de recursos específicos: agua, fauna, suelo, bosque nativo (primario o secundario) (Gligo, 1986).

En América Latina no sólo interesa esta definición del patrimonio natural, sino que, dada la velocidad del cambio desde ecosistemas prístinos o semivírgenes a agrosistemas, es importante tener una definición conceptual ecosistémica que muestre la evolución del territorio, ya que este proceso está estrechamente unido a un costo ecológico que varía según las tecnologías de transformación aplicadas.

Otra de las confusiones corrientes es la referida a la identificación de bienes patrimoniales con bienes públicos. Si bien es cierto que existen ciertas coincidencias, hay muchos bienes patrimoniales que han sido privatizados. Es el caso de la tierra que, a pesar de ser un bien patrimonial natural de primera importancia, está privatizada en la gran mayoría de los países (CICPN, 1986). La cuestión jurídica a futuro podría contribuir a poner en práctica estrategias que limiten el trato abusivo de determinados patrimonios naturales que, por el hecho de estar privatizados, encubren su condición de bienes sociales.

  1. Descripción y clasificación de los bienes y recursos naturales

El debate sobre la descripción y clasificación del patrimonio de recursos naturales ha tenido tres sesgos fundamentales para América Latina y el Caribe. En primer lugar, la jerarquización casi exclusiva de los bienes y recursos que son de interés para los países desarrollados en función de sus transacciones en el mercado internacional. En segundo término, la importancia dada a determinados bienes y recursos que juegan un rol cada vez más relevante en la situación ambiental global, como por ejemplo, el patrimonio de la biodiversidad y el del ecosistema del trópico húmedo. En tercer lugar, los procesos de transculturización y aculturización que modifican modos de vida y tienden a subvalorizar tradiciones y costumbres de la región, alterando de esta forma las funciones del patrimonio natural y, por ende, su valorización.

Optar por la importancia de los recursos basada en la clasificación clásica, aceptando los sesgos indicados, significaría introducir un instrumental para el desarrollo ambientalmente sustentable que, sin dejar de desconocer que puede servir subsidiariamente a un determinado país, sería en extremo útil para una estrategia global encabezada por los países desarrollados. En consecuencia, en la visión latinoamericana deberían tener más fuerza las descripciones y clasificaciones basadas en enfoques propios, en lo posible multivalorativos.

El hecho que la teoría del valor se haya desarrollado como parte de la economía política podría estar indicando que habría que usar categorías económicas para clasificar los bienes y recursos según su valoración. Esta posición es evidentemente reduccionista. Un elemento de la naturaleza se puede valorizar de distintas formas, según los diversos enfoques disciplinarios o científicos. Así, puede tener valor de permanencia sobre la base de su contribución ecosistémica; valor histórico según su aporte a la evaluación de la región, y valor económico cuando es un producto de mercado.

Hace una década los franceses plantearon seis opciones para establecer una clasificación. Estas opciones de nomenclatura fueron: i) institucional (por agente gestor); ii) funcional, desde el punto de vista de elementos naturales (condición de reproducción, caracteres más o menos renovables, ciclos); iii) funciones y usos del patrimonio por el hombre y sus actividades; iv) espacios geográficos homogéneos (territorios, ecosistemas, criterio espacial); v) elementos de la biosfera (criterio del medio ambiente) (litosfera, hidrosfera, atmósfera, holobiomas); y vi) elementos físicoquímicos (clasificación de Mendeleiev, clasificación de formas de energía).

Las principales corrientes siguieron la senda de impulsar clasificaciones basadas fundamentalmente en los elementos naturales clásicos (opción ii) de los franceses.

En 1985 un planteamiento regional recomendaba usar la combinación de dos opciones: la clásica basada en los recursos naturales de explotación usual (minerales, tipos de suelo, clima, etc.) y la de espacios homogéneos (territorios, ecosistemas) (Gligo, 1986). La citada recomendación se generó en un primer intento de impulsar cuentas patrimoniales a nivel nacional.

Sin embargo, la situación actual ha cambiado. Las dificultades operativas antes descritas para propiciar cuentas a este nivel obligan a mirar con más atención los enfoques subnacionales y locales y, en consecuencia, toma fuerza por un lado el valor del recurso y, por otro, la valorización de lo que se entiende por patrimonio cultural de una región.

En general, la bibliografía sobre cuentas patrimoniales no se detiene en el tema de la descripción y clasificación de los bienes y recursos naturales. Acepta los planteamientos clásicos. Ello parece lógico, pues prácticamente toda la bibliografía se centra en la problemática nacional (Naredo, 1987). En los escasos estudios sobre países del tercer mundo tampoco se han analizado los sesgos. Quizás ello se deba a que sus realizadores pertenecían a países desarrollados.

Las tres experiencias del proyecto “Inventarios y Cuentas del Patrimonio Natural y Cultural”, ejecutado por la CEPAL, aportan sugerentes y novedosas conclusiones. El estudio del corredor biológico de Chichinautzin, en el estado mexicano de Morelos, analiza los cambios producidos en los recursos naturales del área. Allí aparece ya un recurso local, el hídrico, que le da especiales características al corredor biológico, pues el espacio constituye un ecosistema de recarga acuífera. Determinar esta condición y evaluarla físicamente representa un aporte relevante que define al corredor.

El estudio de un área de bosque templado frío de la región precordillerana de la provincia Argentina de Río Negro se centra en evaluar una serie de atributos ecosistémicos, que usualmente no se toman en cuenta, tales como la biodiversidad y el atractivo turístico. Aquí, al igual que en el estudio mexicano, hay un esfuerzo por valorar un recurso local. Y en este sentido es necesario hacer una reflexión. La importancia local de un determinado recurso puede condicionar la mayor o menor valorización de otros recursos que influyen sistemáticamente en su funcionamiento. Así, si localmente se le da más importancia al recurso paisajístico, es lógico suponer que en lo que respecta a la madera de determinadas áreas de bosque su valor no tiene relevancia, ya que dichas áreas están supeditadas a la evolución del paisaje, aún cuando puede evaluarse física y económicamente.

El estudio, realizado en Chile en la Región de Magallanes y Antártica Chilena, por el hecho de ser exclusivamente metodológico, permite profundizar una serie de planteamientos sobre la descripción y clasificación de los bienes y recursos naturales. Las particulares y exclusivas condiciones de esta región permiten examinar en detalle un enfoque metodológico desde una perspectiva claramente local. En dicho estudio se privilegia la descripción y clasificación local estableciendo una pauta metodológica global y no específica para la región que permite después definir localmente los bienes y recursos.

La opción metodológica elegida en este estudio de caso selecciona componentes naturales biológicos o físicos que satisfacen necesidades y, por ende, adquieren valor. Se los agrupa sobre la base de tres aspectos: las necesidades del hombre, los requisitos de la naturaleza y, por último, el interés de la economía, planteado a través del valor económico establecido para bienes y recursos. En relación a las necesidades del hombre, sobre la base de los estudios de Manfred Max-Neef, se eligieron cuatro necesidades existenciales que permiten describir y clasificar un bien o recurso desde el punto de vista local (Max-Neef y otros, 1986). Éstas son subsistencia, identidad, recreación y conocimiento. De esta forma se genera una matriz en que, en una ordenada se ubican las cuatro necesidades existenciales y en la otra, las principales categorías de componentes de la naturaleza.

Lo interesante del método propuesto es que cada bien o recurso puede responder a una o más dimensiones valorativas. No cabe duda que esta clasificación debe considerarse como un esfuerzo para contribuir al debate, el cual tiene amplias posibilidades de modificación y perfeccionamiento. Es necesario destacar que también representa un importante aporte a la clasificación y, sobre todo, fijación de prioridades de estudio de bienes y recursos naturales de una región o localidad.

Un planteamiento metodológico como el expuesto tiene una marcada utilidad, ya que no sólo permite evaluar el patrimonio desde una perspectiva local sino que, mediante una metodología adecuada, puede contribuir a consolidar cuentas subnacionales o nacionales. En este último caso es dable predecir que la agregación, no obstante considerar el enfoque desde abajo, dejará muchos bienes y recursos locales en el camino.

4. La valoración económica de las cuentas patrimoniales

Los mayores esfuerzos conceptuales realizados en los dos últimos decenios en torno a la temática de las cuentas patrimoniales se ha centrado en el problema de valorizar económicamente los diversos componentes del patrimonio natural. Estos esfuerzos se han realizado debido a que para muchos las cuentas del patrimonio natural deben tener como única finalidad modificar las cuentas nacionales.

Desafortunadamente no ha existido una preocupación holística, con enfoques multidisciplinarios, que permita indagar los distintos valores inherentes a un bien o recurso natural. Ello ha llevado a insistir en la valoración económica de elementos de la naturaleza en forma indistinta, tengan o no valor de cambio. Obviamente, ante esta valoración económica el instrumento económico sobre cuentas patrimoniales presenta serias limitaciones. Dos son los aspectos más restrictivos; por una parte, la valoración económica de elementos y bienes de la naturaleza que no están en el mercado; y, por otra, para los recursos que tienen precios de mercado, las restricciones creadas a partir de la muy escasa capacidad de los precios del mercado de ser realmente indicadores ambientales y no meros transmisores de un valor (determinado por diversas condiciones de apropiación, institucionalización, etc.), al margen de las cualidades de uso.

No obstante estas serias limitaciones, antes de analizar si éstas son o no superables es necesario recalcar el planteamiento sobre la necesidad de utilizar la valoración económica en las cuentas del patrimonio natural como instrumento útil en la aplicación de estrategias de desarrollo ambientalmente sustentables. La utilidad radica en la necesidad de contar con un instrumento para la asignación de recursos, tanto a nivel sectorial como regional. Por ello se hace necesario hacer los máximos esfuerzos para aclarar las posibilidades de puesta en práctica de dichas cuentas.

La elaboración de cuentas del patrimonio natural debería, además, convertirse en un adecuado indicador que permita “corregir” el ingreso nacional (Leipert, 1989). Esta corrección se hace muy necesaria debido a los costos sociales adicionales de producción que se generan por el deterioro ambiental.

a) La valoración económica de las existencias

Varias metodologías de cuentas patrimoniales se han centrado en la valoración de la existencia o stock con el objeto de comparar su evolución cada cierto período de tiempo sobre la base de precios constantes. Aquí surge el primer problema: ¿Cómo se determinan estos precios para que sean indicadores adecuados de las cualidades de uso? y ¿Cómo poder captar múltiples funciones y utilidades que ofrece un determinado ecosistema?

Estas interrogantes se aclaran con un ejemplo: si se posee un ecosistema boscoso, el agente productor ve en él sólo la madera de los árboles, cuyo valor económico no depende del tiempo de formación ni de la captación energética, sino que se configura con múltiples factores institucionales, monopólicos, políticos, de política de salarios, de comercio internacional, etc. El precio del bosque no indica necesariamente la cualidad de uso, pero —y lo que sigue es fundamental—, el bosque no es sólo madera; es capacidad de producción de agua, es fauna, es diversidad genética con recursos potenciales, es flora con recursos fármacos, es turismo y recreación, etc.

Para la interrogante de cómo determinar los precios para que sean indicadores adecuados de las cualidades de uso, las respuestas han transitado desde el extremo de trabajar con precios netos de mercado hasta la asignación de precios de mercados corregidos, combinados con la elaboración de valores para los elementos naturales que no están en el mercado.

Trabajar con los precios de mercado no muestra ventajas. Sin duda estos precios expresan las preferencias generacionales presentes pero no consideran elementos para la planificación futura. Por otra parte, el carácter de bien de mercado lo da el proceso de apropiación y valoración, por lo que los precios no son necesariamente expresiones cuantitativas de los valores de uso, sino que están ligados a complejas relaciones nacidas de derechos de propiedad, plusvalía y tipos de rentas. La otra restricción que presenta el uso exclusivo de precios de mercado es que se excluye una serie de elementos, bienes y funciones de la naturaleza que están fuera de éste.

Es obvio que las metodologías para implementar la valoración de las existencias deberían basarse en una combinación de precios sombra de los recursos que están en el mercado y de asignación de precios a determinados bienes que no están en éste. Es éste el método utilizado en Argentina en el trabajo realizado por la Comisión Nacional de Política Ambiental, apoyado por la CEPAL, a través del proyecto citado en la introducción (Suárez, 1990).

En este estudio se establecieron precios sombra que garantizan los costos necesarios para la reproducción de un ecosistema boscoso en función del manejo y de las restricciones del sistema. El procedimiento se basó en determinados tipos de gastos, a saber, los referidos a la función productiva y los que dicen relación con el mantenimiento de la función ecosistémica.

Entre los primeros gastos se imputaron los de mejoramiento de la masa arbórea, de la fauna, de la diversidad genética y de la potencialidad turística. Entre los segundos, los de mantenimiento de la infraestructura hidroenergética y de agua potable, de la infraestructura vial, de la capacidad productiva de los suelos agrícolas y de otros beneficios indirectos.

El planteamiento básico fue que estos costos deberían generar una política que adjudique precios que estimulen un manejo sostenido. Sin embargo, surge la interrogante sobre la forma de determinar estos precios.

El análisis detallado de los cálculos de los diversos costos muestra esfuerzos conceptuales importantes que, a pesar de ser ingeniosos y de estar bien elaborados, no dejan de ser discutibles. Los mismos autores, al referirse a la mantención de la fauna, reconocen que indudablemente son aportes para la solución de un gran tema que aún permanece casi sin solución (Suárez, 1990). Sin embargo, pese a ello se calcularon con bastante precisión los gastos en mejoras de la fauna silvestre. Similares razonamientos se hicieron respecto del valor patrimonial de la diversidad genética y con relación al turismo y la recreación.

El estudio llega entonces a mostrar el valor total del patrimonio sobre la base de los cálculos del mantenimiento de las funciones productiva y ecosistémica.

La interrogante que surge es sobre la utilidad de este valor. Para los autores, este valor patrimonial debería generar incrementos en el precio de los productos comercializables, sobre la base de una modificación de la estructura de precios relativos y, por ende, de una redistribución de ingresos. Pero las transferencias de valor o están gobernadas por la ley del valor misma o responden a razones ajenas al valor (monopolio en sentido estricto o acción del Estado) (Tsakoumagkos, 1990).

No se puede dejar de mencionar que en esta experiencia el valor patrimonial de la madera alcanza a 83% del valor patrimonial del ecosistema en estudio. Esta cifra hace que la sensibilidad del resto de las funciones productivas y de mantención ecosistémica sea muy baja.

Interesa destacar que este ejercicio está llamado a tener una utilidad esencialmente prospectiva. El modelo cibernético utilizado es un notable esfuerzo: sin embargo, la linealidad de las relaciones causa efecto —única posibilidad, considerando el estado de la investigación de los atributos ecosistémicos— restringe su uso.

La experiencia Argentina arroja importantes enseñanzas, en particular sobre las dificultades para superar contradicciones propias de las teorías económicas y para analizar las reales posibilidades de valoración del stock patrimonial.

El caso estudiado en Chile en la región de Magallanes y Antártica chilena, como parte del citado proyecto, plantea otro enfoque metodológico. En este caso, la valoración consiste en comparar el ingreso real que se logra con una explotación masiva del recurso en el corto plazo versus los niveles que se hubiesen logrado sin la realización del proyecto de explotación o con la realización de un proyecto de explotación racional con planes de manejo adecuados (Universidad de Magallanes, 1989).

Esta metodología propone trabajar con dos tipos de ingreso, a saber, el ingreso real, calculado como el ingreso bruto menos los costos económicos, y el ingreso ajustado, definido como el ingreso real menos los costos ecológicos y sociales. Tanto el ingreso bruto como los costos económicos se calculan basándose en los precios de mercado.

Ahora bien, el problema básico en este caso radica en cómo calcular estos costos ecológicos y sociales. El estudio los define como la rentabilidad y/o beneficio de la explotación del recurso que se obtendría con una explotación racional adecuada (Universidad de Magallanes, 1989). La definición no es muy precisa, ya que “una explotación racional adecuada” puede interpretarse de varias maneras. El tratamiento dado a los recursos es diferenciado: a los renovables se le calculan costos ecológicos y sociales, mientras que a los no renovables se les asigna como valor el ingreso real obtenido de la explotación.

El estudio reconoce que existe un grupo de bienes que no tienen el valor económico posible, pero que podrían valorarse a través del beneficio indirecto.

El estudio sobre Magallanes no insiste mayormente sobre la contabilidad económica de los recursos naturales. Su énfasis en la clasificación, tipología y criterios de valoración múltiples de los recursos indican claramente cierto escepticismo conceptual en torno a la valoración económica.

Los tres estudios se esfuerzan por buscar una respuesta a las distorsiones y carencias del mercado, al igual que otros trabajos realizados en áreas y países del Tercer Mundo. En este sentido cabe destacar que los cuellos de botella fueron similares a los encontrados por Repetto y otros (1989) al realizar un ejercicio de valorización patrimonial de Indonesia sobre la base de los cambios en la existencia de petróleo, de bosques, y en la erosión. Para calcular el valor del petróleo y de los bosques se usó el precio neto o renta unitaria modificando los valores por un factor de corrección que internalizara los cambios de precio. Para calcular la erosión se estimó el costo por ha/año a través de la pérdida de productividad del sector agrícola. Al capitalizar el costo histórico se concluyó que con las técnicas deteriorantes que se practican actualmente se sacrifica 40% del ingreso futuro para producir una unidad del ingreso presente.

c)       La valoración económica de la fracción del crecimiento imputada al deterioro ambiental

Las dificultades de orden teórico y metodológico para valorar las existencias han ido fortaleciendo paulatinamente una corriente del pensamiento económico-ambiental en el sentido de centrar sus esfuerzos en estudiar los indicadores de flujo. Ello no se contradice con el planteamiento de estudiar el stock; en algunos casos es complementario, pero en otros se centra solamente en los flujos.

En América Latina, como parte del proyecto de la CEPAL, “Inventarios y Cuentas del Patrimonio Natural y Cultural”, esta población fue elegida para el caso de México, en el corredor biológico de Chichinautzín (Carabias, Montaño y Rodríguez, 1990).

La valoración económica plantea como referencia teórica la definición de John Hicks relativa al ingreso, según la cual este último representa el consumo máximo que puede efectuarse sin que se modifique el patrimonio de una sociedad o individuo. El trabajo se centró en los años 1970 y 1980, realizándose simulaciones para 1990 y 2000. Al restar el costo de los insumos al valor bruto de la producción, se obtuvo el ingreso económico. Posteriormente se estimaron los costos ambientales derivados de las distintas actividades económicas sobre la base del cálculo de la erosión, la pérdida del bosque, la pérdida del banco forestal reproductivo.

Este estudio debió dar respuesta a dos preguntas del más alto interés: la posibilidad de estimar qué proporción del ingreso económico representan los costos ambientales, y de determinar cuál es el impacto de esa reducción del patrimonio en la disponibilidad de recursos (agua, bosque, tierra) que lo conforman.
Para dar respuesta a la primera interrogante se calculó un coeficiente de costo ambiental por unidad de ingreso económico.

La respuesta para la segunda pregunta se planteó solamente a través de balances físicos. De esta forma se obviaron los conflictos conceptuales enunciados anteriormente: las dificultades para captar las cualidades de uso a través de la valoración económica, y la historicidad que condiciona el uso de parámetros económicos.

La opción para este caso aparece con menos contradicciones y, además, está estrechamente ligada al proceso productivo, cuestión fundamental para incorporar la dimensión ambiental en las estrategias de desarrollo. Sin embargo, el trabajo presenta algunas dificultades en lo referente a la determinación de algunos precios. Es particularmente compleja la forma de asignar valor a la pérdida por erosión.

Es posible que otros métodos basados en la pérdida de la productividad (que en realidad corresponde a la disminución del stock por pérdida de la cualidad) hubiesen sido menos discutibles.

c) El perfeccionamiento de las cuentas nacionales convencionales

Existe consenso en afirmar que las cuentas nacionales convencionales no incorporan el agotamiento y deterioro de los bienes y recursos naturales.

La reformulación de las estrategias de desarrollo con miras a hacerlas ambientalmente sustentables exigirá, necesariamente, instrumentales de contabilidad que subsanen este déficit (Lutz y El Serafy, 1988). Iniciativas al respecto han surgido en varias partes, pero a pesar del interés mostrado por centros académicos y organismos internacionales como el programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Banco Mundial (Ahmad, El Serafy y Lutz, 1989) no se han logrado modificaciones significativas debido a los problemas conceptuales ya planteados y a otros que se explicitan más adelante.

El método teóricamente más interesante es la modificación en la consolidación de las cuentas del producto interno bruto. Para que éstas puedan consolidarse se establece que las modificaciones obviamente se hacen tanto a nivel de insumo como de producto. Dos son los complementos propuestos para el insumo: i)) la modificación del producto nacional neto, introduciendo la “depredación ambiental”; ii) el cargo contra el producto nacional bruto de los “servicios ambientales”. En el producto se modifica el consumo privado agregando el valor de la producción generada por el uso de los recursos ambientales.
Este método podría dar la oportunidad de manejar la fórmula que establece que el producto nacional bruto modificado es igual al producto nacional bruto convencional más los servicios ambientales, menos los daños ambientales (Peskin, 1980).

El análisis de esta fórmula (PNB mod. = PNB + SA - DA) (SA, servicios ambientales y DA, daños ambientales) muestra que la modificación se mueve en la dirección correcta: al crecer los servicios y al decrecer el daño, consecuentemente crece el producto. En ausencia de cambios tecnológicos, al no haber “negocios” por servicios y daños, el indicador permanecería constante, por lo que, en estas circunstancias, podría no ser un buen indicador de bienestar. El otro problema planteado es que la reducción al máximo del daño no es necesariamente el óptimo social, debido a que trae aparejada la carencia de servicios ambientales. Este aspecto es muy controvertido, sobre todo cuando se plantea que para que crezca el producto y se logre el óptimo social, el daño podría ser mayor.

Henry Peskin plantea que este método enfrenta cuatro problemas básicos:
i) Desacuerdo en las unidades de medida apropiadas. El sistema propuesto asume que tanto daños como servicios deberían evaluarse en términos monetarios, lo que, como ya se planteó, deja al margen una serie de bienes y funciones que están fuera del mercado.
ii) Desacuerdo en las tasas de descuento más apropiadas. Este punto ha sido estudiado, concluyéndose que realmente es muy difícil asignar tasas de descuento ante la incertidumbre del grado de sustitución, la velocidad de obsolescencia y los cambios tecnológicos (Smith y Krutilla, 1982; Smith, 1979; Markandya y Pearce, 1988).
iii) Dependencia del modelo de economía neoclásica. Toda la estructura de contabilidad nacional se basa en el pensamiento económico neoclásico y no es evidente que sea aceptado por otras sociedades con diferentes tradiciones culturales donde el medio ambiente podría ser una condicionante ética fundamental.
iv) Demandas por sobre la disponibilidad de información y habilidades.

Uno de los objetivos de la introducción del tema de las cuentas del patrimonio natural en América Latina y el Caribe debería ser que en un plazo prudente se modificaran las cuentas nacionales. Sin embargo, hay que señalar que en Francia y otros países que han impulsado estas cuentas aún no han realizado estas modificaciones.

En países de menor desarrollo relativo los esfuerzos son escasos: la Oficina de Estadística de Tanzania llevó a cabo un interesante estudio aplicando la metodología descrita en este capítulo sobre la base de la introducción modificatoria de la producción de leña generada de plantaciones forestales (Oficina de Estadística de la República Unida de Tanzania, 1981).

Otro importante estudio es el ya mencionado sobre Indonesia (Repetto y otros, 1989), donde se calcula un producto interno neto estimando la depreciación en tres recursos naturales: petróleo, bosques, suelos. Repetto y otros excluyen las ganancias de capital de la depredación estimada. La razón es que en éstas influyen claramente las fluctuaciones de precios a corto plazo, lo cual las hace sumamente volátiles.

El estudio sobre Indonesia aporta también antecedentes sobre otras estimaciones macroeconómicas importantes. Compara estimaciones de la inversión interna bruta y neta. El sentido de estos parámetros es mostrar que países en vías de desarrollo como Indonesia, muy dependientes de sus recursos naturales agotables, deben diversificar sus inversiones para preservar en el largo plazo el desarrollo sustentable (Repetto y otros, 1989).

Lo anterior quiere decir que dichos países deben evitar financiar el consumo con la depreciación del capital de recursos naturales. En el caso referido, en algunos años la inversión (recalculada) fue negativa, lo cual estaría mostrando abiertamente la escasa sustentabilidad ambiental de las estrategias de desarrollo.
Las experiencias descritas dejan varias enseñanzas metodológicas y aún muchas interrogantes. Sin embargo, han sido sumamente útiles para mostrar cuáles son sus posibilidades, limitaciones y problemas.
La confrontación de estas experiencias junto con los incipientes intentos regionales permiten deducir que estos problemas estarán presentes en los países latinoamericanos.

Pero es fundamental aclarar que en América Latina las perspectivas son diferentes. Dos son los factores que influyen en ellos. Por una parte, los distintos niveles de industrialización y, por otra, la diversidad en cuanto a la dependencia de recursos renovables, condicionalmente renovables y no renovables.

d) Orientaciones regionales

Los esfuerzos realizados en otras regiones, así como la realización del proyecto de la CEPAL; “Inventarios y Cuentas del Patrimonio Natural y Cultural”, donde se destaca el cúmulo de antecedentes, el aporte de elementos conceptuales y las deducciones obtenidas de los tres casos de estudios locales elegidos, permiten sugerir las siguientes orientaciones.

i) Las cuentas del patrimonio natural deberán impulsarse en los países que modifiquen sustancialmente sus estrategias de desarrollo al incorporar plenamente el medio ambiente como una dimensión básica que condiciona obligaciones y derechos ciudadanos y que determina formas y sistemas de relaciones de la sociedad con su entorno físico en el corto, mediano y largo plazo.
ii) En ese contexto el objetivo de las cuentas patrimoniales debe constituirse en una herramienta de planificación y gestión del desarrollo ambientalmente sustentable. Por ello se recomienda propiciar con urgencia el uso de las cuentas en países que estén abordando seriamente estrategias alternativas como producto de su deteriorada situación ambiental.
iii) No es posible homogeneizar a los países de la región en relación con las recomendaciones sobre metodologías de cuentas. Cada país, dentro del contexto antes descrito, podrá desarrollar su propio método conforme a su dotación de bienes y recursos naturales, a su orientación de desarrollo y sus patrones culturales.
iv) Es importante dejar en claro que no sólo existe conflicto entre las cuentas físicas y las cuentas económicas, sino que éstas son absolutamente complementarias, ya que las segundas dependen de las primeras.
v) Dar más importancia a uno u otro tipo de cuenta dependerá de su utilidad como herramienta estratégica. Nada se saca con tener un cúmulo de antecedentes estadísticos y de indicadores físicos y económicos si éstos no se insertan en los planes y programas de desarrollo.
vi) Es recomendable impulsar en primer lugar un sistema de cuentas físicas. La proliferación de inventarios de recursos naturales podría llevar a la errada conclusión de duplicaciones de trabajo. Un sistema de cuentas físicas es mucho más que la suma de inventarios parciales. Es generar la información sobre la existencia o stock de bienes y recursos naturales, los flujos que asocian a las variaciones de existencias, las interacciones ecosistémicas, los comportamientos desagregados, especialmente los niveles de perturbación o deterioro, etc. Los inventarios son insumos indispensables para elaborar estos sistemas.
Para elaborar un sistema de  cuentas físicas es aconsejable evitar transcripciones textuales de clasificaciones corrientes y, por ende, es necesario configurar una estructura conceptual que permita una clasificación en función de las especificidades geográfica, económicas, sociales y culturales. La especificidad de la clasificación de los recursos se podrá dar sobre la base del estudio de la mayor cobertura posible, incluyendo bienes y recursos que estén en la naturaleza, independientemente de su valoración como mercancía. Las prioridades de estudio deberán establecerse según los grados de influencia en la sustentabilidad ambiental del desarrollo.
vii) Es previsible que no hallan cambios significativos hacia estrategias de desarrollo alternativas en los países latinoamericanos.

Cambios radicales en las políticas ambientales sólo se prevén en situaciones extremas. No obstante, en muchos países de la región se están planteando estrategias alternativas para determinadas áreas que han llegado a situaciones muy negativas en lo ambiental. Para estas áreas, que pueden incluso ser estados, provincias o departamentos, se recomienda impulsar las citadas cuentas. En otras palabras, en la etapa histórica actual latinoamericana, dada la situación deteriorada y sobreexplotada de ciertas áreas, se impone un cambio drástico. Allí las cuentas del patrimonio natural deben constituirse en una herramienta útil.
viii) Impulsar cuentas a partir de determinadas localidades o regiones significará plantear una metodología que recoja sus especificidades. Al hacerlo es conveniente no perder de vista la posibilidad de que la metodología planteada se articule a una metodología nacional.
ix) Este planteamiento en absoluto excluye el hecho de impulsar modificaciones de las cuentas nacionales y/o establecer programas nacionales de cuentas patrimoniales, sino que, al contrario es una de las vías para propiciarlas. Un objetivo importante que no debe perderse de vista es la modificación y perfeccionamiento de las cuentas nacionales.
x) Comenzar las cuentas del patrimonio natural desde ciertas áreas deterioradas trae consigo el problema del acervo de información disponible y de la confiabilidad de éstas. Las áreas deterioradas están ubicadas normalmente en ecosistemas difíciles y vulnerables, casi siempre alejados de los centros urbanos importantes. Por esta razón una decisión de este tipo exige concebir un programa eficiente de investigación de los recursos naturales.
xi) Una vez elaboradas las cuentas físicas se podrían establecer las cuentas económicas del patrimonio natural. Debe advertirse que la lectura de las cuentas físicas no es fácil debido a su desagregación en los diversos elementos y recursos de la naturaleza.
xii) Al calcularse la cuenta económica, ésta debe enfrentarse a la posibilidad de que la región o localidad en estudio carezca o posea cuentas regionales. Si carece de cuentas regionales, la problemática ambiental podría ser un factor para impulsarlas, y si ello sucede habría que incorporar al máximo en ellas la dimensión ambiental. Si existe una contabilidad regional tradicional se presentarían dos opciones principales. Por una parte, modificar el sistema de cuenta regional, y, por otra, no innovar en la cuenta tradicional, adicionándole una “cuenta corregida” que permitiría mostrar las diferencias entre ambas.

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